Globo, Latinoamerica

Estuve en la tierra del tango

Nuestro viaje a Buenos Aires desde Londres comenzó en un vuelo abarrotado de British Airways que duró quince largas horas. Sin embargo, en cuanto pisamos tierra argentina nuestro humor agrio desapareció y fuimos captivadas por la pasión envolvente de la que considero la mejor ciudad del mundo.

 

Sofia Ahmad

 

Un año después de terminar la universidad, dos amigas mías y yo decidimos embarcarnos en la estereotípica aventura del año libre. Decidimos pasar algunos meses viajando por América del Sur siguiendo la muy frecuentada “senda de los gringos” con algunas escapadas añadidas. Nuestra excursión nos llevaría desde Buenos Aires hasta Bogotá en cuatro meses.

Éramos conscientes de que llevaríamos una existencia nómada con el tiempo justo para hacernos una idea de cada lugar pero quizás nada más. Buenos Aires, sin embargo, sería nuestra excepción. Nos quedamos allí durante un mes; asistimos a cinco horas diarias de clases de español de lunes a viernes y nos alojamos en un apartamento en el moderno distrito de Palermo.

En ese mes no tuvimos la impresión de estar siguiendo a la comunidad de viajeros expatriados de un hostal a otro en la “senda de los gringos”, una sensación de la que no pude escapar durante el resto de nuestro viaje.

Éramos estudiantes británicas en Argentina, ansiosas por aprovechar al máximo una ciudad elogiada por todos quienes la habían visitado. En pocos días ya habíamos adoptado el modo de vida de Buenos Aires y rápidamente nos enamoramos de la saludable cultura argentina.

Buenos Aires es tan hermosa como la gente que la habita. Encantadoras extensiones de parque con árboles de hoja perenne interrumpen el paisaje metropolitano de la capital argentina.

Las salas de tango y los asadores son vistas omnipresentes y el éxodo italiano hacia Argentina a comienzos del siglo diecinueve ha dejado una huella profunda en la composición del país y de su gente.

Pueden verse heladerías y pizzerías en cada esquina y prevalecen las facciones marcadamente europeas entre la población, así como la personalidad vivaz y la exagerada gesticulación que caracterizan a los italianos. Viniendo de Londres, estábamos acostumbradas a la a   nonimidad de una capital. Esperábamos sentirnos como forasteras en una jungla urbana, exactamente igual que en casa. Buenos Aires cumplía muchos de los requisitos.

Poseía un metro atestado de gente y contaba con áreas muy diversas, desde el distrito político de El Centro hasta el joven y marchoso Palermo, pasando por el adinerado barrio de Recoleta, el estrafalario barrio de San Telmo y el encanto bruto de Bocha, hogar del más famoso equipo de fútbol de Argentina. Sin embargo, al contrario que en Londres, la anonimidad no había infectado aún sus calles.

De hecho no he conocido nunca gente tan amable y tampoco he hecho nunca amigos en un espacio de tiempo tan corto.

Casi todos los taxistas nos preguntaban por nuestras vidas, sin importarles lo bueno o malo que fuera nuestro español, y todos perseveraban con paciencia y un entusiasmo sincero. Ninguno de los extraños a los que pedí ayuda se mostró irritado con mi español macarrónico, sino que hicieron todo lo posible por ayudarme.

En una ocasión no lograba comprender cómo recargar el crédito de mi teléfono móvil argentino y los dos señores mayores que me atendieron en la tienda tenían tan poca idea como yo.

No lo dejaron ahí, sino que buscaron de un lado a otro por los negocios de comida para llevar y demás tiendas  locales hasta encontrar a un joven con nociones de tecnología que gustosamente me ofreció su ayuda.

En el transcurso de nuestra primera semana hicimos muchos amigos. La gente de la escuela de idiomas era estupenda, pero nos sorprendió la cantidad de amigos que conocimos con sólo salir.

Nos poníamos a hablar tanto con otros viajeros como con sudamericanos que nos invitaban a salir con ellos como parte de un grupo mayor, a tomar unas copas en sus casas, a los cumpleaños de sus amigos, a cenas de grupo. En cinco días teníamos toda una red de conocidos en la ciudad.

La formalidad y el hermetismo de la amistad en Inglaterra contrastaban con la apertura y la actitud informal en Argentina.

Tanto era así que cuando nuestra nueva amiga Silvi se ofreció a llevarnos de viaje un día al pueblo costero de Tigre, a una o dos horas de la ciudad, nos sorprendimos avergonzadas preguntándonos: ¿Por qué está siendo tan amable con nosotras? ¿Será que quiere algo? Estábamos sinceramente confundidas por su hospitalidad hacia nosotras.

Con respecto al estilo de vida, Buenos Aires es única en lo que se refiere a actividad nocturna. Se cena normalmente entre las 10 y las 12 y los restaurantes permanecen abiertos toda la noche, mientras que los clubs no empiezan a llenarse hasta la 1 y la mayor parte cierran a las 6 o las 7 de la mañana.

Logramos adaptarnos rápidamente, aun estando acostumbradas a cenar a las 7 de la tarde y a clubs que cierran a las 2 o las 3. Teníamos la sensación de estar agasajándonos con un mes de hedonismo.

Pensándolo ahora, creo que nos sentíamos culpables porque lo estábamos pasando muy bien, algo que se da de forma más natural en la cultura y el clima latinos. Nuestros amigos argentinos nos acompañaban alegremente por la noche y luego iban a trabajar por la mañana. No llegaban al trabajo con resacas espantosas, puesto que salían a bailar y a hacer vida social, en lugar de a beber mucho con el objetivo de sentirse lo suficientemente desinhibidos como para entablar una conversación, una escena demasiado típica en Inglaterra.

Al contrario que en Inglaterra, donde el trabajo es a menudo el tema central de conversación, allí no hablan de trabajo fuera del trabajo, algo sobre lo que mi guía de viaje me informó correctamente.

De todos modos decidí ponerlo a prueba y le pregunté a mi amiga Tati cómo había sido su semana laboral. Su reacción fue una mezcla entre sincero desconcierto y confusión.

Los hombres argentinos se mostraron como destacados embajadores del “amor”.

Algo tan sencillo como subir a un taxi o comprar una empanada parecía justificar el uso de un “Buenos días, linda” o un “chao, preciosa”.

No salían tan bien parados, sin embargo, cuando se enteraban de nuestra nacionalidad y empezaban a soltar clichés en inglés, de los que el más popular era “I love you forever, baby”. Imaginar a un transeúnte en Inglaterra diciendo cosas así es de chiste.

Nuestra pequeña profesora de español, Carla, que era de allí, nos contó que cuando visitó España por primera vez y no escuchó los habituales murmullos de “hermosa” y “bonita” a su paso por las calles de Madrid sintió que algo andaba mal con ella.

Es como si los hombres de Argentina hubieran sido instruidos en el arte del piropo desde el momento en que pronunciaron sus primeras palabras.

No había rastro alguno de la torpeza o la incertidumbre características de los hombres de aquí y no desaprovechan ninguna oportunidad de invitar a una chica a salir, ya sea a través de un encuentro fortuito en el parque, en el tren, en un restaurante o caminando por la calle. Aceptamos como grupo las invitaciones de una selecta minoría de lugareños, que nos proporcionaron horas de debate para contrastar las diferencias.

Conocí a un chef llamado Óscar que nos invitó a salir con sus amigos y en una de nuestras primeras conversaciones de la noche expresó el profundo amor que sentía hacia su madre.

Después de una cita con mi amiga Megan, un chico llamado Mariano respondió a sus preguntas sobre la semana siguiente declarando que lo único que esperaba hacer entonces era “verla de nuevo”.

Por su parte, la otra amiga con la que viajaba, Meredith, conoció a un argentino llamado Federico que le dedicó una canción después de haberla visto sólo dos veces.

Mis amigas y yo nos mostramos completamente de acuerdo en que sería imposible oír tales declaraciones de la boca de un chico inglés después de verse en una, dos o incluso muchas más ocasiones, sobre todo si éstas son sobrias.

La pasión está en los núcleos de esta ciudad. Recorre sus calles y verás tanto a adolescentes como a pensionistas con sus cuerpos fundidos en fervientes abrazos, ajenos al mundo que los rodea.

Si por casualidad te encuentras en Bocha después de un partido de fútbol, observarás a la policía armada ocupando el perímetro del estadio, pendientes del momento en que se enardezcan los ánimos.

Los lugareños iluminan las calles traseras de San Telmo por la noche,  deslumbrando a los transeúntes con bailes que duran hasta la madrugada. Disfruta los filetes más suculentos del mundo acompañados de los mejores vinos tintos.

Por último, no tienes que preocuparte si te pierdes en Buenos Aires, la bondad y el amor que se alojan en la ciudad y en sus habitantes te ayudarán a encontrar el camino de vuelta a casa. Aunque es posible que en poco tiempo sientas que ya has encontrado un nuevo hogar. Durante nuestra última semana, a mis amigas y a mí nos entró un poco de melancolía; esperábamos ansiosas nuestra próxima aventura, pero nos entristecía la idea de abandonar una ciudad en la que nos sentíamos tan felices. Celebramos una fiesta en nuestro apartamento para dar gracias a todos. Estábamos secretamente orgullosas de la cantidad de amigos que habíamos hecho en sólo cuatro semanas.

Sobre todo sentíamos que Argentina nos había enseñado muchas cosas que esperábamos poder practicar. Prometimos que intentaríamos incorporar a nuestras vidas algo más de la apertura, la calidez y las ganas de vivir que habíamos encontrado en esta ciudad. Creo que un viaje a Buenos Aires debería venir con una advertencia. Ve por tu propia cuenta y riesgo, pero puede que no quieras volver más a casa o que te pases algunos meses echando de menos una ciudad que con toda seguridad te enamorará.

(Traducido por Vicente Rosselló – v.rosselloh@yahoo.com) – Fotos: Pixabay

 

 

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