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Consentimiento: ¿la única condición?

Cuando se habla de las costumbres sexuales contemporáneas, el “consentimiento” parece ser el único absoluto moral, el único tabú que aún vale la pena defender.

 

Steve Latham

 

J. G. Ballard, entrevistado durante la década de 1970, predijo que en el futuro no habría restricciones morales en la actividad sexual.

La “perversión moral” y la “psicopatología” serían términos anticuados.

Acogió con agrado esta libertad, aunque esperaba que algunos de los reveses “horrorizarían” a la gente de su época.

No obstante, situó este futuro del que hablaba en unos “cincuenta años” por delante: nuestra década.

Hoy en día, la exploración psicológica de lo que Ballard denominó el «espacio interior» se extiende a una variedad de prácticas sexuales.

Sin embargo, si el “consentimiento” es ahora nuestra única limitación, ¿cómo podría esto mutar en algo que a nosotros, como a Ballard, nos pueda parecer chocante? Examinemos algunos casos prácticos.

Sexo con un niño. A pesar de la atrocidad moral, no es tan extraño.

En las décadas de 1960 y 1970, la ideología progresista sostenía que la liberación sexual incluía que los niños tuvieran relaciones sexuales con adultos, puesto que ya eran reconocidos, desde la época de Freud, como seres sexuales.

El juego sexual infantil es bienvenido como parte saludable del desarrollo, según la terapeuta Tina Schermer Sellers.

Y en su libro, Perv, Jesse Bering sugiere que en el futuro puede ser concebible que un niño dé un consentimiento significativo para tener relaciones sexuales con un adulto.

Sexo con animales. La zoofilia normalmente está mal vista, como una transgresión contra los límites de las especies. Sin embargo, los defensores de los derechos de los animales también se preguntan: ¿en qué sentido puede un animal dar su “consentimiento”? Pero, ¿es relevante el consentimiento? Los animales no poseen la estructura de la reflexión cultural y moral. El sexo es un impulso. Con una erección, mientras está “en celo”, un animal ya está dando su consentimiento: no como un sujeto pensante, sino como una criatura biológica. En el reino animal la “violación” es algo desconocido: si un macho es más rápido o más fuerte, doblegará a la hembra a su voluntad.

Sexo con una máquina. Ya está pasando: con vibradores, trajes de cuerpo entero y pornografía. Seguramente, se expandirá. En el momento en que creamos un centinela de inteligencia artificial, ¿en qué etapa se interpretará su uso (ab-uso) como explotación, como “abuso sexual”? ¿Su programación como juguete sexual constituirá un consentimiento de libre voluntad? ¿O esto se verá como una violación de otro ser consciente? Y si es así, ¿en qué momento tiene ahora derechos un vibrador?

Sexo con un trabajador sexual. Esto podría darse con una prostituta o a través de la cámara sexual en línea, incluso con la anticuada pornografía. Pero, ¿simplemente se asume su consentimiento? ¿Y si su aparente voluntad se debe a la pobreza, para mantener a sus hijos o para alimentar una drogadicción? ¿Qué pasa si están controladas por proxenetas violentos? ¿Y si una experiencia sexual demasiado temprana, incluso de violación o abuso, ha distorsionado sus respuestas sexuales? Para las muchas voces que quieren normalizar el trabajo sexual en nuestra cultura, debemos preguntarnos: ¿es esto consentimiento, o falsa conciencia? ¿El trabajo sexual es siempre abuso sexual?

Sexo conmigo mismo/a. Tal vez la masturbación, simplemente, esto se convierte en nuestro fetiche contemporáneo para el fetichismo; lo que Freud llamó «impulso», esos comportamientos repetitivos compulsivos en los que nos encontramos sin saber por qué lo hacemos. ¿“Consentimos” siquiera tener relaciones sexuales con nosotros mismos?

(Traducido por Iris María Gabás Blanco – irisbg7@gmail.com) – Fotos Pixabay

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