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Vivir, vivir, vivir

“Live; live; live”, la última novela de Jonathan Buckley, es un testimonio elocuente de un espacio liminal, la frontera entre los límites del pensamiento racional y los inicios de la mistificación oculta.

 

Sean Sheehan
 

Es una intrigante zona fronteriza, una que no tiene mucho sentido, yaciendo como lo hace sobre un borde afilado e ignorando las tonterías sobrenaturales.

El narrador es un joven, Joshua, que vive con su madre. Su vecina, Kathleen, anciana y recién enviudada, se hace amiga de Lucas, un hombre mucho más joven que ella pero capaz de recibir impresiones de las almas de otras personas. Esta habilidad se extiende a los recientemente fallecidos, convirtiendo a Lucas en un médium.

Hasta aquí todo es muy excéntrico. Pero antes de descartar la premisa de la novela como una tontería espiritualista, el lector se siente atraído por la prosa seductora para pensar en Lucas en la forma en que Louise Glück, la reciente ganadora del Premio Nobel de Literatura, describe su propia escritura: “Aprovecho el poder de lo inacabado…. No me gustan los poemas que se sienten demasiado completos, el sello demasiado apretado. No me gusta que me lleven a la certeza”.

De manera similar, el lector de la novela es persuadido para realizar un juicio apresurado. La posibilidad de que Lucas sea alguien inusualmente sensible a lo que, puesto en un discurso racional, es evidentemente tonto es algo a lo que anima al lector a aceptar.

«La Aparición» de James Tissot. Imagen de Wikipedia. Licencia Creative Commons

Lucas no se promociona a sí mismo como un médium y Joshua lo ve como un “mendigo moderno” que suministra alimento mental a las almas atribuladas. Ofrece socorro a los afligidos, a veces es obligado a aceptar donaciones de los agradecidos, pero nunca ejerce su poder para obtener ganancias comerciales. Cuando Kathleen muere, le deja su casa y el nuevo vecino de Joshua se convierte en un amigo íntimo.

Lucas, un poco engañosamente, cita al filósofo Wittgenstein y su comentario sobre cómo, al volver en sí después de una operación, sintió que “mi alma era un fantasma negro en la esquina de la habitación, y poco a poco se fue acercando y tomando posesión de mi cuerpo”.

Wittgenstein, sin embargo, estaba reaccionado a una charla de un bioquímico médico que notó cómo algunos anestésicos permitían que los centros superiores de la mente regresaran al paciente antes que los inferiores, de ahí la experiencia de estar consciente sin ninguna sensación física.

El placer de leer “Live; live; live” (Vivir, vivir, vivir), la disposición a suspender la incredulidad, es similar al disfrute de “Sexto sentido”.

En esa película, la capacidad del niño para comunicarse con los muertos se acepta durante la duración de la película; un espectador no necesita creer en lo sobrenatural para encontrarlo extrañamente conmovedor.

Foto: Pixabay

El conocimiento cognitivo se inclina ante el afectivo. El público siente la difícil situación del niño y la tardía conciencia de Bruce Willis de que está muerto.

Este tipo de participación en la novela de Buckley disminuye, o da paso a otras preocupaciones, a medida que se introducen nuevos personajes.

Una mujer joven, Erin, queda eternamente en deuda con Lucas después de un duelo propio y las relaciones entre ellos y Joshua predominan en la segunda mitad del libro.

Sigue siendo una lectura cómoda y reconfortante, el equivalente a una bebida caliente que calma las ansiedades del mundo real.

“Live; live; live” “de Jonathan Buckley es publicado por Sort Of Books

(Traducido por Mónica del Pilar Uribe Marín)

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