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Los desafíos de la izquierda si llega a gobernar

Todas las encuestas pronostican la victoria del candidato del centro-izquierda en las elecciones presidenciales del próximo 29 de mayo en Colombia, en lo que se denomina ‘primera vuelta’. Si así fuera tiene en frente un camino de grandes desafíos y mucha responsabilidad

 

Juan Diego Garcia

 

Para una segunda vuelta –si fuere necesaria- existe una enorme incógnita sobre el resultado final. No está claro cuál será la decisión, sobre todo de los sectores del llamado “centro” o de quienes usualmente no votan, en un país donde lo normal es que (desde hace casi un siglo) se abstenga la mitad del electorado.

Predomina una enorme incertidumbre pero también un amplio desapego de la ciudadanía por la política en general y, en particular, por la idoneidad de las instituciones, empezando por aquellas que deben  gestionar la votación y sus resultados. El riesgo de fraude no es ni nuevo ni pequeño ni tampoco lo es la eliminación física de candidatos dispuestos a reformar el injusto orden social del país.

Parecen muy sólidas las declaraciones del candidato del centro-izquierda, Gustavo Petro, que recientemente denunció planes muy concretos para asesinarlo.

En esta ocasión, como es ya tradicional en este país andino, las autoridades prometen que se “hará una exhaustiva investigación”, en la que, por supuesto, nadie confía.

La crisis estructural de este país afecta a todos sus órdenes y va más allá de los problemas generales de la crisis del modelo neoliberal, la pandemia o la guerra en Ucrania.

Si Petro gana las elecciones -incluso desde la primera vuelta- sería la primera vez que el centro-izquierda gobierne en este país en toda su historia. (En los años 30 del siglo pasado, se dio la ‘Revolución en Marcha’, un proyecto de reformismo moderado liderado por López Pumarejo y que provocó la violenta reacción de las clases dominantes y que en muchos sentidos explica la violencia permanente que (salvo pequeños intervalos de paz) desde entonces azota a Colombia.

Petro tendría que empezar a desmantelar el modelo neoliberal devolviendo al Estado no solo un control adecuado de la economía sino impulsando programas que garanticen la presencia de lo público en el tejido empresarial. Un gobierno del cambio tendría entonces que comenzar un proceso que revierta todas y cada una de la privatizaciones.

Qué tan lejos se pueda avanzar, qué tan rápido se puedan concretar las reformas económicas, depende de la correlación favorable de fuerzas que genere el nuevo gobierno.

Los obstáculos principales vendrán del gran capital nacional y extranjero que verán afectados sus intereses. La idea no es otra que conseguir que la empresa pública sea decisiva en los sectores claves de la economía, algo que no excluye a la iniciativa privada, y por supuesto tampoco a la inversión extranjera, siempre y cuando sea efectivo el principio del mutuo beneficio.

No menos decisivo es rediseñar las políticas de endeudamiento y las relaciones con las llamadas “instituciones económicas internacionales” (FMI, BM, OCDE, etc.).

Se trata de buscar formas funcionales de proteccionismo, nuevas maneras de vincularse al mercado mundial, de impulsar la industria local y asegurar la soberanía alimentaria, tal como lo practican los países metropolitanos, los mismos que imponen a la periferia del sistema mundial el libre comercio y la denominada “globalización”, según sus intereses.

Para algunos,  lograr este objetivo se necesitaría ensayar alguna fórmula de tipo keynesiano para disminuir la actual e inaceptable concentración de la riqueza, buscando superar todas las deformaciones estructurales del modelo neoliberal vigente.

Para otros, de mayores ambiciones, aunque reconocen que de momento no es posible reemplazar el actual capitalismo por una forma esencialmente diferente, asumen la simple reforma como paso indispensable, como la oportunidad de echar las bases de un orden nuevo de cara al futuro.

La reforma se asume entonces como un primer paso hacia objetivos mayores de un orden social nuevo.

Para los reformistas a secas, se trataría de impulsar programas de tipo “desarrollista”, que dada la correlación actual de fuerzas, por si solos, supondrán todo un avance casi revolucionario.

Tal parece que es la orientación de los nuevos gobiernos progresistas en el continente. Pero para quienes se proponen ir más allá de las reformas ese desarrollismo, que tradicionalmente se limitó a la producción de bienes de consumo (antes importados de las metrópolis) tiene que avanzar hacia la creación de empresas de medios de producción, un objetivo que es el único que garantiza un ejercicio pleno de la soberanía nacional en todos los órdenes.

La integración regional ayudaría mucho a este propósito. Se trataría de superar la condición tradicional de países productores de materias primas (casi siempre sin elaborar) y-en el mejor de los casos- de mercancía de escaso valor agregado.

El objetivo económico es ya de por si decisivo; pero no es el único.

Es indispensable construir un aparato estatal moderno y sobre todo democrático, es decir, que funcione en beneficio de las mayorías sociales. Se trata de crear una burocracia moderna y que sea garantía para la comunidad nacional. Se trata en particular de rehacer las fuerzas armadas y la policía, así como el aparato de justicia y las diversas formas del sistema electoral. Un nuevo gobierno con Petro no tendrá fácil esta tarea, aunque no por ello resulte imposible. Si las fuerzas políticas que constituyen su apoyo electoral consiguen consolidar sus alianzas y proceden con prudencia pero con decisión, no parece imposible contar con un suficiente apoyo parlamentario.

Si los movimientos sociales que se movilizan en apoyo de su candidatura avanzan en su unidad y capacidad de movilización, no será difícil que sus reivindicaciones resulten atendidas por el nuevo gobierno, al menos en lo fundamental.

La diversidad de estas organizaciones y su muy diversa composición no debe ser obstáculo para conseguir la adecuada coordinación y la capacidad de ejercer la debida presión sobre el nuevo gobierno.

Su madurez y el grado de consciencia política de estas bases sociales  permitirán que se consiga vincular las luchas coyunturales de hoy, los objetivos inmediatos y posibles, con los objetivos mayores de construir una Colombia nueva en el futuro. Por ende, las victorias de hoy deben entenderse como pasos indispensables hacia una sociedad futura diferente en la cual sea posible realizar la consigna tradicional del movimiento obrero: construir “un orden social esencialmente diferente del capitalismo en el cual el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos”.

(Fotos: Pixabay)

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