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Maltrato a mujer inmigrante: Esperanza y su testimonio

Esperanza* es una inmigrante colombiana que ha sido durante 10 años esclava de los golpes de su marido. Ahora comienza una nueva vida.

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Miriam Valero

 

Llegamos a la casa de Esperanza en una tarde de verano. Allí, conocemos la cruda realidad de esta mujer, “todo el día trabajando y corriendo”, que tiene que dar la comida a sus tres hijos que acaban de llegar de la escuela.

Los cuatro viven en una habitación en una casa compartida con otras personas en Londres. Allí, en ese espacio, ellos – ella especialmente – sueñan su futuro y buscan olvidar el pasado.

Esta mujer latinoamericana ha sido víctima de malos tratos desde hace una década. Comenzó a sufrirlos antes de emigrar y en Colombia fue cuando dijo la primera vez “!basta!”.

Terminó la relación y años después, perdonó a su marido, confió y se mudó al Reino Unido con sus hijos, uno de ellos producto de su unión con de él.

Pero ya instalados en la capital londinense las agresiones volvieron y con mayor brutalidad,

Además de maltratada, Esperanza estaba sola, aislada y perdida, sin nadie que le ayudara en un país desconocido. Hasta que dijo definitivamente se acabó. Ahora comienza un nuevo camino viviendo, como ella dice, simplemente “en paz y tranquila”. Un derecho que ha tardado en conseguir media vida. Dice que siente su sonrisa ahora diferente. Y esto puede advertirse cuando uno la mira.

Esperanza abrió su vida en conversación con The Prisma.

¿Cuándo comenzaron los malos tratos?

Conocí a mi marido cuando tenía 33 años. Al principio, en Latinoamérica todo era muy bonito, pero cuando llevábamos 7 meses juntos empezó a ser grosero y a insultarme.

Ahí comenzó el maltrato psicológico. Desde entonces, él ha seguido dañándome verbalmente casi a diario. Siempre me menospreciaba, hiciese lo que hiciese, todo estaba mal. Me regañaba, nunca valoraba nada de lo que hacía. Y poco después vino el primer golpe fuerte.

¿Cómo fue la primera agresión física?

Él estaba borracho, porque bebe mucho, y llegaba de la calle. Siempre ha sido muy enfermo de celos y cuando llegaba después de haber bebido buscaba por toda la casa porque decía que yo estaba con un hombre. Estaba acostada, y comenzó a darme patadas hasta el punto que me fracturó dos costillas. Tuve que ir al hospital porque no podía ni caminar ni respirar. A los médicos les dije que me había caído de unas gradas. Después de esto, le tomé mucho miedo, y cuanto más temor tenía, más duro me golpeaba.

Me tenía tan ‘trabajada’ psicológicamente que él me pegaba y yo siempre me sentía culpable. Yo pensaba que yo había tenido la culpa por lo que había hecho y por eso él me golpeaba. Y yo era la que iba a pedirle perdón. Otras veces me lo pedía él, y yo le creía.

¿Pensó en denunciarlo a la policía?

En Latinoamérica la policía no me protegió. Llamé a la policía, fueron a casa y él empezó a lanzarles cosas desde el balcón. Le pidieron por favor que fuera con ellos, él se negó y no hicieron nada más. No paso nada. Y claro, él gano poder porque pensaba que esa experiencia a mi me había hecho creer que ya nadie me ayudaría. Después de esto, nació nuestro hijo en común y él se vino a trabajar a Reino Unido. Cuando él se fue, pensé ya no aguanto más y terminé la relación.

Usted se quedó en Colombia y el se va a Reino Unido. ¿Por qué  y entonces  cambió de opinión y regresó con él?

Comenzó a llamarme todos los días y a pedirme perdón. Me decía que la soledad le había cambiado y que ahora sí me iba a valorar, que veía la necesidad de tenerme a su lado. Y le creí, pensé que había cambiado. Pero estaba equivocada. Desde el primer día que pisé Londres empezó a maltratarme. La primera vez que lo hizo en Reino Unido fue delante de amigos. Me empujó. Y así otros días me mordía, me daba puñetazos…

Las primeras semanas de mi estancia aquí, además, no tenía trabajo. Mientras buscaba trabajo, él me humillaba (y cada vez más) por estar yo en casa. Y luego, cuando comencé a trabajar, él me decía que les tenía abandonados por estar todo el día trabajando. Siempre había una justificación para que él estuviera enojado conmigo y así poder pegarme.

Yo seguía pensando siempre que cada golpe sería el último, y entonces empezaron las amenazas de muerte. En privado, y también delante de mi hijo. Él ha llegado incluso a amenazarme con un cuchillo delante de él.

En ese momento tenía mucho miedo porque estaba ilegal y separada de mis otros hijos. Además, siempre me amenazaba porque como él sí tenía un estatus legal en el país, yo dependía de él. Siempre usaba esto y me decía que si llamaba a la Policía para denunciarle por malos tratos, él avisaría a emigración para que me deportaran.

¿Y cuando piensa esto se acabó, no voy a aguantar más?

Aquí no conocía a nadie y no lo contaba. Pero poco a poco, empecé a hablar con algunas personas con las que fui entrando en contacto y me dijeron que yo tenía derechos en el país y que no tenía porqué aguantar esto.

Además, mi hijo se lo contó a una profesora, después de ver cómo su padre me tiraba un control remoto de TV y dijera delante de él que me iba a matar.

Entonces en la escuela me hablaron de organizaciones que podían ayudarme y acudí a terapia. Allí me aseguraron que tenía derechos y que podía solicitar la residencia indefinida en el país por ser víctima de maltrato.

Entonces empecé a sentir un poco de fuerza. Le dije a él que había ido a asesorarme y que sabía que no estaba sometida a él y que si le denunciaba podían meterlo en la cárcel. Pero aún así, él seguía convenciéndome de que esto no era así.

Hasta que un día me arrojó un frasco de champú a la cara. Y entonces fue el momento. Llamé a la policía y lo detuvieron. Sentí miedo de que volviera por mí, pero después comencé a sentirme tranquila. No ha vuelto a entrar en mi casa. Quién sabe que hubiera pasado si no lo hago. Quizas hasta me mata.

Después de todos estos años de sufrimiento, ¿cómo se siente ahora?

Hoy me siento muy bien, libre y feliz. Hasta mi sonrisa la siento diferente. Hace muchísimos años que no me encontraba así. Después de tantos años en los que él siempre me hizo sentir la más fea, la más tonta, me había acostumbrado. Mi autoestima era bajísima. El maltrato fue muy tenaz, todo el tiempo. Pero ahora estoy contenta porque ya dejé de ser su sirvienta, la que le aguantaba los golpes, le cocinaba y le limpiaba. Ahora puedo volver a salir a divertirme con mis hijos. Me pongo a pensar y digo tantos años perdidos y desperdiciados, tanta dedicación a una persona para que nunca me lo haya valorado. No debí aguantar tanto. Ahora mismo tengo muchísimos problemas económicos, legales, pero ya vendrán tiempos mejores.

A una mujer que sufre maltrato le diría que no aguante ni la primera. Porque después de permitir la primera, va a aguantar la segunda y la tercera. Si yo no hubiera permitido la primera mala palabra… Por eso le digo a mi hija el día que un novio te de el primer grito, falta de respeto, lo para y se acabó.

(*) Nombre ficticio, cambiado a petición de la entrevistada.

(Fotos: Pixabay)

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