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Contener nuestros miedos

El río Támesis está vacío. Los barcos turísticos yacen anclados en el centro del estuario. Los únicos navíos en marcha son lanchas de la policía que patrullan para vigilar a los que desobedecen el confinamiento y a los traficantes de drogas.

 

Steve Latham

 

En nuestro “espléndido aislamiento” (término acuñado para describir la política diplomática de Gran Bretaña para evitar enredarse en los compromisos internacionales), nuestras almas también están vacías, sin forma, anhelando ser contenidas.

La teoría de Donald Winnicott sobre la “contención” se basa en la idea de que el desarrollo emocional temprano de un niño depende de un contexto familiar emocional seguro. Sentirse “retenido” en el amor incondicional de los padres proporciona la base para una vida equilibrada de autoaceptación.

Naturalmente, a menudo no funciona, y de ahí los muchos trastornos psicológicos que experimentamos. Por ello, lo que hacemos a menudo de forma inconsciente, como adultos, es construir un “campo de contención” seguro para nosotros mismos.

Una persona que conozco, que sufre de una mala salud mental, dice que finalmente había tenido éxito a la hora de construir tal espacio de seguridad para ella misma: club social, gimnasio, iglesia.

Pero ahora el Covid se ha llevado todo eso, cerrando los lugares de los que ella dependía para obtener esa estructura en su día a día. ¿Cómo encontrará ella, y todos nosotros, la forma de sentirse “contenida” durante esta crisis?

Los miedos abundan: algunos temen salir de su casa, incluso durante el periodo de deporte permitido por el gobierno, por si se contagian del virus.

Los pacientes temen entrar en los hospitales, incluso por otras causas, por miedo al contagio. El personal teme a los guardas de seguridad de los centros de atención inmediata, porque carecen del equipo básico de protección personal.

Nuestra amígdala del tallo cerebral, que evolucionó para protegernos de los peligros de la sabana, se consideró una desventaja en las supuestas sociedades ‘seguras’.

Ahora, sus exageradas reacciones de pánico parecen respuestas razonables ante nuestra difícil situación presente.

Los que padecen TOC, que antes se lavaban las manos cuatro veces en una hora, ahora lo hacen diez veces.

Estos miedos, que antes parecían irracionales, ahora se consideran totalmente comprensibles; así, el resto del mundo alcanza la paranoia del enfermo mental.

Las actividades que apenas tomaban tiempo ni pensábamos en ellas (comprar, reunirnos), algo que hemos aprendido a denominar ‘los viejos tiempos’, ahora nos cuestan más tiempo, con más estrés, lágrimas y derrumbamientos emocionales.

Como escribió en su día R. D. Lang, la locura es una respuesta racional ante una situación irracional. ¿Cómo nos adaptaremos cuando la pandemia se alargue a un futuro a largo plazo?

Algunos periódicos nos animan afirmando que es posible que se descubra una vacuna en otoño. Las voces más realistas estiman que podía ser entre un año y ocho meses.

En un atípico momento de sinceridad, el Primer Ministro admitió que es posible que nunca se encuentre la cura. Y sin una vacuna, tendremos que integrar nuestras medidas temporales como cambios permanentes del comportamiento.

Sin embargo, a la vez que lidiamos de alguna manera con las repercusiones psicológicas, a través de decisiones interiores y terapias cognitivo conductuales, acumulamos nuestros problemas para una situación posterior.

Algunos se dan a la religión, o la espiritualidad, para garantizar que alguien, algo, un campo final, les sostendrá.

Pero aun así, sin reuniones semanales, prohibidas por decreto, la forma sociológica para la fe teológica, lo que Peter Berger definió como “la estructura de la plausibilidad”, permanece ausente.

¿Cómo nos sostendremos en este extraño nuevo mundo?

(Traducido por Iris María Blanco Gabás: irisbg7@gmail.com) Fotos: Pixabay

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