Globo, Latinoamerica, Reino Unido

Integración regional consolidaría progreso y democracia

En el complejo entramado del nuevo orden mundial a los países de la periferia la acción conjunta les ofrece un margen de acción más amplio para defender sus intereses estratégicos y sus programas para impulsar un modelo nuevo de orden social que les permita acceder a la modernidad en todos los órdenes.

 

Juan Diego García

 

Una de las maneras más probadas es la integración regional. En el caso de Latinoamérica y el Caribe ha ganado cierto protagonismo en las décadas recientes y es uno de los propósitos principales de los gobiernos progresistas y revolucionarios. Tal propósito ya era una idea impulsada por los dirigentes de las guerras de independencia, en particular y de forma destacada, por Simón Bolívar. Desde entonces, y hasta hoy, uno de los mayores obstáculos para hacer realidad ese sueño de una independencia efectiva ha sido el rol de las oligarquías criollas que juegan el papel de instrumentos de los imperialismos de ayer y de hoy y que obtienen de esa relación la fuente principal de su poder.

No sorprende entonces que de hecho (a veces abiertamente, a veces de forma solapada) esas oligarquías criollas han sido y son el obstáculo local más decisivo para que una integración regional se lleve a cabo. Y cuando algún gobierno progresista ha pretendido impulsarla nunca falta la acción directa -por todos los medios- de esos poderes imperialistas, sin excluir la agresión armada, la invasión, en particular del gobierno de los Estados Unidos.

El debilitamiento relativo de las potencias tradicionales y la aparición en el escenario mundial de potencias nuevas -China, en particular- ofrecen importantes márgenes para gestionar de manera menos complicada las difíciles relaciones de estos países de la periferia con los centros tradicionales del viejo colonialismo y las formas modernas de imperialismo.

A tal punto se ha originado una nueva dinámica que no faltan las clases dominantes de algunos de estos países que disminuyen mucho sus relaciones (sobre todo las económicas) con las viejas potencias y las reemplazan por otras nuevas, precisamente con las potencias emergentes.

La integración regional la impulsan entonces los gobiernos progresistas aunque no faltan gobernantes muy tradicionales que encarnan los intereses de las clases dominantes locales que al menos en parte llevan a cabo operaciones comerciales en la dirección de una acción regional nueva.

Las oligarquías locales avanzan en sus relaciones económicas con China y Rusia (entre otros) mientras formalmente son aliados firmes de Occidente. Brasil y México. Estas dos son las dos economías más grandes de la región y tienen ahora mismo relaciones muy sólidas con las nuevas potencias. En casos tan particulares como el de Argentina, al nuevo gobierno de derecha le resulta muy complicado armonizar su discurso pro-occidental con los negocios de una parte decisiva de su clase dominante que tienen en el mercado chino su principal cliente de cereales y carne.

En el caso de los gobiernos de Perú y Ecuador, estos son abiertamente partidarios de las potencias occidentales, al punto que ofrecen enormes facilidades a Washington para ampliar su presencia militar en la región, mientras sectores decisivos de sus oligarquías locales mantienen y amplían sus vínculos comerciales con Pekín.

En el caso de Perú, destacados empresarios locales con el apoyo de un gobierno nada progresista, acaban de firmar con una empresa china un acuerdo para construir en la región el puerto más importante del pacífico. Ello afecta los intereses estadounidenses pues ofrece, por ejemplo, a Brasil su tan ansiada salida al Pacífico, clave para el comercio con China. Este panorama sugiere entonces que la nueva situación mundial, con las potencias emergentes en auge, da a los procesos de integración regional mayores márgenes de acción. Los países que impulsan diversas formas de integración regional tienen ahora nuevas alternativas para gestionar su comercio y avanzar en la tarea de emprender reformas estructurales tal como la industrialización, la incursión en las nuevas tecnologías y en otras formas de la modernidad.

De esta manera estos países pueden ser algo más que proveedores de materias primas y mano de obra barata para los mercados metropolitanos; pueden superar las formas clásicas de la dependencia de estas naciones de la periferia respecto a los centros tradicionales del capitalismo mundial (Estados Unidos y Europa, en particular). Este nuevo panorama, en el marco del nuevo orden mundial, facilitaría que los gobiernos progresistas y revolucionarios de la región pudiesen impulsar esas reformas de manera conjunta, sin excluir que gobiernos conservadores puedan ser arrastrados a negociar adecuadamente políticas decisivas. Acá hablamos de, por ejemplo, políticas en el ámbito del crédito, el endeudamiento externo y otras similares que suponen hoy en día una carga en tantas ocasiones insoportables para sus economías. El solo pago de la deuda externa supone un porcentaje enorme de la riqueza nacional.

Y con criterios parecidos no sería descartable que gobiernos progresistas consigan pactar con sus oligarquías locales nuevas formas a la inversión extrajera, a la explotación de los recursos naturales y otras similares, tal como impulsa Gustavo Petro en Colombia. Tampoco sería descartable que se afiancen y amplíen acuerdos que hagan real la exclusión del armamento nuclear en la región y conseguir que la presencia militar extranjera disminuya y hasta se elimine en el futuro.

Por ejemplo, dar pasos para excluir del área organizaciones como la OTAN y otras formas de compromiso militar, haciendo de Latinoamérica y en Caribe una zona de paz. Por supuesto que un proceso de integración de mayores perspectivas supone gobiernos populares y muy progresistas, pero dada la enorme inestabilidad que aquí se registra, parece inevitable avanzar hacia dicha integración.

(Fotos: Pixabay)

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