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Un ejército entre la vida y la muerte

Le llaman la tripulación y están  en el último tramo de la ‘línea roja’, la terapia intensiva, donde se libra la batalla definitoria entre la vida y la muerte ante la Covid-19.

 

Orlando Oramas León

Ocurre en el hospital Salvador Allende, de la capital cubana, donde la tripulación que dirige el doctor Nelson Yero se alista a hacer otra ronda para enfrentar la pandemia que en la isla cobró hasta ahora la vida de 83 personas.

No puedo negar que junto a la determinación de hacer nuestra labor, también la enfrentamos con preocupación y temor, dice en exclusiva a Prensa Latina el médico intensivista Jeovanni Quevedo. Es miembro de ese equipo que integran además otros galenos (con refuerzo de otras provincias de la isla), especialistas en enfermería, laboratoristas, técnicos en rayos X, electrocardiograma y personal de apoyo, entre estos últimos trabajadores reubicados de sectores como el turismo, hoy detenido por la coyuntura sanitaria.

Su hospital, también conocido como ‘La Covadonga’, es de los centros asistenciales que en La Habana están dedicados por completo a atender a los pacientes positivos al nuevo coronavirus.

Tienen experiencia ante otras epidemias como el dengue, cólera y el brote de H1N1 ocurrido en Cuba hace algunos años.

Al igual que en otros países, los médicos y científicos cubanos siguen estudiando una enfermedad nueva, de alta letalidad y propagación.

“Ello explica -dice- que tanto en Cuba como en otras naciones los protocolos a seguir ante la enfermedad no sean estáticos y sigan el ritmo de los resultados de las investigaciones al respecto”.

Explica que al igual que en otras terapias intensivas del mundo, en las de Cuba se emplea la Kaletra (inicialmente desarrollada para pacientes con VIH-sida), la Eritropoyetina (estimula la producción de glóbulos rojos) y la Heparina de bajo peso molecular. También el suero o plasma hiperinmune, obtenido de donaciones de sangre de pacientes que sobrepasaron la Covid-19, con buenos resultados, en centros asistenciales cubanos, donde además se utiliza el Interferón Alfa 2b, producto de los avances biotecnológicos alcanzados en la mayor de las Antillas.

“Todos son fármacos decisivos en el protocolo asistencial”, dice Quevedo, quien ensalza un fármaco nacional nuevo, el CIGB 258, fruto del involucramiento de la ciencia cubana en la lucha contra la pandemia.

Su incorporación, subraya, ha sido fundamental para reducir la letalidad de la enfermedad en las terapias intensivas de Cuba, pues consigue modular o frenar la hiper respuesta inflamatoria desencadenada por el virus, la ‘tormenta de citoquinas’, que provoca la evolución crítica y fatal en los contagiados.

Explica además que el sistema de salud de su país asume las experiencias internacionales y también aplica fórmulas para encarar la crisis sanitaria.

La tripulación del doctor Yero, como otras en hospitales de la nación caribeña, labora durante 14 días en la terapia intensiva y se mantiene en el hospital. Luego pasa un internamiento de dos semanas en los cuales sus integrantes son sometidos a pruebas de PCR, para descartar contagios, y finalmente volver a los hogares durante otros 14 días de descanso.

La rutina diaria en la terapia intensiva comienza a las siete de la mañana con la entrega de la guardia en la que participan médicos y personal de enfermería para evaluar cómo pasaron la noche los pacientes. Luego el trabajo con los enfermos, personalizado y a media mañana discusión colectiva de cada caso.

Al mediodía tiene lugar una teleconferencia con un grupo de expertos del centro hospitalario para la toma de decisiones respecto a cada uno de los internados, que puede incluir el reajuste del tratamiento.

Además interactúan con un comité de expertos, clínicos e intensivistas fundamentalmente, a nivel del Ministerio de Salud Pública, otro referente en la discusión y apoyo en la elección de las mejores opciones para cada caso.

En breve el doctor Quevedo volverá a integrar la tripulación y confía en que la muerte sea derrotada, como han conseguido con pacientes que, por complicaciones derivadas de enfermedades crónicas, fueron salvados pese a ‘estar en shock, con respiración asistida y grave insuficiencia respiratoria’, entre otros males. Pero confiesa lo doloroso que resulta perder a un enfermo al que se le han dedicado todos los empeños. ‘Luego informarle a la familia, a la que se le rinde a diario un parte por vía telefónica (para evitar nuevos contagios), lo que empaña el lado consolador, personal, que es también parte de nuestra profesión’.

Y concluye que la batalla contra la Covid-19 no se decide solo en los hospitales. (PL)

(Fotos: Pixabay)

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