En Foco, Opinión

Hijab: detrás del velo

El término hiyab procede de la raíz árabe hayaba, que engloba diversos significados que giran en torno a la idea de «esconder», «ocultar a la vista» o «separar». En la lengua árabe, el uso de dicha raíz lleva a la obtención de palabras como «cortina» o «pantalla».

 

Daniel Fernandez García

 

Un primer acercamiento a la etimología de la palabra hiyab nos revela cómo su campo semántico es mucho más amplio que el obtenido de la simple traducción del término a diferentes lenguas («velo» en castellano, «veil» en inglés o «voile» en francés).  Respecto al origen del hiyab, aunque en la actualidad suele relacionarse con la instauración del Islam en la Península Arábiga, tal apreciación es incorrecta.

El uso del hiyab como método para cubrir alguna parte del cuerpo o cabello de las mujeres, ha sido práctica generalizada en todas las culturas y religiones mediterráneas hasta tiempos relativamente recientes. Asimismo, a pesar de la opinión generalizada, el hiyab ya existía en la Arabia Preislámica dentro de la cultura árabe.

Justo antes de la aparición del profeta Mohammed, la situación de las mujeres en la Península Arábiga estaba regida por un rígido patriarcado. La instauración del Islam supuso un cierto avance en lo que a los derechos de las mujeres se refiere.

Como consecuencia, se generalizó el hiyab entre las adeptas a la nueva religión como un símbolo de distinción y respetabilidad respecto de las esclavas o prostitutas que no lo utilizaban.

Respecto a la obligación del uso del hiyab como prefecto religioso hay que acudir a la principal fuente de El Islam. La palabra hiyab es mencionada siete veces en El Corán y en ninguno de los casos se refiere al atuendo femenino que se suele traducir como «velo». Para aludir a este término se utilizan otros como yalalib (túnica) o khumur (tipo de tela larga) de los cuales ninguno establece la obligación específica de cubrirse la cabeza o cara.

En El Corán el hiyab nunca se refiere al atuendo, sino a un «velo» o «cortina», que además sólo en uno de los siete casos se pone en relación con las mujeres. Respecto al atuendo propiamente dicho, nunca se indica la obligación de cubrirse, sino el uso de un atuendo recatado, tanto para hombres como para mujeres. Tal exigencia no es intrínseca a El Islam, sino que es común en ámbitos tradicionales de la mayoría de religiones tales como el cristianismo, el judaísmo, el hinduismo o el budismo.

El tradicional ocultamiento del cuerpo femenino en las sociedades musulmanas responde principalmente a dos factores. Por un lado, la costumbre generalizada en diversas sociedades patriarcales en las que el cuerpo de la mujer ha de cubrirse en menor o mayor grado.

Por otro lado, una interpretación excesivamente rígida y descontextualizada de los versículos de El Corán, realizada por y en beneficio de los hombres. Sin embargo, en ningún caso se debe a una prescripción obligatoria establecida por los versículos de El Corán.

La fisonomía del atuendo femenino dentro de las sociedades de religión musulmana es muy variada y responde, en la mayoría de los casos, a un ámbito o clase social determinado. El atuendo tradicional femenino ha incluido, en general, el ocultamiento de la cabeza y el cabello de diferentes maneras. Sin embargo, tal costumbre también es característica del atuendo tradicional musulmán masculino y común a los atuendos tradicionales cristianos o judíos.

Respecto al ocultamiento del rostro, ha sido una costumbre mucho menos extendida de lo que normalmente se piensa y manifestada de muy diversos grados y maneras. Desde el burqa afgano que cubre la totalidad del rostro, pasando por el niqab o las máscaras tradicionales de la Península Arábiga que dejan los ojos al descubierto, hasta el velo semitransparente utilizado en ciertas regiones del Kurdistán para ocultar el cabello o la boca y que se sostiene solamente con la mano o los dientes.

Fue hasta finales del Siglo XIX cuando empezó a evolucionar la valoración del uso del hiyab. Si bien hasta entonces su uso había sido un símbolo de distinción social que diferenciaba a las mujeres de clase alta de las de clase más humilde, durante estos años comenzará a considerarse como un símbolo de la exclusión de la mujer del ámbito de la vida social.

Ya desde mediados del Siglo  XIX, los países más relevantes de Oriente Medio se hallaban inmersos en lo que ha venido a denominarse como la Nahda (renacimiento) del mundo árabe.

Las potencias árabes iniciaban un proceso de modernización en todos los niveles basándose en dos principales fuentes de inspiración. Por un lado, la vuelta hacia el pasado glorioso de la civilización arabo-islámica y, por el otro, un giro hacia el mundo occidental y europeo.

Egipto fue el primer país donde se produjeron los primeros cuestionamientos acerca de la situación de las mujeres y del uso del hiyab. Escritores como Qasim Amin o mujeres como Huda Sharawi, considerada la madre del feminismo árabe, en su lucha por la incorporación de la mujer al espacio público, consideraban que el hiyab producía el aislamiento de las mujeres urbanas, tanto musulmanas como cristianas.

En Turquía e Irán fue el propio Estado el que prohibió el uso del velo a lo largo de las primeras décadas del Siglo XX. Sin embargo, en este caso tal proceso no respondía a un cambio en la conciencia feminista. Tanto Atatürk en Turquía como el Sha de Irán, partían de la premisa de que la modernización debía pasar por la asimilación absoluta de las costumbres occidentales, incluyendo el atuendo tanto masculino como femenino.

En los países del Magreb el cambio fue paralelo a los movimientos de lucha contra la colonización. A mediados del Siglo XX, las mujeres de clase mediaba comenzaban a utilizar la túnica masculina en detrimento del uso del haik, el atuendo tradicional magrebí.

La costumbre de cubrirse la cabeza fue desapareciendo y paulatinamente el uso de las túnicas fue dejando paso a los atuendos de origen europeo.

No será hasta finales de los años 70, cuando resurja un nuevo tipo de velo que cubrirá completamente la cabeza y los hombros y al que se ha denominado también con el nombre de hiyab a pesar de ser no mantener ninguna relación ni estética ni ideológica con las tradicionales formas del mismo.

La generalización del nuevo hiyab corresponde al fin del sueño panarabista. Las democracias en el mundo árabe fueron sustituidas paulatinamente por oligarquías, monarquías y dictaduras sostenidas por un movimiento neocolonialista venido de occidente.

El desempleo, la pobreza, la corrupción y la falta de libertad crearán una corriente de desconfianza ante el modelo occidental y, en consecuencia, una vuelta a la cultura tradicional islámica como fuente de modernización en el anhelo de abandonar definitivamente el status quo colonial e imperialista. El auge de lo que ha venido a denominarse como islamismo creará toda un imaginario de identidad islámica que, entre otras cosas, se manifestará de manera muy patente en el atuendo. Se generalizará así la barba en los hombres y, especialmente, el nuevo hiyab en las mujeres. De la misma manera que sucedió con la desaparición del hiyab en las décadas anteriores, serán ahora las jóvenes urbanas de clase media las primeras en adoptar esta nueva estética que llega hasta nuestros días.

La polémica sobre el uso del hiyab en los países europeos ha suscitado numerosos discusiones acerca de las razones y la pertinencia del uso de este atuendo. Sin embargo, el análisis de un fenómeno como el del hiyab no debe tomarse a la ligera.

Su uso y significado varía enormemente dependiendo de las zonas y las clases sociales. Mientras que su uso se ha convertido en una obligación en países como Irán, de ningún modo tal idea puede atribuirse al conjunto de los países de religión musulmana.

Tampoco siempre constituye una imposición familiar como suele generalizarse. Es muy útil seguir el rastro del uso del hiyab a través de las imágenes generacionales de una misma familia.

En algunos casos la abuela llevaría el atuendo tradicional, la madre vestiría de acuerdo a los cánones occidentales y la hija sería la primera en portar el velo. Será ella quien lo introducirá dentro del entorno familiar, consiguiendo que la abuela y la madre acaben portándolo, al aceptar que se trata de un modo de vestir a la moda.

Aunque el origen del nuevo hiyab es de índole religioso, no debe establecerse una relación directa entre su uso y la religiosidad de la persona que lo porta. Si bien es cierto que se ha convertido en un exponente de lo moralmente correcto y, en consecuencia, sí existe cierta obligación social o familiar, pero en ningún modo religiosa.

Asimismo, aunque pueda sorprender a muchos sectores, incluyendo ciertos movimientos feministas occidentales, el hiyab se ha convertido en algunos casos en un signo de reivindicación de índole feminista, conectando directamente con el significado primigenio del hiyab donde la mujer, al portarlo, demostraba no ser un mero objeto de contemplación sexual.

En éstas nuestras sociedades patriarcales, el uso del hiyab viene a proteger a las mujeres de los comportamientos y miradas impertinentes de determinados sectores masculinos de la sociedad.

Y por último, si aceptamos la premisa que identifica al hiyab como el símbolo de sumisión de la mujer musulmana, deberemos aceptar que la mujer occidental no musulmana también está sometida a los imperativos de la moda y al reflejo de su propio cuerpo en los ojos de los demás. En definitiva, se hace necesario entender la profundidad y la complejidad de todos los mecanismos que convierten al cuerpo de la mujer en un mero objeto y aunar las luchas en un frente común.
(Fotos: Pixabay y PxHere)

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