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Regresa el fascismo y ahora es más peligroso

En realidad  nunca desapareció. Es una amenaza  constante, un riesgo que no debe subestimarse. Las victorias electorales de la extrema derecha en algunos países europeos, el repunte de Trump en EE.UU y los avances de la población más reaccionaria en Latinoamérica y el Caribe, evidencian  su regreso y que se está a las puertas de una nueva guerra mundial.

 

Woke and Broke—The Oppressed vs Oppressor Genocide. Photo by Crusty Da Klown / Flickr. Creative Commons Liccense. Public Domain.

Juan Diego García

 

En realidad el fascismo nunca desapareció aunque la apuesta por ciertos pactos capital-trabajo en el Viejo Continente (y, muy parcialmente, en Estados Unidos) generó un clima relativo de paz social.

Dicha paz (deteriorada de forma muy aguda por el modelo neoliberal) se ha dado en las metrópolis, pero en los países pobres apenas se ha manifestado excepcionalmente en determinadas coyunturas. Todo lo contrario se han dado abiertas y sangrientas dictaduras que han caracterizado siempre el orden social, con manifestaciones similares al fascismo europeo y en muchas ocasiones han superado sus formas más crueles e inhumanas.

El fascismo no se limita al Hitler, Mussolini o al gobierno de Japón.

En el mundo capitalista avanzado de aquel entonces las formas del fascismo aparecían igualmente en los países aliados (Estados Unidos y  Europa) y sus ideas y prácticas sociales resultaban similares a las del fascismo del Eje: teorías sobre la “raza superior”, xenofobia y otras formas similares de discriminación contra minorías étnicas. Se trata de teorías similares al “espacio vital” para justificar la agresión a otros países, y en general amplias limitaciones o inclusive la cancelación de los principios liberales del orden social burgués y su reemplazo por formas de dictadura extrema.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en Francia querían hacer olvidar su compromiso o su simpatía con los ocupantes nazis y sus lacayos locales y muchos aparecieron luego  como “activos colaboradores de la Resistencia”.

En Estados Unidos se prefirió hacer caso omiso del racismo tradicionzal disminuyendo el rol que allí tenía y tiene importantes bases sociales, o la abierta simpatía por el fascismo de personajes tan señalados como el industrial Henry Ford, que escribió libros de apología del Tercer Reich. El mismo candidato a suceder el trono en el Reino Unido fue apartado de tal pretensión por sus vínculos estrechos con Hitler. Su matrimonio con una mujer divorciada fue solo una excusa para no tener que reconocer públicamente que la mismísima Casa Real tenía en su seno a un nazi.

Si se va un poco más lejos, resulta obvio que las potencias aliadas solo intervienen contra Alemania cuando Berlín no se da por satisfecho con las muchas concesiones que los Aliados le habían hecho a Hitler, todos, incluido los Estados Unidos. Solo se deciden a atacar realmente a Alemania cuando ésta pierde en la batalla de Stalingrado.

Al parecer, los Aliados esperaban que los nazis derrotaran a la URSS para luego buscar alguna forma de terminar con el “peligro comunista” y solo se decidieron realmente a combatir a los nazis cuando esa batalla significó la derrota final  de Berlín. Ni todos los alemanes, italianos y japoneses eran la encarnación del “mal” (como vende la propaganda) ni los Aliados resultaban ser la encarnación plena de los valores civilizados.

En los países del Eje había fuerzas sociales y políticas que el fascismo sometió al exterminio y que expresaban la oposición régimen: socialistas, comunistas, cristianos (sobre todos los protestantes más que los católicos, cuyo Papa de entonces  se negó a condenar los crímenes de Hitler).

También hubo demócratas burgueses y hasta monárquicos que tuvieron la lucidez de ver el riesgo que suponía para la civilización los principios del fascismo.

Tal vez una visión diferente a la versión oficial sobre el fascismo ayude a comprender por qué “renace” un fascismo que realmente nunca desapareció ni fue un fenómeno exclusivo de los países del Eje. Nunca hubo dos fascismos iguales, pero sí de idénticos en su negación total de los principios democráticos del orden social burgués, la anulación del ideario liberal clásico cuando el sistema entra en profunda crisis.

Desde esta perspectiva no debería entonces sorprender un fenómeno como el de Trump cuyas consignas no pueden ocultar sus tintes neonazis pues sus propuestas resultan igualmente contrarias a cualquier principio humanitario y civilizado, tal como sucede en el tratamiento de la inmigración, algo que comparte con los demócratas.

Tampoco debe sorprende que las fuerzas del nuevo fascismo tengan ahora mismo una importante representación electoral que les ha permitido llevar al gobierno a la extrema derecha en Italia y en países del norte de Europa, tradicionalmente ejemplos de democracias consolidadas. Estas fuerzas del nuevo fascismo son igualmente destacables en Austria y España, y algunos gobernantes formalmente democráticos, que no se declaran de extrema derecha llevan a cabo medidas similares o iguales a las propuestas por el nuevo fascismo, tal como sucede en Francia, Alemania o el Reino Unido, para no hablar de los regímenes de la Europa del Este (Ucrania, sin ir más lejos) que tienen en su seno fuerzas políticas abiertamente derechistas o nazis declaradas.

En esta región el fascismo responde a procesos sociales muy similares, solo que aquí ha sido la práctica habitual en toda su historia y la democracia solo momentos excepcionales.

Además con un respaldo sin límites de las metrópolis tradicionales de Occidente y practica la violencia pura y dura contra la oposición política y social. Esa derecha criolla fue y sigue siendo una amenaza contra los gobiernos de progreso que ahora son mayoría en la región.

No es por azar aquí nadie hable del renacimiento de un fascismo que siempre ha estado controlando la vida diaria de las gentes. En Europa o en EE.UU debería sorprender que la gran burguesía,  ante la amenaza cierta de una gran crisis decida cancelar el funcionamiento democrático de su sistema y apueste por las formas más duras de dominación para asegurar su hegemonía en el orden social. El llamado “nuevo fascismo” no es igual al tradicional, pero sus lineamientos esenciales si están allí, como un riesgo que no debe olvidarse.

(Fotos: Pixabay)

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