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El bloqueo, contra viento y marea

El bloqueo que Estados Unidos impone a Cuba prácticamente desde el comienzo de su proceso revolucionario no origina todos los problemas y desafíos que afectan a la Revolución, pero es indudable que tiene con ellos un vínculo esencial.

 

Juan Diego García

 

 

Las enormes dificultades que generan las múltiples medidas de agresión a la Isla (las comerciales, en particular) suponen pérdidas inconmensurables que, en la coyuntura de la actual pandemia mundial, agudizan en extremo aspectos claves que afectan la vida cotidiana de la población.

Basta mirar el papel del turismo como fuente importante de divisas para la Isla -reducido drásticamente por la pandemia (tal como sucede en el mundo entero)- para comprender las dificultades actuales en un país que depende se esas divisas para importar más del 50% de sus alimentos y productos farmacéuticos.

Casi como una ironía, Cuba es uno de los pocos países de la región (y del mundo) que ha producido una vacuna contra el virus pero carece de la cantidad suficiente de jeringas para la vacunación y debe importarlas casi en su totalidad.

Cientos de iniciativas humanitarias en muchos países están precisamente enviando a Cuba lotes de esas jeringas como muestra de solidaridad.

Es muy probable que las manifestaciones de protesta (mucho menores si se la compara con las multitudinarias marchas en apoyo del gobierno) se deban en parte al descontento producido por la falta de algunos productos esenciales.

Sin embargo, la derecha extrema de Miami (el alcalde de esa ciudad tan “cubana” ha pedido oficialmente el bombardeo de la isla), Washington (menos agresivo que el alcalde mencionado), la reducida oposición interna y la derecha furiosa del continente (Bolsonaro, Duque, Piñeira y cia.), con la oportuna financiación y apoyo técnico de las agencias imperialistas, han aprovechado la coyuntura para buscar el derribo del  gobierno de Cuba.

Pero es más un deseo que una posibilidad real: hasta el propio gobierno estadounidense –que en esencia ha mantenido las duras medidas al bloqueo que agregó Trump- ha manifestado su oposición a invadir Cuba. Este bloqueo no solo es completamente ilegal (año tras año condenado por la Asamblea General de la ONU, aprobado solo por Estados Unidos e Israel), sino de una crueldad sin medida.

En la práctica constituye un crimen de guerra por el cual deberían ser juzgados los gobernantes estadounidenses que lo aprobaron, ampliaron y mantienen, tal como se hizo con los jerarcas del régimen nazi.

En efecto, ¿Qué explicaría una medida de tal naturaleza que Washington aplica tan solo a Cuba pero no a sus otros enemigos, muchos de los cuales resultan mucho más peligrosos para sus llamados “intereses nacionales”?

La respuesta parece ser una: no es posible permitir otra Cuba en una región que Estados Unidos considera de su propiedad, justificada por el “destino Manifiesto” de “América para los americanos”.

Pero el bloqueo y la hostilidad hacia Cuba (y una fracasada invasión) no han conseguido sus objetivos y nada indica que los vayan a alcanzar. Ciertamente hay en Cuba descontento e incertidumbre en algunos sectores sociales, pero no alcanzan la dimensión que se les otorga de manera interesada en las campañas de manipulación mediática.

En efecto, la situación regional no es particularmente favorable a la derecha.

Los resultados de los procesos electorales en Perú y chile comprueban los avances de la izquierda mientras la caída en picado del apoyo social a gobernantes derechistas como los de Brasil y Colombia y las muy ciertas perspectivas de triunfos de la izquierda y el progresismo en las elecciones presidenciales del año entrante en estos países son indicadores sólidos de la pérdida de apoyos a las políticas de Washington en el área.

A ello habría que agregar la estabilidad alcanzada por los gobiernos de Argentina y Méjico como otro de los factores que muestran la debilidad del dominio estadounidense en la región.

El “patio trasero” ya no es lo que era. Estados Unidos ejerció una hegemonía casi plena al menos en buena parte del siglo pasado.

Poco a poco ha tenido que compartir ese espacio con otras potencias capitalistas del Viejo Continente y con Japón, y en la actualidad se enfrenta al avance de potencias nuevas, China en particular, sin desconocer el rol de Rusia, Irán, India y otros países.

Todos ellos desean aumentar mercados para sus productos  y asegurar el abastecimiento de materias, en una competencia mundial en que Estados Unidos pierde cada día.

Si en su día el campo socialista sirvió a la naciente revolución cubana como el aliado estratégico que permitió vencer el bloqueo impuesto por Washington; en la actual situación mundial naciones como China puede jugar un papel similar. La dureza del bloqueo a Cuba por parte de Estados Unidos tiene entonces esa finalidad particular: servir de ejemplo de lo que le espera a quienes en la región apuesten por reformas radicales del orden social actual.

Por el momento, al parecer, la agresión militar directa a Cuba está descartada por Estados Unidos porque no resulta políticamente conveniente; pero sigue siendo una amenaza real.

El resultado de la agresión militar es conocido: un panorama de desolación y ruina de incalculables dimensiones. Asolar la Isla –materialmente- pero no derrotar la revolución sería mostrar toda la debilidad del imperialismo tal como se registra en Siria o en Afganistán.

Si la nueva estrategia económica del gobierno cubano da resultados positivos tal como sucede ya en países similares como Viet-Nam (un papel controlado de ciertas formas de economía de mercado manteniendo la hegemonía del socialismo) el bloqueo estadounidense habrá fracasado estruendosamente.

Un ejemplo que pueden seguir gobiernos como el de Venezuela sometida a formas muy similares al bloqueo practicado contra Cuba.

El sentido práctico de los dirigentes cubanos y su capacidad para asumir y corregir errores jugarán sin duda un rol decisivo en la superación de la actual coyuntura.

(Fotos: Pixabay)

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