Verónica Camacho* es una mujer que, como muchas otras, fue detenida en medio de la calle y llevada a centros de detención del Reino Unido. En uno de ellos permaneció más de tres meses y cuenta que fue maltratada. Afortunadamente consiguió salir del «infierno», como ella lo llama. Esto ocurrió hace mucho pero el recuerdo esta aun en su memoria.
Virginia Moreno Molina
Verónica, una mujer de 42 años y procedente de Guatemala, llegó a Londres sola y con un hijo en España de su ex marido. Estudió Administración de empresas en su país, pero la pobreza y el desempleo, la obligaron a emigrar para buscarse la vida en otro lugar.
Después de pasar un tiempo en España, decidió probar suerte en la capital de Inglaterra. Pero después de tres años, en los cuales sintió de cerca la discriminación en el mundo de la limpieza, fue abordada en la calle por dos policías, lo que cambió su futuro para siempre.
Verónica padece una grave enfermedad que le afecta a la mayor parte de su cuerpo, lo que hizo que todo ese proceso fuera más difícil de lo que ya era. Aún así, gracias a su pareja y a un gran compañero que la estuvo apoyando en todo momento, consiguió un abogado privado y salir «temporalmente», hasta que su situación se regularizó.
«Pisoteada» en el trabajo
Como la mayoría de inmigrantes, su primer empleo fue como limpiadora en una empresa. Consiguió entrar gracias a un contacto y desde el primer momento sintió el abuso de poder por parte de los supervisores.
«Los que estamos más discriminados somos lo que ellos llaman ilegales, pues no tenemos documentos ni una ley que nos ampare», explica Verónica. Y afirma haber estado trabajando gratis en más de una ocasión para poder mantener su empleo.
Estuvo un año como limpiadora, haciendo su trabajo y, en repetidas ocasiones, también el de otras compañeras, por el sueldo mínimo.
«Me quejaba al supervisor, pero ellos son una mafia y mentían al manager e iban contra nosotros», cuenta.
Pero cuando intentó discutir el tema con su jefe, recibió la noticia de que estaba despedida con la excusa de no poseer los documentos en regla.
Y es que según su experiencia en este sector, «los supervisores buscan a gente ilegal para pagarles menos y explotarlos más.» Y añade que «cuanto más limpiaba, más carga de trabajo me daban».
El infierno viste de negro
«Todo ocurrió sin darme cuenta. Estaba caminando hacia mi casa y de repente dos policías de negro me pararon», dice Verónica. Ese primer contacto con la ley pasó a las 10 de la mañana y, después de pedirle el billete de autobús, la tuvieron más de dos horas esperando sin ninguna explicación, tan solo examinando ese billete.
Finalmente le pidieron la cartera y comenzaron las preguntas: «¿Cuál es tu nombre?, «¿qué estás haciendo aquí?» y «¿dónde vives?». Pero ella no hablaba casi inglés, por lo que sus respuestas fueron limitadas, lo justo para contestar.
Poco después aparecieron dos policías más que le repitieron las mismas preguntas. Ella volvió a responder lo mismo y pidió llamar por teléfono, pero recibió una negativa y le confiscaron sus cosas.
Escoltada con un policía a cada lado agarrándola y uno detrás, fue llevada a una comisaría de policía. «Fui tratada como una ladrona», expresa con rabia. Pero en ese momento, aún no era consciente de todo lo que estaba por venir.
«No me decían nada. Me quitaron los brazaletes, los anillos, mi cinturón y los zapatos» cuenta Verónica.
Y poco más tarde, la llevaron a una celda con una cama de hierro y un inodoro donde, dijo, «no había ni papel ni una colcha para taparse». Aquella primera noche no pudo dormir y, además, comenzaron los dolores en todo su cuerpo. Esto se debe a que Verónica sufría una enfermedad que, si no es tratada, provoca unos fuertes daños por todo el cuerpo y reduce la movilidad.
El avión de vuelta a casa
Después de dos noches en la comisaría de policía, la noche del miércoles fue trasladada a un centro de detención provisional donde lo primero que le dijeron es «que no llorase». No había podido comunicarse con nadie del exterior hasta que el viernes consiguió que una compañera del centro le prestase su móvil. También, a causa de su dolencia, le facilitaron píldoras, pero sin saber qué eran exactamente.
Esa misma tarde fue trasladada de nuevo al centro de detención de Yarl´s Wood, en Bedfordshire, donde su primera parada fue con la médica.
«A través del intérprete le dije lo que me pasaba y le enseñé las píldoras que me habían mandado, las cuales yo no sabía lo que eran», explica Verónica. Dice que la doctora le «llamó mentirosa y me dijo que le explicase qué eran esos medicamentos. Pero yo no tenía ni idea, ya que me los habían dado en el otro centro sin explicación».
Sin embargo, la médica insistió en que estaba mintiendo y finalmente le dijo «¿Así es cómo quieres sanar?».
La situación empeoraba por momentos ya que ese mismo lunes, tres días después de su llegada al centro de detención estuvo a las puertas de coger el avión que la deportaría a su país.
Maltrato, a la orden del día
Después de llevarla a un hospital para un chequeo a causa de sus dolencias, volvió a ser encerrada en un centro de detención provisional y trasladada de nuevo al centro a donde había sido conducida primero. Una vez allí, los días pasaban pero no había mejoría en su estado y se pasaba el día en la habitación encerrada.
«Las chicas que habían allí me ayudaban y me decían que me buscase un abogado» explica Verónica . «Ellas – añade – lloraban por mi y se quejaban a las oficiales, pero sin resultado.» Y es que, aunque no hablaba inglés con las otras detenidas, lograba comunicarse con ellas por señas.
Su salud empeoraba por momentos, pero allí dentro nadie le hacía caso. «Unas funcionarias me decían que no me pasaba nada y me gritaban para que me moviese más rápido, a pesar de que sabían que yo no podía», cuenta con resentimiento.
«Los doctores nos maltrataban y no dejaban que las otras chicas me tradujesen en inglés. Y aunque fuese mi turno en el médico, me hacían esperar fuera mientras el resto de detenidas pasaban por delante de mi».
Un número y la libertad
Verónica contó que dentro de los centros de detención, muchos detenidos trabajaban por menos de una libra a la hora. Explicó que estos «empleos» podían ser diversos: limpiando, en la cocina o de guía por el centro para los nuevos detenidos.
«Aunque no trabajaras, acumulabas 50 peniques cada día que esttuvieras dentro», contó Verónica. Ella, en su situación, no podía desempeñar ninguna tarea, pero sus compañeras sí estaban trabajando en la cocina.
«También habían máquinas donde podías comprobar cuánto dinero tienes acumulado, pones tu número y te aparecía la cantidad», explicó Verónica.
Finalmente, a través de algunos contactos con el exterior y un gran amigo que la estuvo apoyando y aconsejando, consiguió salir de manera temporal del centro mientras ponía en orden la obtención de papeles.
Verónica Camacho*: El verdadero nombre ha sido cambiado a petición de la entrevistada, así como algunos datos personales, para evitar represalias o cualquier otro tipo de problemas.