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Un latino tras las rejas: la detención de José

Ni sus papeles en trámite ni sus problemas de movilidad fueron suficientes para impedir que este venezolano estuviera casi 4 meses detenido en un centro de detención de inmigrantes en el Reino Unido. Aquí detalla cómo son las redadas, la escasa atención médica y los trucos del Home Office para forzar la deportación.

 

Marcos Ortiz F.

 

“Fui a un festival de música con un amigo porque él tiene puestos de diferentes cosas. Me dijo que tenía unos spare tickets y simplemente me dio uno y entré”. A sus 32 años, José (su nombre verdadero ha sido cambiado) no olvida ese día de 2016 en que fue detenido por el Home Office británico.

“Llegaron con bastantes efectivos y como 12 vans. Empezaron a pedir pasaportes. Yo tenía el mío, el venezolano obviamente. Se los mostré y me dijeron tú estás over stay. Yo les dije que sí, pero que estaba en un proceso, que llamaran a mi abogado o a mi pareja. No llamaron a nadie”.

Oriundo de Venezuela, José llevaba cuatro años en el Reino Unido, país al que entró como músico para tocar con su banda. “Las cosas en mi país ya se estaban deteriorando. Tenía una empresa de construcción con mi padre y el gobierno la expropió. Básicamente no tenía un futuro claro allá y decidí quedarme”. Hoy José es parte de Freed Voices, agrupación que ayuda a inmigrantes detenidos desde su propia experiencia.

José vivía en Londres junto a su novia, una venezolana con pasaporte español con quien planeaba casarse y formar familia. Estando acá su padre murió y la imposibilidad de ir al funeral –puesto que perdería los trámites que tenía en marcha en Inglaterra– lo hizo caer en una depresión que terminó también con la relación.

En eso estaba hasta el día del festival.

“Yo tengo problemas en mis rodillas, entonces estaba sentado en un banco. Los vi venir, pero como tenía un proceso en marcha no tenía nada que temer. De hecho no hubo ninguna confrontación”.

José explicó que tenía una ongoing application, pero aun así fue llevado a la salida. “Nunca me había visto rodeado de tanta policía, ni he tenido problema con la policía. Nunca he sido el objeto de tanta pregunta. Ahí sí entré en pánico. Me sentí como un criminal, como que me estaban acusando de algo y ni siquiera sabía de qué. Fue muy intimidante”.

Los oficiales revisaron sus cosas, tomaron su teléfono, le pasaron ropa naranja y lo metieron en una celda. La noche la pasó en la comisaría sobre una cama de concreto.

Al día siguiente, ya con su ropa, fue llevado al centro de detención. “Yo pensaba que me iban a deportar en ese mismo momento. Es una incertidumbre absoluta, no sabes dónde te llevan o cuánto tiempo vas a estar en donde estés. Ellos tienen la actitud de te agarramos, jodiste”.

A las pocas horas llegó al centro de detención. “Lo primero que ves es la cantidad de vallas y alambres de púa. Te das cuenta de que estás entrando a algo así como una prisión. Yo tuve un breakdown, sentí que ya este era el final”.

La vida de un detenido

“Lo que ves antes de entrar a las habitaciones son puras rejas. Me llevaron al centro médico y me hicieron algunas preguntas, nada profundo. Yo les dije que tenía problemas en mis rodillas”.

Internado en una pieza para seis, José conoció a inmigrantes de Portugal, Italia, Polonia, Rumania, países árabes, africanos y latinoamericanos. Uno de ellos llevaba un año y 8 meses adentro.

“El sitio y las reglas están diseñadas para que simplemente te quiebres. Chequean las habitaciones dos veces cada noche. Aunque parezca ridículo, puedes trabajar, es legal. Te pagan £1 la hora”. José trabajó enseñando inglés. “Escondido ayudaba con los casos, porque empecé a leer las leyes. Había casos muy sencillos, haciendo dos cositas ya podían salir”.

“Había tres menores de edad. El Home Office decía que no eran menores, pero no había forma de corroborarlo. Pero eran adolescentes, 15-16 años, uno lucía de 13, todos musulmanes. Los veías llorando en los pasillos, no hablaban inglés. Si es fuerte para uno, imagínate para ellos”.

“Y también había gente muy anciana. Un señor tenía 40 años en el país, con familia, y lo estaban tratando de deportar. El tipo es un abuelo, ni siquiera habla el idioma de donde era originario”.

El duro proceso

“Este es el único lugar donde nadie espera el fin de semana. Tu abogado no está trabajando, pero el Home Office sí. Entonces empiezan a llamarte y dicen que tienes un ticket de avión. Pasas todo el fin de semana pensando que te van a deportar. Es una tortura”.

Para salir, José postuló a una fianza. “Al juez le interesa que tengas un lugar donde quedarte, que no seas una amenaza para la sociedad y que el Home Office no tenga una fecha para deportarte”, explica.

“Tienes que tener surities que pongan un dinero en garantía. Si tienes £500 y estás dispuesto a dar £300 por esa persona el tribunal lo ve como bastante. Si alguien se ha involucrado en algún delito, el juez puede pedir £5.000 o £10.000”.

Lo más difícil es llegar al momento del juicio para la fianza. “De una manera muy elegante debes decir las cosas que ellos han hecho mal. En mi caso fue que no tomaron en cuenta mi problema de movilidad”.

El juicio se realiza en Newport, donde se encuentran los avales, el juez y el abogado del Home Office. El detenido sigue todo por una pantalla desde el centro de detención. La primera vez que José lo intentó, no pudo. El Home Office fue más rápido y un día antes del juicio apareció con los pasajes de avión. José prefirió retirar el caso y su abogado canceló el vuelo. “Ahí aprendí que hay un negocio. Alguien está ganando dinero. Mientras más rápido te quieras ir más tiempo pasas. Nadie llega y se va a las dos semanas”.

Las consecuencias del encierro

“Había gente deprimida que no salía de su habitación, no iban a comer. Había gente que con el estrés se ponían violentos. Yo presencié cuando una persona estaba en el gimnasio levantando pesas, de repente agarró una y empezó a reventar todos los cristales. Estaba totalmente fuera de sí”, recuerda.

La escasa contención llegaba gracias a organizaciones de caridad. “Detention action, Asylum welcome o Music in detention son charities de verdad necesarias, pueden hacerte sentir que eres un ser humano, que tienes derechos, que no eres un criminal”.

Y agrega: “Nunca vi sicólogos. Me trataban mejor los guardias que los enfermeros. Yo me caí en una de las duchas y me torcí la rodilla. El guardia me cogió, me puso la silla de ruedas y me llevó para la enfermería. Cuando llegamos el enfermero me retó. «¡Y qué te pasó! ¡Tienes que tener cuidado! ¡Levántate! Yo no me podía levantar, no me podía ni quitar el short. No creen que tengas una dolencia, a todo el mundo lo tratan mal”.  Luego de 3 meses y 3 semanas de encierro, José quedó en libertad. Aun así, debe firmar cada dos semanas y las secuelas siguen presentes. “Yo tengo problemas para dormir. Me levanto normalmente a las horas en que ellos entraban en el cuarto. Si veo una luz de patrulla me pongo muy nervioso. Ellos me metieron ese miedo en la cabeza de que soy un criminal. Ahora tengo la paradoja de que estoy afuera, pero no me siento libre. No me puedo sentir libre”.

(Fotos: Pixabay)

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