En Foco, Opinión

Haruki Murakami… escribir en soledad

Seguramente este escritor surrealista no derramó esta vez el café mañanero cuando escuchó a un locutor en la radio hablar sobre su cumpleaños, como ocurrió hace tiempo.

 

Ariel B. Coya

 

A diferencia de entonces, ya sabe con certeza -y muy a su pesar- que hoy día es una celebridad. Un escritor mundialmente reconocido, llamado acaso a completar la tríada de autores japoneses galardonados con el Nobel de Literatura, junto a Yasunari Kawabata y Kenzaburo Oe.

A Haruki Murakami (Kioto, enero 12 de 1949) también se le puede calificar como ecléctico y posmoderno, cercano y costumbrista, pero sobre todo capaz de fascinar por igual a lectores de Asia y Occidente con el estilo libérrimo de su prosa. Algo que logra muy bien cuando explora los misterios de la noche en un poema urbano como “After dark” (2004), al sumergirse en los traumas de una generación por la guerra del Pacífico en “Kafka en la orilla” (2002) o inventar una magia fantasmagórica para “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” (1994).

Su empeño por cavar cada vez más en lo profundo del pozo, como dice él mismo que es escribir un libro, parece no tener fin, al punto de inspirar a otros escritores y cineastas como Sofia Coppola en “Lost in translation” o Alejandro González Iñárritu en “Babel”.

Curiosamente, sin embargo, a Murakami no lo seduce escribir para el cine, pues afirma no servir para eso ni para trabajar en equipo.

Lo suyo es escribir en soledad, un rasgo de su personalidad que acentúa al resguardar su intimidad con un celo casi patológico.

No acude a fiestas. No recibe premios. Prácticamente no concede entrevistas, ni firma libros.

En cambio, dice disfrutar de las series de televisión, las películas de terror, las novelas de detectives, la ropa deportiva y las canciones pop… porque todo eso lo ayuda a establecer un vínculo con sus lectores. «Mi deseo es que la gente vea que lo que escribo no es forzado», sostiene el autor, al tiempo que presume de no tener de amigos a otros escritores ni ser muy valorado dentro de su gremio en Japón.

«No les gusto, soy demasiado diferente a ellos. Creen que todo lo que se escribe debe estar supeditado a la belleza de nuestro lenguaje, a los temas de nuestra cultura», asegura.

Y explica que para él el idioma representa una herramienta para contar sus historias con eficacia. Pero nada más. «Lo importante es el flujo de la historia, no adornar las frases con elementos superfluos».

Aun así, Murakami confiesa que le gusta impregnar de cierta ambigüedad la trama de sus obras, al oscilar entre el realismo y lo onírico, por lo que se autodefine como un escritor «surrealista».

Precisamente ese término retrata la razón que lo impulsó a emprender su carrera una tarde de abril en 1978, cuando miraba un partido de béisbol en Tokio y Âíbang de repente el sonido de un batazo despertó de golpe su vocación literaria.

«Puede parecer la cosa más estúpida del mundo, pero fue así. Una epifanía. Luego volví a casa y me puse a escribir», evoca.

Música y mara

Nieto de un monje budista por la rama paterna y de un comerciante por la materna, Murakami estudió literatura en la Universidad de Waseda y se ganó el cartel de lector compulsivo de la bibliotecaria de su facultad, aunque no fue hasta ese día que tuvo claro su deseo de escribir.

Mientras tanto, alternó los libros con los discos que escuchaba en su club de jazz, pues literatura y música van de la mano en su vida.

Tanto es así que su primer trabajo fue en una tienda de discos (como uno de sus personajes principales, Toru Watanabe, de “Norwegian Wood”), antes de regentar luego junto a su esposa, entre 1974 y 1981, un bar de jazz en Tokio.

De hecho, muchas novelas suyas discurren en torno a una pieza musical en concreto como “Baila, Baila, Baila” (The Dells), Norwegian Wood (The Beatles) y “Al sur de la frontera”, al oeste del sol (que alude a una canción de Nat King Cole).

Su otra gran pasión consiste en participar en maratones como refleja su autobiografía “De qué hablo cuando hablo de correr” (2008).

«Cuando uno acaba una maratón, tiene la certeza de que, al ponerse a escribir, va a llegar al final de la línea y, después, de la página. Palabra a palabra, metro a metro», afirma Urakami, que una vez incluso llegó a completar un triatlón de 100 kilómetros.

Amante de la pluma de Scott Fitzgerald, John Irving, Manuel Puig y Raymond Carver, a los que tradujo al japonés, Murakami asegura mantener una carrera constante en busca de su propia originalidad, mientras encara la vida con su misantropía y permanente «extrañeza» de la idiosincrasia nipona.

«Aún hoy la sociedad japonesa sigue siendo muy cerrada. Si no perteneces a ningún grupo, empresa o compañía, eres una suerte de descastado», explica.

«Pero creo que voy ganando territorio porque, aunque los otros escritores no están de mi lado, los lectores sí». Y estos suman millones, no solo en Japón, sino en el mundo entero. (PL)

(Fotos: Pixabay)

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