Globo, Latinoamerica, Reino Unido

Nicaragua: periodismo en tiempos de invasión

El autor de este artículo es uno de los muchos periodistas que han sido “Testigos y protagonistas”  de la historia de varios países donde se han producido cambios sociales y políticos.

 

Pedro Rioseco

 

Como era frecuente en Nicaragua en esos días de 1987 a causa del enfrentamiento del Ejército Popular Sandinista (EPS) a la ofensiva desatada desde Honduras por fuerzas de ‘la contra’, el repiquetear del teléfono rompió la tranquilidad de la madrugada.

El anuncio telefónico movilizó a la corresponsalía de Prensa Latina en Managua para desplazarse de inmediato a la base aérea capitalina y abordar un helicóptero militar hasta un sector fronterizo con Honduras, donde un fuerte combate el día anterior ocasionó numerosas bajas a los contras. Trasladarse en auto desde el sector de la casa-oficina hasta el extremo norte de la capital, en medio de una ciudad oscura donde era necesario cumplir ciertas medidas de seguridad para evitar incidentes peligrosos o al menos desagradables, fue el mejor remedio para despertar del todo.

Al llegar a la base aérea, cumplidos todos los controles de acceso a una instalación militar en un país en guerra, llegamos a un salón donde ya estaban algunos corresponsales invitados a este vuelo entre los más de un centenar que reportaban el conflicto desde el país para disímiles medios de prensa.

Las luces del día nos sorprendieron en la espera de una definición de la ruta que seguiría el helicóptero con los periodistas y los dos de escolta, en dependencia de las informaciones sobre la ubicación de tropas de la contra en el territorio y en previsión de un ataque con las peligrosas ‘flechas’ (misiles personales tierra-aire).

Al abordar el helicóptero ruso bimotor de transporte de la Fuerza Aérea Sandinista, con el equipamiento de misiles y ametralladoras que lo hizo tan temido por las tropas contras, nos acomodamos apretados en bancos a ambos lados de la nave respetando el espacio central sin saber hasta entonces cuál era su objetivo.

Con el típico desenfado nica, los tripulantes aclararon el misterio. Al tener que sobrevolar zonas de combate y otras cercanas adonde se localizaron el día anterior concentraciones de tropas de la contra, el centro era para poner a los muertos o heridos de nosotros si sus balas perforaban el piso o las paredes laterales de la nave. “¡Y que nadie se pare o nos caemos todos!”, advirtió el capitán que comandaba la misión, mientras en las puertas abiertas se acomodaban soldados con ametralladoras preparadas para contestar un eventual ataque desde tierra.

Las casi tres horas de vuelo en posición de combate, con la nariz ligeramente inclinada hacia abajo, nos permitió apreciar la belleza de los bosques de Nicaragua, los mismos donde el 5 de octubre del año anterior fue derribado un avión táctico de transporte C-123K de Estados Unidos, y capturado el piloto norteamericano Eugene Hasenfus.

Este derribo y la captura en Nicaragua de un piloto estadounidense, a cuyo lugar en medio de un espeso bosque pudimos llegar un pequeño grupo de periodistas, demostró al mundo la complicidad del Gobierno de Washington en el abastecimiento por 100 millones de dólares a las fuerzas contrarrevolucionarias con bases en Honduras, pero ese es otro relato.

El sordo ruido de los motores de los MI-17 se unió al torbellino de arena que levantaron en su descenso en un pequeño claro a orillas de uno de los numerosos afluentes del río Coco, el segundo más largo de Centroamérica con 550 kilómetros y que delimita parte de los 966 kilómetros de la extensa frontera norte de Nicaragua con Honduras.

Desde las ventanillas de la aeronave, pese al polvo del aterrizaje, podían verse numerosos cadáveres resultantes del combate de la noche anterior y alrededor un fuerte dispositivo de jóvenes combatientes sandinistas listos para repeler cualquier nuevo ataque desde el otro lado del poco caudaloso río.

Un improvisado puesto de mando bajo unos árboles sirvió para entrevistar a jefes y combatientes de este episodio bélico, que solo se diferenciaba por su magnitud de los ocurridos a diario durante casi una década en una guerra dirigida y financiada por Washington que recibió la condena de la Corte Internacional de Justicia de La Haya.

La constante presencia para los periodistas del fallo emitido el 27 de junio de 1986, que obligaba a Estados Unidos a pagar una millonaria indemnización por daños físicos superiores a los 17 mil millones de dólares y más de 38 mil muertos, nos la recordaron con crudeza los cadáveres alineados en la arena.

El histórico fallo, emitido luego de dos años de presentado el reclamo a la Corte por el Gobierno sandinista, fue desconocido sistemáticamente por las autoridades de Washington, que nunca pagaron un centavo y ni siquiera se disculparon por el baño de sangre impuesto a Nicaragua en su guerra sucia.

Antes de caer la tarde los tres helicópteros militares levantaron vuelo de retorno a Managua, llevando junto a los periodistas a tres jóvenes ‘compas’ heridos en combate que requerían atención hospitalaria especializada y con cuyos testimonios, limitados por su afectado estado físico, completamos el relato.

De regreso a la capital nos esperaba el viejo teletipo de cinta perforada, seguir atentos a la interminable labor de la impresora de rollo de papel para ver el ‘rebote’ de la nota publicada y luego reponer, ya en la noche, el almuerzo ausente para esperar en cualquier momento un próximo timbrazo que anunciara otra nueva carrera detrás de la noticia. (Prensa Latina)

(Fotos: Pixabay)

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