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La actualidad de la identidad

Se podría pensar que la cuestión de la identidad ha perdido relevancia en un mundo cada vez más globalizado e interconectado. Efectivamente no es difícil constatar que las identidades se han vuelto más fluidas, efímeras y contingentes.

 

Belleza, la obsesion mujer asiatica pixabay 3Claudio Chipana Gutiérrez

 

No sólo la globalización sino también la migración y el aumento vertiginoso del rol de las redes comunicativas han hecho posible que las identidades individuales y las propias identidades nacionales se tornen más maleables y difícilmente susceptibles de ser encasillados en categorías o definiciones fijas.

El postmodernismo, por su parte, ha insistido en la pérdida de fuerza del sujeto centrado, homogéneo y dueño de su destino.

La identidad pierde así protagonismo y deviene  una realidad fragmentada. Los postmodernistas pusieron la mira en la identidad “esencialista».

Es verdad que las naciones no son ya tal como se la entendió en tiempos decimonónicos entes cerrados.

La globalización ha significado el aumento del rol de los organismos supranacionales, y de las identidades transnacionales. Las identidades nacionales y locales fueron afectadas.

Los estilos de vida, las formas de pensar, las “meta-narrativas”, se relativizaron. Es la entrada al  mundo de las diferencias, Es decir, la diferenciación indiferenciada como diría la teórica Nelly Richard.

Los movimientos migratorios de grupos humanos, por ejemplo los refugiados y los que huyen de la crisis, que desde mucho antes han remodelado las sociedades promoviendo la fusión de culturas, han persistido y se han intensificado  por el incremento de las redes culturales y la demanda de la  de mano de obra disponible y barata.

Las culturas nacionales se entrecruzan y  las fronteras se hacen más permeables. La identidad nacional entra en crisis.

Sin embargo, si bien la identidad se ha diluido y fragmentado en muchos aspectos, ésta no ha desaparecido. Al contrario, ha recobrado importancia. La respuesta a la globalización en lo que respecta a su lado hegemónico y jerárquico no se hizo esperar.

Resurge, entonces, el poder de la identidad, de las etnias que no quieren ser barridas no absorbidas por el universalismo y la homogenización, de las minorías que buscan un espacio propio en la sociedad, en la nación tradicional. Emergen nuevas identidades contestatarias.

El multiculturalismo ha permitido que las minorías étnicas y los inmigrantes no sean absorbidos por los discursos dominantes. La lucha por el reconocimiento y la tolerancia junto con los derechos civiles y ciudadanos ha cobrado nuevas formas. Las comunidades negras, las mujeres, los migrantes  y otros grupos han puesto  en el centro de la disputa por un nuevo discurso de la nación sus derechos y sus identidades en directa confrontación del Estado monocultural y las convenciones patriarcales y racistas.

El problema no es la globalización sino su carácter desigual y autoritario. Como resultado de los nuevos nacionalismos, aquellos que rechazan a los inmigrantes, han asomado la islamofobia y la xenofobia.

De esta forma, dos extremos  de la identidad que surgen de las mismas circunstancias, el ultranacionalismo y el fundamentalismo.

En este enjambre de encuentros y desencuentros de identidades étnicas, culturales y religiosas resulta insostenible decir que las identidades han desaparecido o que han disminuido en importancia. Lo local siempre se rebelará contra a los global si éste se convierte en una amenaza económica, cultural y medioambiental. El otro ha de buscar su reconocimiento.

La identidad es tanto o más necesaria que antes. Pero hay dos vías para la identidad. O la identidad incluyente o la identidad excluyente.  O la identidad en base al diálogo o aquella en base al arrasamiento del otro.

Mientras que el nacionalismo extremo afirma el lado autoritario de la globalización que ahonda las desigualdades y exclusiones, las identidades de las minorías pugnan por una globalización más democrática.   (Fotos: Pixabay)

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