En Foco, Notas desde el borde, Opinión

Economía de servicios, una economía del afecto

La camarera se acerca a tomar nuestro pedido, y nos saluda con un alegre «Hola chicos!». O, el operador de centro de llamadas insiste en llamarme por mi nombre de pila, en una supuesta camaradería fácil.

 

 Steve Latham

 

Estos son los síntomas del «síndrome del primer nombre». Frecuente en nuestra sociedad, estos encuentros representan la falsa cordialidad, la amistad falsa, caracterizando nuestra cultura centrada en el cliente.

Los empleados están entrenados para simular la amabilidad; quienes sirven en las tiendas de comida rápida un isimple y apresurado «Que tenga un buen día» dirigido con simpleza a a los compradores, que simplemente quieren comer algo rápido.

El trabajo emocional es un aspecto clave de las economías capitalistas avanzadas. No basta sólo con producir un bien o prestar un servicio. No: los trabajadores ahora deben hacerlo con una sonrisa.

La economía de servicios es también una economía del afecto. No obstante, estos afectos no deben ser simplemente simulaciones; tienen que ser genuinos, auténticos.

Lo falso es real. Un simulacro, hiper-real. Rodeados de gente agradable, nos dejamos llevar por una falsa sensación de seguridad, la manera más fácil de quedarse con desprendernos de nuestro dinero.

Por eso hoy se le exige más a los trabajadores; no sólo su tiempo y energía física, sino también su sustancia psicológica interior.

Mas, pese a mi simpatía por el operativo en este juego de supuesta sinceridad, todavía lo resiento.

Objeto el que se refieran a mi como ‘muchacho’ o que me llame por mi nombre alguien que no conozco.

Es una expresión de juego del poder institucional que me infantiliza o disminuye, quitando mi dignidad.

Puede ser que simplemente me esté haciendo viejo, y ahora insista en el respeto que implica ser llamado «Don» o «señor»; un respeto que no le di a las personas mayores cuando era más joven y usaba sus nombres de pila.

Es un fenómeno histórico y cultural, que asocio a la influencia de la cultura norteamericana en Gran Bretaña, desde 1945 en adelante.

Su tranquila y relajada actitud ante la vida, y su uso del personal de primeros nombres, subvirtió la rigidez ligada a la tradición de la sociedad clasista británica.

Este desarrollo fue muy bien acogido por los muchachos en cuanto a la degradación de las costumbres y el advenimiento de la cultura de los jóvenes, en los años 60 y 70.

Y sin embargo, incluso en los EE.UU., los hombres más jóvenes suelen llamar a sus mayores ‘Sir’, y utilizar honoríficos como «doctor» y «Señor».

Al respecto, tiene más en común con las culturas del sur global.

El uso de títulos o su abandono puede ser un medio de control.

Este último es simplemente más oculto y sutil, enmascarado por un igualitarismo aparente, que deja las relaciones dominantes intactas.

Y, sin embargo, pienso que soy inconsistente. Recientemente, a los trabajadores que cuidan ancianos se les prohibió utilizar términos como «amor» o «querida/o», al dirigirse a sus pacientes. Una vez más, la sensación fue que era una falta de respeto el hacer caso omiso de estas personas que habían estado en su vida profesional y activa.

 (Traducido por Monica del Pilar Uribe Marin) – Fotos: Pixabay

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