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Anti-crítica de arte o cómo juzgar al zapatero siendo sastre

«Quien sabe hacer música la hace, quien sabe menos la enseña, quien sabe menos todavía la organiza, y quien no sabe la critica.» Luciano Pavarotti.

 

Macu Gavilán

 

Cuentan las malas lenguas que los críticos sienten un placer secreto, casi genital, cuando encuentran en la obra que analizan eso que ellos llaman influencias. No hay arte que los críticos halaguen al que no le hallen relación con obras precedentes y coetáneas. Dicen que por eso a los artistas innovadores les ha costado tanto ser reconocidos.

Murmuran que no es sino la cantidad de tales influencias la que determina con asombrosa nitidez –que sólo los críticos pueden ver- eso que ellos llaman «calidad» en el arte. Los doctos criban el buen arte del que no lo es con una ecuación sencilla: cuantas más influencias tenga, más calidad, como si se tratara de los nutrientes de un cocido.

Por eso, la gente va preguntando por las calles ¿qué son esas influencias y qué tienen para que los críticos basen en ellas esta delgada línea entre el Buen y el Mal –arte-? Y yo que soy prófuga de la filología, he oído decir que las influencias no son otra cosa que citas directas o indirectas, referencias conscientes o inconscientes que tienden un hilo entre la obra de arte y un pasado o un presente con el que –supuestamente- dialogan.

A veces surgen preguntas atrevidas: ¿No son estas referencias y este diálogo lo propio de las tesis doctorales? –Dicen algunos- ¿Por qué buscar en el arte aquello que no es exclusivo de él? –Preguntan otros-.

Si el propósito del artista es hacer cosas bellas y lo propio del crítico es investigar, no se pueden aplicar los criterios de la investigación a las obras del artista.

Siempre quedará mal parada el águila si la juzgan por su capacidad para cargar como una mula (haciendo oídos sordos a sus intentos de explicar que nació para volar).

Si el arte es un oficio, los encargados de juzgarlo y criticarlo deben ser los artistas y no ningún otro experto. ¿Acaso permitirían que un constructor de guitarras le dijese cómo diseñar un avión a un ingeniero aeronáutico? No. Porque el objetivo de los aviones no es el de sonar como guitarras.

El problema que subyace detrás de todo esto –concluyen unos- es una confusión entre dos oficios distintos. Lo propio de la crítica es hacer trabajos de investigación y juzgarlos según los instrumentos con los cuenta su oficio. Lo propio del artista es crear y su forma de criticar obras de arte es haciendo obras mejores.

Se ha propuesto a todos los críticos de arte que se sienten a escribir los versos que les hubiera gustado leer y aún no han leído, para que todos disfrutemos de su perfección. Si todos ellos hacen caso a esta petición popular no habrá nadie que ande moscardeando el trabajo de los poetas y señalando aquello que no lograron.

Pero, al parecer, el asunto se extiende también a una confusión de las metas en estos dos oficios.

La única explicación de que un crítico juzgue la obra de un artista es que se piense que el artista pretende ser crítico –y nadie le diga lo contrario-. Quizás no hayan pensado que, si quisieran, los artistas harían reseñas de libros en lugar de libros de poemas.

Después de toda esta controversia, se han visto carteles en las calles que decían “La finalidad principal del arte es la belleza y no porque yo lo diga, sino porque el tiempo lo dice –nos tomamos un café cada domingo-. El hombre no conserva una obra de arte si no es bella. Y si no, el tiempo refutará también mi argumento conservando esos retretes que se han colocado en los museos modernos. Fdo. Anónimo.”

Esto es lo que dicen las malas lenguas, yo prefiero mantenerme neutral.

El retretees un juguete.

(Fotos: Pixabay)

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