Globo, Mundo, Reino Unido

Manejando un mercado del viejo oeste

No hay que mirar más allá de la crisis energética de Texas del pasado mes para ver las consecuencias de una obsesión de décadas en los Estados Unidos con la “desregulación”.

 

Darrin Burguess

 

Ningún otro país parece creer tan fervientemente que las leyes de selección natural en un mercado no regulado harán lo que las leyes ordinarias cumplirán en cualquier otro lugar.

Entre el 11 y el 17 de febrero, Texas fue golpeado por una ola de frío única del siglo.

Cualquier tipo de clima frío es siempre algo así como una crisis en un lugar donde el clima es una mezcla entre el norte de África y Luisiana, donde las casas están aisladas para mantener el calor fuera, más que en el interior, y donde los hornos de gas son escasos. En Texas, el incremento de la demanda de electricidad es un fenómeno de verano, cuando el uso de aire acondicionado alcanza su punto máximo.

Y así, debido a que el vórtice polar del mes pasado hizo que las temperaturas descendieran a su nivel más bajo en más de setenta años, algunas centrales eléctricas ni siquiera estaban en funcionamiento, habiendo sido desconectadas para un mantenimiento rutinario. La red eléctrica fue sobrecargada de golpe por millones de calentadores eléctricos.

Cuando demasiados aparatos eléctricos sobrecargan el cableado de una vivienda individual, salta un interruptor, para que el sistema no explote literalmente. En la propia red eléctrica, se encuentra, sin embargo, una oficina de control central, donde varios ingenieros observan una pantalla gigantesca mientras se muerden las uñas con nerviosismo.

En la noche del 14 de febrero, no quedó otra que cortar el suministro eléctrico a dos millones de hogares, en lo que llegó a ser el mayor apagón en la historia de EE.UU.

Decenas de millones de personas se quedaron sin calefacción en un clima bajo cero. Al menos setenta personas murieron congeladas o perecieron a causa del dióxido de carbono mientras se calentaban en vehículos en ralentí.

Después de tal debacle, siempre se puede hallar la culpa en determinadas decisiones de planificación y diseño. En este caso, las situaciones de emergencia para el clima frío parecen haberse basado en una ola de frío ocurrida en 2011, en lugar de en un acontecimiento más grave de 1989.

La infraestructura en sí no fue diseñada para hacer frente al clima frío, en absoluto. La maquinaria de las centrales eléctricas se apaga simplemente por el frío, por falta de aislamiento.

Sin embargo, es un hecho básico en los sistemas eléctricos que las interrupciones sean inevitables. Después de todo, no se puede almacenar la electricidad a gran escala. Las redes están por lo tanto integradas en todas las regiones, de manera que en caso de emergencia, una entidad local pueda recibir energía de otra, a un precio razonable.

Sin embargo, a comienzos de la década de 1990, se desmanteló el sistema en varios estados, a medida que una tendencia a la desregulación alcanzaba su cénit.

Como era típico en tales casos, los defensores argumentaron que las normas establecidas para estabilizar los precios y asegurar la calidad en realidad inflaban los precios y frenaban la innovación.

De hecho, la electricidad ha sido gestionada durante años por “monopolios regulados” como solíamos decir de los grupos pequeños de empresas que presidían los mercados regionales, donde producían distribuían y vendían su servicio. Fue una flagrante violación de los principios antimonopolio.

Y aun así, los consumidores comunes no se quejaban exactamente del precio de la electricidad, ni del servicio, que era sumamente confiable.

De todas formas es difícil en los EE.UU. contrarrestar los argumentos a favor de la elección del consumidor y del comercio sin restricciones.

Dichos ideales están profundamente arraigados en la psique nacional.

Durante casi toda su historia, EE.UU. ha presenciado un boom económico tras otro, a medida que la frontera occidental se desplegaba y el país expandía su alcance en el extranjero. En el siglo XX, tal actividad apuntó hacia dentro, hacia el “consumismo”, donde se encontraría una gran riqueza al alentar a más individuos a destinar una mayor parte de su dinero a productos de creciente variedad y sofisticación.

Este fue un crecimiento sostenido a escala histórica que forjó en la mentalidad nacional la idea de que tener una manera de entrar de un modo u otro en acción era equivalente a un derecho civil básico.

“Nada socava tanto el juicio financiero como ver a tu vecino enriquecerse”, afirmó el banquero J.P. Morgan, haciendo resumen del espíritu nacional.

Si eso explica en parte por qué las regulaciones ambientales y laborales se enfrentan a muchos más obstáculos en EE.UU. que en otros lugares, entonces, el surgimiento de la idea de ‘consumidor’ como grupo demográfico a la par de ‘votante’ y ‘contribuyente’ explica por qué la gente en EE.UU. se enfurece por las reglas que les impiden adquirir medicamentos peligrosos y armas de fuego y demás. La gente en EE.UU. sigue siendo bastante abierta sobre el crédito fácil y los préstamos rápidos.

Después de todo, fue un americano de EE.UU quien acuñó la frase: “El cliente siempre tiene la razón”.

A partir de la década de 1970, a medida que las oportunidades de riqueza empezaban a menguar, y la inflación comenzaba a liquidar el valor de los rendimientos de las inversiones tradicionales, los inversores empezaban a ansiar rendimientos más agresivos. A medida que aquella década llegaba a su fin, una nueva inspiración parecía haber surgido en forma de Bell Telephone Company, que ante las violaciones antimonopolio con relación a su virtual monopolio sobre el servicio telefónico del país, decidió dividirse en varias empresas individuales.

Lo ocurrido a raíz de esa ruptura debería haber servido de advertencia: se interrumpió el servicio, los precios se dispararon, y los consumidores estaban desconcertados por un confuso abanico de nuevas opciones, problemas que nunca se resolvieron por completo.

Los inversores, sin embargo, vislumbraron una nueva frontera. Al poner la red telefónica en el mercado libre, el propio servicio podría abrirse al comercio especulativo, las nuevas empresas podrían atraer más inversiones, los contratos para gestionar el propio servicio podrían subastarse al mejor postor, podrían venderse bonos para gestionar la deuda antigua, y las grandes entidades podrían verse a sí mismas expandiéndose más allá de sus bases regionales, justo como cualquier otra empresa.

Y así surgió la desregularización de los medios de difusión, las aerolíneas, las finanzas, las telecomunicaciones and la energía eléctrica, todos liberados de los estándares de calidad y los controles de precios que habían estado vigentes durante décadas. Cada industria se abrió a voraz frenesí competitivo.

Actuando como auxiliar en cada caso estuvo el célebre aparato de influencia política de EE.UU. En el periodo previo a la desregulación de su red eléctrica en 1998, la pequeña Connecticut vio emplear más de un millón de dólares solamente en grupos de presión.

Hoy en día, vemos que el fin de la “doctrina de la equidad” en la industria de la comunicación ha dado lugar a nueva era de demagogia, mientras que la desregulación de las aerolíneas ha debilitado la calidad y deteriorado la estabilidad de las propias compañías.

En la carrera por obtener beneficio de los productos básicos liberalizados, sobrevino una nueva era de escándalos, simbolizados por el colapso de Enron, un especialista en derivados del gas natural que pasó de 60.000 millones de dólares a la quiebra en pocos años. Enron tiene su sede en Houston, Texas, casualmente.

En cuanto a electricidad, las personas que viven en mercados desregulados gastan más en energía, de media.

Las interrupciones en el suministro generan a menudo precios astronómicos en el mercado libre y fallas en la entrega que hacen que los apagones sean un hecho en la vida de millones.

En Texas, el pasado mes de febrero, el precio de la electricidad se incrementó brevemente en un cuatro mil por ciento.

Texas es único, en cualquier caso. Se han negado a integrar su sistema con el resto del país, tan grande es su preocupación por las regulaciones federales. Por lo tanto, no pueden recurrir al excedente de energía, a ningún precio. Su mercado está desregulado también, en cualquier caso.

En lugar de tender un ojo crítico hacia la desregulación, muchos tejanos parecen estar buscando culpables en otro lugar. Culpan al impulso hacia las energías renovables, por ejemplo, por haber paralizado supuestamente la producción de energía.

En cualquier caso, la desregulación no es tendencia generalizada en EE.UU. Más de la mitad de los estados estadounidenses mantienen sus sistemas eléctricos regulados, por ejemplo. En otros lugares, el clamor por la responsabilidad de las empresas de redes sociales puede dar por resultado algo así como los “monopolios regulados” del pasado.

Irónicamente, es nuestro continuo dinamismo económico lo que obstaculiza el progreso en este sentido. Cuanto menos probable sea hacerse rico, más abiertos estaremos a ciertas restricciones.
Con suerte, no será necesario un apagón masivo para obligarnos a cambiar nuestra forma de pensar.

(Traducción de Lidia Pintos Medina)

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