Migrantes, Multicultura

La lucha de un inmigrante para permanecer en el RU

Yadin Londoño tenía nueve años de edad cuando viajó a Inglaterra desde Colombia. A partir de ese momento, hizo del país británico su hogar, la patria de sus hijos y de su propia vida. Sin embargo, 40 años después de su llegada, podría ser deportado.

 

Virginia Moreno Molina

 

“En 1978 nos fuimos por motivos económicos, pero también porque mi padre era un poco revolucionario involucrado en política y en Colombia, si no estás con el gobierno, te ponen la ficha negra”, cuenta.

El inicio en la capital inglesa fue difícil, los tres vivían en una habitación y Yadin comenzó a atender la escuela local cerca de su casa. Esa parte de su infancia se vio afectada por la dificultad con el inglés y el racismo que imperaba en aquella época. “No había nadie que hablara español y no tenía ningún apoyo en el colegio”, explica. Además, “mis padres trabajaban a tiempo completo y a mí me tocaba ir y venir de la escuela solo”, recuerda. Era en ese recorrido del colegio a casa en el que los otros niños “me perseguían y me llamaban `paki´ o `indiano´ y si me pillaban, eran ataques físicos”.

En la secundaria las cosas comenzaron a mejorar: el ayuntamiento les dio una casa, Yadin ya hablaba inglés y comenzó a juntarse con “la comunidad negra, ya que no encajaba con la comunidad blanca”.

Ya en 1981 su padre recibió el Indefinite Remain (derecho de permanecer en el Reino Unido), que se extendía a la familia. Y en ese mismo año, su hermana pequeña nació.

Pero Yadin explica que sus padres tenían una relación “muy explosiva”, así que cinco años después se divorciaron. “Mi hermana se fue con mi madre y yo no supe elegir, por lo que me fuí solo”, dice. Tenía 16 años y aunque al principio vivió con algunos amigos, terminó en la calle hasta que encontró un trabajo y comenzó a compartir piso.

Conoció a su primera esposa en 1986 y se casaron un año después. Tuvieron un niño y una niña, pero la relación se terminó a los siete años. Fruto de otras dos relaciones, tuvo dos hijos más. Según cuenta, tiene una buena relación con todos ellos y sus madres. “Cuando hay algún problema, las madres me llaman para que arregle la situación, soy el intermediario para que hagan las paces”, explica Londoño.

Sin embargo, desde joven tuvo algunos altercados con la policía. “Me arrestaron por conducir sin licencia, tuve otro arresto por conducción indebida y una pelea en un club”, recuerda. En todos ellos cumplió horas de servicio a la comunidad y pagó pequeñas cantidades de dinero como multas.

Desesperación

En 2005, durante su segundo matrimonio y con cuatro hijos, su vida comenzó a decaer. “Perdí el trabajo, las cuentas empezaron a entrar y no tenía dinero”, explica.

Así que, por la “desesperación” y la “estupidez”, aceptó un trabajo que un amigo le ofreció. “Al principio me negué, pero al final acepté arriesgándome”, dice.

Cuenta que le entregaron un maletín con dos kilos de cocaína y un bote con un químico,  y le dijeron que lo llevase a Escocia. “Yo no miré lo que era, pero lo intuía”, reconoce.

El mismo día de su partida fue a visitar a su madre, donde casualmente también estaba su hermana. “Ella nunca había estado en Escocia, así que me insistieron para que  viniese”, explica.

Yadin reitera que su hermana no sabía absolutamente nada, “me inventé una historia sobre mi ida a Escocia, y como nunca estuve metido en nada de eso, no sospechó”.

Sin embargo, la misma persona que le había ofrecido el trabajo, “fue el que me delató a la policía”. Cuando llegó a Escocia, ya lo estaban esperando.

Los arrestaron a ambos, y cuando Yadin fue entrevistado por la policía explicó lo ocurrido y eximió a su hermana de toda culpa.

Por el miedo a posibles represalias hacia su familia, no reveló el nombre de la persona que le dio el trabajo. Aceptó los cargos y dejaron a su hermana libre.

Sentencia

Londoño fue llevado a la corte y puesto en libertad bajo fianza, a la espera de un juicio. Y aunque iban a sentenciarlo a siete años, aceptó la culpabilidad y redujeron la pena a 5 años. Además, pasó por un análisis psicológico, social y de estabilidad con su familia.

Debido a que el informe fue favorable, la sentencia fue reducida. “En 2006 me sentenciaron y me dieron tres años para servir, que se quedarían en 18 meses según mi comportamiento”, explica.

Estuvo diariamente 23 horas encerrado y una hora libre durante cuatro meses en la prisión de Barlinnie, en Glasgow. Después de ese tiempo, comenzó a trabajar en las cocinas, a hacer cursos e ir al gimnasio.

“Fue horrible porque estaba lejos de mi familia y no estaba bien con mi esposa”, recuerda.

En noviembre de 2006, Yadin se enteró que había espacio en una cárcel abierta: tres semanas en la cárcel y una en casa. Envió la solicitud, la aceptaron y pasó el resto de su condena allí. Cumplidos los 18 meses, y debido a su buen comportamiento, salió en libertad. Divorciado de su segunda esposa, le surgió la oportunidad de trabajar como supervisor para una empresa de limpieza en Fosters & Partners, en Battersea, con unos arquitectos.

Ya en 2008 conoció a la que fue su última novia: “Una mujer increíble, me apoyó en todo con mis hijos”, recuerda.

“Desafortunadamente le encontraron un tumor maligno y, aunque fue operada, tuvo metástasis”, explica emocionado. Estuvieron juntos hasta que ella falleció, hace ya cuatro años.

Londoño recalca la excelente relación que tenía con todos sus hijos. Sin embargo, cuando murió, su vida se desmoronó. Perdió el trabajo y decidió comenzar en algo menos exigente.

Un año después, volvieron a contactarlo de la empresa de Battersea para volver con ellos.

Deportación

Desde la compañía le pidieron actualizar sus documentos y es ahí cuando comenzaron los problemas.

“Tenía mi visa en un pasaporte caducado, aunque tengo uno nuevo también, pero sin la estampa del Indefinite Remain to Leave (IRL)”, explica.

Envió la solicitud para obtener la Biometric Card, que era más barata y lo mismo que la estampa.

“El 8 de marzo de 2016 me llegó una carta de la Home Office, donde esperaba la nueva tarjeta, pero se trataba de la notificación de deportación por mi criminalidad”, dice.

Sin entender lo que estaba ocurriendo, comenzó su batalla legal con la Home Office. En su primera apelación, “apelé a los derechos humanos con respecto a mi familia, pero la Home Office la rechazó diciendo que, si quería tener contacto con ellos, utilizara Skype”, explica indignado.

Lucha

Desde esa primera carta, el tiempo ha ido pasando y se ha quedado sin trabajo, sin ahorros, ha perdido su apartamento y vive en casa de su padre, quien es pensionista.

Su vida sigue, pero el miedo a ser deportado es latente. Yadin explica cómo sus hijos tienen problemas emocionales con altibajos en su vida privada. “Soy el que habla con ellos, los escucha y los ayuda a superar esto”, afirma.

Todos están trabajando y estudiando, y Londoño teme perderse las diferentes etapas de la vida de sus hijos.

Actualmente, está a la espera de una segunda apelación, la cual ha sido pospuesta tres veces. Durante este tiempo se ha dedicado a recolectar referencias y cartas de sus familiares, amigos y trabajos para presentarlas. Y aunque entiende que la Home Office está cumpliendo con su trabajo, piensa que “hay que investigar cada caso y juzgarlo acorde con la situación”.

“Toda mi familia es británica… fue culpa mía no haber hecho la doble nacionalidad”, señala con rabia. Pero Yadin nunca imaginó que se encontraría en tal situación teniendo en cuenta que sus padres, y por extensión él también, tienen el permiso de estancia indefinida.

“¿Cómo 10 años después me castigan a mí y a mi familia después de que ya pagué por lo que hice?”, se pregunta una y otra vez.

(Photos: Pixabay)

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