En Foco, Opinión

La mujer y la ciudad: misoginia imperdonable

El mundo fue construido desde el machismo cuando se dijo que Dios era hombre. Concepto del que no escapa Bogotá, ciudad deformada hasta llegar a ser una megalópolis sin principio ni fin, a la cual el conquistador español le cambio arbitrariamente su nombre de Bacatá por Bogotá.

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Armando Orozco Tovar   

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Bogotá, tampoco se construyó para hacerle la vida más fácil a los débiles: Los minusválidos, ancianos, niños, o mujeres, que tuvieron que remplazar sus faldas por pantalones con el fin de poder saltar, correr, levantarse y trepar por todos los obstáculos puestos para ella en la urbe, porque con sus vestimentas era imposible realizar tales maromas varoniles.

Esta ciudad parece tener sobre su pecho el letrero: “Sólo para hombres”, como los avisos en las puertas para baños. La aldea bogotana de los cuarenta, cincuenta y parte de los sesentas del siglo anterior no contaba con cafeterías para que las mujeres pudieran tomarse un refresco, sólo existiendo los famosos cafés para hombres, y sólo aparecieron estos establecimientos hacia el año sesenta y ocho. Tampoco existían baños para ellas en otros establecimientos.

La mujer en la historia colombiana ha sido invisibilizada y marginada. A la universidad pública no llegaba, tampoco a cargos importantes, puesto que no tenía derecho ni a votar en las elecciones, y con respecto a lo cultural: arte, literatura y poesía, permanecía con contadas excepciones en la más absoluta inopia.

Es el caso de la pintora paisa Devora Arango, ninguneada y atacada por el político conservador Laureano Gómez, la cual se encerró durante años en su casa para poder realizar su obra. Sólo las damas de la sociedad bogotana podían asistir en Bogotá a charlas de arte con la argentina Marta Traba, llegada de París a mediados de los cincuenta para enseñar arte moderno.

Un gran número de campesinas boyacenses venían a Bogotá en busca de trabajo, empleándose como domésticas en las casas de las familias ricas o pudientes, sufriendo muchas de ellas, toda clase de abusos y violaciones por parte de sus patronos.

Algunas terminaban sus vidas en prostíbulos y nunca contaron con protección del estado. No se les reconocían prestaciones, ni las afiliaban al Seguro Social (ISS).

El ama de casa debía aprenderse de memoria como el catecismo del padre Astete. El decálogo de la esposa obediente, resignada y piadosa, con capacidad todo terreno para realizar todos los oficios.

No tenía derecho a cesantía, ni prestaciones sociales, ni mucho menos a pensión y debía resignarse calladamente al continuo maltrato durante toda su vida.

La  gravedad de esta aberrante situación contra la mujer es que hasta hoy no se ha superado totalmente  el  maltrato como lo recalcó hace algún tiempo un informe de Medicina Legal: “La violencia intrafamiliar es un fenómeno creciente porque entre el 2008 y el 2009 las denuncias pasaron de 71.632 a 75.490, que cada año le cuesta la vida a más de 100 mujeres…”

En el 67, para una entrevista a la revista Vanidades, Jorge Luis Borges, el poeta argentino dijo al referirse a la situación de la mujer: “Cuando más rasgos primitivos tienen las sociedades, menos permiten la participación de la mujer y más actos violentos y de discriminación se comete contra ella. Con el maltrato a la mujer se demuestra que son las instituciones las que están en crisis.”

Esto quiere decir que en Colombia las instituciones están y siempre han estado en crisis, y algunos periodistas deportivos al referirse a la violencia contra la mujer, se equivocaron cuando escribieron en defensa del Bolillo Gómez: “Los hombres que realizan estos hechos contra la mujer no son asesinos sino hombres apasionados y locos de amor, los cuales la mayoría de las veces pierden la razón por celos…” (Memorias de The Prisma. Noviembre 2016.)

(Fotos: Pixabay)

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