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Amada Silva, sí… solamente Amada

Llegó al Reino Unido huyendo, junto a su familia, de la situación política por la que pasaba su país. Durante las más de tres décadas que lleva viviendo en este país, ha trabajado ayudando a mucha gente en situaciones problemáticas, principalmente a ancianos latinoamericanos.

 

Amada Silva.

Benjamin Serra

 

“De ahora en adelante olvídese de su nombre, a partir de este momento ustedes son refugiados y están bajo la bandera de las Naciones Unidas”. De este modo se enteró Amada de que iba a tener que dejar atrás junto a su familia su Chile natal durante mucho tiempo, más del que hubiera querido.

Amada y su familia salieron de Chile el 6 de Junio de 1974. Recuerda a la perfección esa fecha. La presión política que sufrían los partidarios de la izquierda los obligó a abandonar su país y refugiarse primero en Argentina para posteriormente acabar viviendo en el Reino Unido.

“Yo pensaba que todo iba a pasar pronto, que Pinochet iba a caer y que volveríamos a Chile cuando todo hubiera acabado”. Así se sentía Amada los primeros días que se escondieron en un hotel de Mendoza, al oeste de Argentina. Su esposo, sus cuatro hijos y su madre. Todos huyendo después de la situación que estaba viviendo el país tras el golpe militar de Augusto Pinochet.

El dueño del hotel en el que se alojaban le preguntó “Señora, ¿es usted de izquierdas y chilena? Amada, extrañada por la pregunta, no supo que responder. Un grupo de militares los estaba buscando. El hombre ayudó a salir del hotel a la familia cuyo hijo más pequeño, que había nacido prematuro, aún era un bebé en los brazos de Amada.

Sin saber muy bien como, Amada y su familia llegaron a un lugar en el que fueron interrogados por separado para contrastar su versiones y allí fue donde les informaron que se habían convertido en refugiados políticos y que los iban a mandar a otro lugar. Amada dijo que solo estarían en esa situación hasta que todo pasara en Chile. “Señora, no sea soñadora” fue la respuesta que le dieron.

Recorrieron varios hoteles huyendo de las bombas que colocaban los militares y por el camino iban perdiendo sus pertenencias. Salían corriendo con lo puesto. Casi un año, Amada y su familia estuvieron en un refugio cerca de Buenos Aires hasta que llegó el turno de escoger el país que los iba a acoger. Fueron muchas las entrevistas con distintas embajadas. Les iban a proporcionar una visa para la Unión Soviética pero la rechazó.

La embajada alemana no le permitió entrar a la entrevista, sólo a su esposo así que Amada, una mujer de carácter, se negó. Después vinieron las entrevistas con Canadá, Finlandia y Australia.

En la Embajada de Gran Bretaña, el cónsul la invitó a pasar y le preguntó que es lo que sabía acerca del país. Amada, con toda sinceridad le contó sus impresiones. Que era un país racista, que hablaban inglés, que hacía mucho frío y había niebla. “¿Pero hay algo que le disguste del Reino Unido?”

“A mi me disgusta cualquier país que no sea el mío en este momento” fue la respuesta de Amada Silva. “Es como un niño al que le dan un caramelo y luego se lo quitan. A mi nadie me dio Chile, yo nací allí y de repente me echan sin saber por qué”, cuenta. “Y ahora lo sé, por estar del lado de los pobres, de los hambrientos, de los que no disponen de educación, por que me hice enfermera y trabajadora social y por que soy psicóloga”, añade.

Sólo aceptó a marcharse con su familia a Inglaterra cuando le dijeron que había trabajo. Pero no lo había.

Se trasladaron desde Birmingham a Escocia al poco tiempo y sólo sabían el nombre de la estación en la que tenían que bajar. Se llamaba Dundee. Allí los esperaba un gran número de gente con banderas chilenas y un hombre con un cartel: Bienvenida familia Vergara.

Los primeros tiempos fueron víctimas del racismo y la xenofobia. Recuerda perfectamente que un día fue a comprar mortadela a una tienda sin saber inglés. Pidió un pequeño trozo pero le pusieron de más. Sólo disponía de 10 libras y el precio era de 10,50. Preguntó si había alguien en la tienda que hablara español y un hombre le dijo que tenía que pagarlo porque lo había pedido. Amada no entendía nada de lo que le decían pero aprendió unas de sus primeras palabras en inglés “fucking foreigner”.

De sus cuatro hijos, Soledad, Amada, Boris y Fernando fue este último el que sufrió uno de esos ataques racistas que lo llevó al hospital. Salió a jugar con el resto de niños a la calle pero lo amarraron las manos con alambres y le llenaron el cuerpo y la cara con excrementos humanos. “Lo bueno de eso fue que dijo que iba a estudiar inglés y que iba a convertirse en un hombre prominente, y que iba a salir en todos los diarios. Al tiempo, fue campeón de natación y salió en los diarios, pero porque tiró la medalla al río después de haber ganado. Dijo que ya no la necesitaba”.

Durante los 10 años que la familia vivió en Escocia, Amada Silva trabajó para la gente que no tenía posibilidades y gente que veía abusados sus derechos. Además aceptó un empleo relacionado con las trabajadoras del hogar y así se fundó la primera asociación de homeworkers.

Los periódicos, las radios y la televisión la buscaban.  Hasta tuvo un programa en la radio local de Dundee, “Llame a Amada”. “Tanto hablé que me echaron”, dice. De este modo le ofrecieron un trabajo en el Greater London Council y una casa como ella quería, con jardín. Sin embargo, cuando llegaron a Londres ya no se encontraba disponible ese trabajo.

El 6 de enero de 1986 llegó a Londres. Y fue en esta ciudad donde se dedicó más de 23 años al Club de los Años Dorados, un centro de día para ancianos latinos y no latinos “que siempre fue muy aceptado y del que todavía se habla”. Los recortes acabaron con este servicio.

Pero este club le ayudó a apartarse de la política. Se sentía desencantada. “Me di cuenta de que había sinvergüenzas por todos lados, que si tienes amigos puedes conseguir cosas y a mi eso no me gustó”.

Amada piensa que en el partido no debía haber jerarquías. “Para mi todos somos iguales, tenemos las mismas necesidades y si unos saben de unas cosas, otros saben de otras”. Trabajaba todos los domingos vendiendo té, café y empanadas con el objetivo de recaudar fondos para el partido político hasta que después de dos años se plantó.

Se retiró del partido y decidió que iba a trabajar a su manera. “Si veo a una persona en apuros, aunque sea nazi, la voy a ayudar. No me importa su ideología ni de donde sea”. Siempre ha mantenido mucha relación con la comunidad inmigrante. Amada es consciente de los problemas que viven muchas personas porque ella también los ha sufrido. “Lo que das desinteresadamente, lo vas a recibir mañana. Y si no lo recibes, no importa. Eso te convierte en mejor persona y es lo que he tratado de hacer”.

(Fotos: Pixabay)

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