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‘Squatting’: Bajo el techo de la ocupación

En el mundo anglosajón se les conoce como ‘squatters’, en España como ‘okupas’, y en ciertos países de Latinoamérica como ‘paracaidistas’. Son algunos de los términos que denominan a lo largo de todo el mundo a aquellas personas que practican esta forma de vida basada en la ocupación de edificios o viviendas abandonadas.

 

The squat. Foto de RogerTyler75 / Flickr. Creative Commons License.

Juan Galbete

 

Hace menos de un mes un grupo de artistas pertenecientes al colectivo The Oubliette de Londres ocupó un conocido edificio en pleno centro de la capital, en concreto en Shaftesbury Avenue, una antigua iglesia presbiteriana construida en 1888 y que a finales de la década de 1980 se convirtió en una de los clubs más conocidos del West End, el Limelight Club, donde se dejaban ver artistas como George Michael, Duran Duran o Spandau Ballet.

Después de que en 2003 el club tuviese que cerrar y fuese adquirido por una popular cadena de pubs, en el mes de diciembre de 2009 quedó desocupado y tras doce meses en esta situación el mencionado colectivo decidió asentarse en el edificio.

Este es sólo un ejemplo de las ocupaciones que se han sucedido en la capital inglesa desde finales de la década de 1960 cuando tuvo lugar el principal hito del squatting en Londres y probablemente en todo el Reino Unido.

‘Squatting in UK’

En 1969 un grupo de squatters miembros del London Street Commune, una organización constituida con el objetivo de alertar sobre los altos índices de sintecho en Londres, ocupó una mansión en el 144 de Picadilly Circus, entonces abandonada, de la cual fue desalojado en pocas horas debido a un gran dispositivo policial.

Aunque es difícil concretar un lugar y una fecha de nacimiento para el squatting o movimiento okupa – como se le conoce en España – , hay quienes aseguran que comenzó a finales de la década de 1961 en Berlín a partir de la construcción del Muro en 1961, que dividía la República Democrática Alemana y la República Federal Alemana. Lo que sí es cierto es que en aquella década diferentes países de Europa como Reino Unido, Francia y Alemania, entre otros, empezaron a vivir el auge de movimientos anarquistas y contraculturales.

En el año 1976 la Advisory Service for Squatters in London lanzó The Squatters Handbook una guía de la que ya se han publicado trece ediciones, y que surgió para proporcionar información práctica y legal sobre el squatting en Inglaterra y Gales.

Dicha guía ofrece ideas para ocupar una estancia abandonada, aconsejando sobre las mejores soluciones para disponer de todos los servicios (gas, agua, electricidad, etc.) con un costo mínimo, o directamente “pirateando” las instalaciones de las casas colindantes.

Cultura de la ocupación

Por definición y acción un squatter no paga el alquiler del espacio que ocupa, aunque en algunos casos sí tiene que costear servicios como el gas, el agua y la electricidad. Además es libre, no rinde cuentas a ningún casero y es quien marca – junto a sus compañeros de ocupación – las reglas de convivencia

Así las cosas, no sorprende el atractivo que tiene para algunos el squatting y el que se haya creado una especia de cultura al respecto.

Una idea de hasta qué punto el squatting constituye una forma de vida en una metrópoli como Londres (cuyo ejemplo no es el único a lo largo y ancho del planeta) la ofrecen la oficina situada en el barrio de Whitechapel, al este de Londres, la existencia y supervivencia de la Advisory Service for Squatters in London a lo largo de los años, y el éxito del libro guía ‘The Squatters Handbook’.

En este sentido, el squatting puede considerarse un fenómeno global con distintas variantes dependiendo de las diferencias culturales y de las legislaciones de cada país.

Sin llegar a constituir un acto ilegal en Inglaterra y Gales, donde se calcula que hay entre 20.000 y 30.000 squatters, esta práctica se considera un conflicto civil que debe arreglarse entre el legítimo propietario del inmueble y los ocupantes.

Aunque no obtienen derechos legales una vez tan pronto ocupan un espacio, los squatters están, de cierta manera, amparados por la ley. Ésta señala que es ilegal amenazar o emplear la violencia en una propiedad en la que hay alguien que se resiste a dejarle pasar.

Esta ley se introdujo para evitar que los legítimos propietarios utilizasen medios violentos para desalojar a sus inquilinos, aunque  es aprovechada por los squatters.

La mayoría de las propiedades desocupadas en Inglaterra se encuentran en Birmingham, Liverpool, Manchester – en todas estas ciudades existen más de 10.000 propiedades abandonadas – y, por supuesto la gran urbe, Londres, ciudad que acoge a la mayoría de squatters del país.

De hecho, por todo la ciudad hay grupos organizados, unidos por esta forma de vida, y en su mayoría aportan iniciativas y actividades culturales y sociales en los barrios donde se asientan, como son los casos del colectivo !WOWOW!, nacido en Camberwell (sur de Londres), The Oubliette y RampArt (Whitechapel), entre otros.

¿Legal o ilegal?

Los antecedentes legales en el squatting se remontan a mediados del Siglo XIX en EE.UU con la aprobación de una ley que permitió a la gente comprar tierras sin registrar por el gobierno antes de que éste las pudiese reclamar y vender.

En la actualidad la mayoría de los países prohíben el squatting, y aunque no es ilegal en Inglaterra y Gales, la policía puede intervenir y desalojar el espacio si encuentra indicios de que la entrada ha sido forzada.

En realidad muchos squatters fuerzan la cerradura para después sustituirla por otra o, en algunos casos, para evitar usar esta técnica, emplean entradas que no necesitan ser violentadas.

Además, el uso de servicios como el gas o el agua puede acarrear una ofensa criminal por parte del squatter. Esta es la razón por la cual los propietarios se ven obligados a recurrir a la justicia para poder expulsar de sus inmuebles a los ocupantes. La mayoría de los casos terminan con una orden de desalojo del juez que permite a la policía intervenir.

Excepcionalmente ocurre que el ocupante ilegal ha conseguido hacerse con la propiedad después de permanecer en ella durante varios años: algunas propiedades en Londres han sido ocupadas durante más de 20 años. Para poder hacerse con la propiedad, el ocupante ha tenido que vivir en el edificio al menos 10 años sin que haya sido denunciado por el propietario, aunque, también, el legítimo propietario puede oponerse a ello.

En el año 2005, el ayuntamiento del Borough de Lambeth, al sur de la ciudad, desalojó una calle entera donde habían vivido squatters por 30 años en St. Agnes Place.

Lo normal en un país como Inglaterra, donde el squatting no es una práctica propiamente ilegal, es que los ocupantes sean desalojados en un periodo corto de tiempo, si bien algunos squatters logran resistir durante algunos años en los espacios ocupados.

Por el contrario, la normativa en Escocia e Irlanda del Norte sí considera el squatting una práctica ilegal, penalizada incluso con la cárcel, al igual que en España, donde en 1996 pasó de ser considerada una falta administrativa a convertirse en un delito castigado con prisión.

Definir esta práctica en Europa no es sencillo, ya que  algunos la consideran una forma de reivindicar espacios habitables dignos, pero otros como una manera de tener un lugar desde el cual promover iniciativas artísticas, culturales y sociales, y otros más como un movimiento político y social asociado al anarquismo, cuyo objetivo es transformar la sociedad.

Una forma de vida

Aunque todas las visiones poseen matices diferentes, las tres mantienen en común el intento de aprovechar edificios desocupados en buenas condiciones para emplearlos como viviendas o centros sociales y de reunión, en algunos casos con un compromiso político y social que intenta ir más allá del mero uso del espacio para sobrevivir.

El caso de Ferdia Hackett es uno de miles entre los habitantes de la capital inglesa. Nacido en Irlanda vive como squatter en la zona centro-norte de Londres, cerca de la estación de Angel.

Empezó en octubre de 2009 una forma de vida que califica de sencilla, ya que también practica elfreeganism (reciclaje de comida que los grandes almacenes desechan), y divertida, pues ha tenido la oportunidad de conocer a una gran cantidad de gente. Reconoce que no lleva un estilo “normal” de vida, pero en ella se encuentra a gusto. Nunca ha tenido problemas con la policía, aunque sí ha visto como amigos suyos si los han padecido. Sin embargo, lo único que le resulta difícil es la falta de espacio libre y privado en su vivienda. Su próximo destino, dice, probablemente sea el sur de España o Barcelona, para continuar con su vida como squatter.

Al igual que en el caso de Hackett, los squatters de toda Europa practican este modo de vida motivados por la falta de vivienda o el encarecimiento de las mismas en las grandes metrópolis.

Pero, igualmente, son okupas por sentir que viven de una forma “alternativa”, guardando cierta distancia del sistema establecido.

No obstante, el squatting es una forma de vida, mas no en el caso de los denominados sintecho, pues su búsqueda de espacio gratis corresponde a una necesidad en los países desarrollados y los en vías de desarrollo.

En estos últimos la población se aglomera en espacios chabolistas, incluso dentro de las mismas ciudades, creando los denominados ‘cordones de miseria’ o invasiones, que nada tienen que ver con una decisión, sino con la única alternativa de sobrevivencia debido a su extrema pobreza. En cambio, el squatting que se da en los países industrializados, se considera en la mayoría de los casos un estilo para vivir.

Burbuja okupa

Otro caso es el del mejicano y licenciado en Sociología, Airy Mejía. Tras cuatro meses como okupa en una casa de Barcelona abandonó la vivienda, desengañado de esa experiencia personal.

Para Airy el problema más importante no era la ocupación del espacio (compartían la casa 15 personas) ni las condiciones de vida (tenían que calentar el agua manualmente ante la falta de calentador), sino la carencia de un proyecto y un compromiso real.

En sus palabras, pocas personas dentro del movimiento tienen un compromiso real por transformar su entorno, y quedan “encerradas en una burbuja sin participación en el exterior”, de la que no quieren salir.

Tacheles. Foto de Allison Meier/ Flickr. Creative Commons License.

“Al final es una cuestión de supervivencia habitacional. Cada uno cuida de sus cosas por miedo a que le roben y todo se convierte en un asunto de subsistencia donde no existe la confianza”, apunta.

A esto añade “el que algunos se sienten ‘puros’ al no estar en el sistema y al decir que prescinden del dinero. Eso, por ejemplo, daba cierta tranquilidad de conciencia a algunas de las personas con las que vivía.

Pero lo cierto es que muchos son incapaces de transgredir su entorno, y en ese caso cada uno tenía sus propios intereses, como el simplemente esperar la cosecha de marihuana. No había un compromiso, un objetivo social o político.”

Airy piensa que, al menos el movimiento okupa que vivió, “no soluciona el problema habitacional de la gente que no tiene un techo, y culturalmente tampoco aporta nada porque no se crean iniciativas suficientes, y las pocas que surgen no llegan a cambiar el entorno”.

En este sentido, argumenta que no ha conocido un movimiento okupa “capaz de cambiar la realidad de un barrio, de proponer iniciativas a la comunidad para transformarla.” “Creo que el movimiento okupa es una alternativa agónica dentro del sistema, que merece la pena si quiere cambiar el entorno, si quiere ser revolucionario, no sólo como algo habitacional donde cada cual quiere salvarse a sí mismo”, concluye.

(Fotos: Pixabay)

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