Cinema, Cultura

Tras la esclavitud: oscuridad al mediodía en el Ecuador

En la película «Banzo», la historia de la persistencia de la neoesclavitud, mucho tiempo después de que se prohibiera la esclavitud, se basa en los pequeños detalles de la vida y en documentos que a menudo se omiten. La normalización de la violencia afecta a todos los implicados, mas para los trabajadores destruye su motivación para comprometerse con la vida. Y, continuando con la negación, se llama a los médicos para que investiguen esta nueva «enfermedad».

 

Graham Douglas

 

La esclavitud fue abolida hace mucho tiempo, pero el sistema de trabajo en régimen de servidumbre (contratado en portugués) persistió durante más tiempo.

Cobrando a los trabajadores por comida y alojamiento se les cancelaba el salario, y esto sólo terminó en 1975 tras la independencia de las islas de Santo Tomé y Príncipe, cuyas plantaciones producían cacao y azúcar para endulzar la vida de los europeos. La historia se relata en la exitosa novela «Equador», de Miguel Sousa Tavares.

Los trabajadores eran angoleños a los que hacían marchar a menudo cientos de kilómetros hasta una estación costera donde eran vendidos a agentes que los «contrataban» durante 5 años, cuando ni siquiera sabían leer portugués. En teoría, los trabajadores estaban protegidos contra la explotación y podían marcharse, pero ninguno de ellos regresó a Angola antes de 1908, y la película se sitúa justo antes de esa fecha.

En la película «Banzo» de Margarida Cardoso, la violencia de la esclavitud no es explícita, ya que prefiere hacer películas que expresen la atmósfera arrastrada del silencio y la explotación normalizada lejos de los ojos occidentales.

Banzo es la enfermedad del desplazamiento, la desesperación, que a menudo se expresa como alcoholismo entre otros pueblos colonizados como los aborígenes y las Primeras Naciones canadienses.

El padre de Margarida era piloto de las Fuerzas Aéreas y fue enviado a Mozambique cuando comenzó la guerra colonial en 1961. Ella vivió allí hasta la revolución portuguesa de 1974, cuando tenía 13 años. También es conocida por su película “Costa dos murmurios”, ambientada en Mozambique.

Margarida habló para The Prisma en el festival de cine Indielisboa de Lisboa.

Banzo es una enfermedad de melancolía y separación, ¿un sentimiento muy portugués, como Saudades?

Margarida Cardoso.

La mayoría de la gente cree que la palabra procede de la región angoleña de Kimbunda, donde la palabra «banza» significa «hogar». Banzo es como saudade, es como un shock de desplazamiento. Y está ocurriendo ahora, especialmente entre los niños solicitantes de asilo que llegan a los países nórdicos.

¿La película está ambientada en Santo Tomé?

Nunca doy nombres a los lugares en mis películas, pero lo rodamos allí, porque ya lo conocía de mi documental sobre la producción de cacao, y porque toda la estructura de las plantaciones sigue allí, la casa grande y los lugares para los trabajadores y la gente vive en las ruinas. Es una puerta a otra época, y también hay una fuerte atmósfera de pesadez, la historia de los esclavos está muy presente.

¿Estaban habitadas las islas antes de ser colonizadas?

Esta es la historia incluso de Madeira, porque la gente no quiere admitir que robaron la tierra. En Santo Tomé hay historias de gente que llegó de Angola antes que los portugueses, y todavía los llaman angolares.

La película está ambientada en un año concreto, 1907. ¿Alguno de los personajes principales está basado en figuras históricas?

Me inspiré en un hombre llamado Alphonse, fotógrafo de los registros de pasajeros de los barcos en los archivos de Santo Tomé, que permaneció allí varios meses. Elegí 1907 porque fue el año en que llegaron a Gran Bretaña las fotografías de personas con las manos amputadas, enviadas por la misionera congoleña Alice Seely Harris, y la fotografía de las condiciones en Angola dio fuerza a la campaña de 1908.

Afonso – Alphonse… ¿Espejo deliberado de nombres?

Afonso, el médico blanco no es una persona muy activa con una personalidad distintiva, y no creo que la gente en general tenga identidades tan fuertes, cambiamos todo el tiempo, así que esta fue mi forma de difuminar sus identidades.

Todo el mundo conoce la esclavitud, así que es difícil hacer una denuncia hoy en día.

Sí, y es muy contemporáneo en el sentido de que es muy difícil identificar a las personas que tienen el control.

Afonso pregunta al agente que debe velar por el bienestar de los contratados, quién los envía a la isla, y le dicen que no es posible saberlo.

Alphonse está creando un fondo de postal para la esclavitud. Cuando la mujer le pide otro fondo para su retrato, y él saca una escena en Suiza, parece estar satirizando la situación, pero en el fondo, ¿no es un corrupto? Se muestra igualmente dispuesto a fotografiar las condiciones cuando Afonso le pregunta si puede mostrarlas en el extranjero.

En parte es su personalidad, pero también es la forma de ser de la mayoría de la gente, nos adaptamos a las situaciones para ganarnos la vida. Es lo suficientemente listo como para trabajar en ambos lados.

Es negro. ¿No enfadó a los obreros verle alardear de su libertad y trabajar con blancos?

São Tomé era una isla de esclavos libertos, lo que significa que los propietarios de las plantaciones de cacao y azúcar también eran negros, hasta finales del siglo XIX. Era una sociedad muy estratificada, y la gente de arriba era muy esnob, incluso hoy en día.

Los portugueses les daban títulos como conde y condesa, y tenían un alto nivel de vida. Luego, los banqueros europeos se dieron cuenta de que, debido al consumo de chocolate, el cacao era oro, así que compraron estas plantaciones. A principios del siglo XX, la empresa Quaker Cadbury se dio cuenta de que parte de su chocolate se producía en Santo Tomé, con mano de obra en régimen de servidumbre, y el escándalo mediático provocó que finalmente boicotearan el cacao portugués en 1909, lo que provocó una crisis entre los gobiernos británicos y portugués. Convenientemente para los Cadbury, trasladaron su producción a las nuevas plantaciones de Ghana (la Costa de Oro).

¿Qué efecto tuvo en usted su infancia?

Las mujeres vivían en las ciudades, una vida muy tranquila, casi siempre en hoteles, porque la guerra se desarrollaba en el campo, en el norte. El escritor del libro Costa dos Murmurios, que llevé al cine, era uno de nuestros vecinos.

Vivíamos en Beira, que era un puerto donde se embarcaban mercancías hacia y desde Rodesia, como se llamaba entonces, y estaba increíblemente segregado, los blancos ni siquiera hablaban con un negro por teléfono.

Al crecer, sabía que algo iba muy mal y quería entenderlo. Tenía una fuerte sensación de no pertenencia, como si viviéramos en ese lugar del fin del mundo. Ahora, con la edad, es diferente, pero sigo pensando mucho en aquella época. Me atraen mucho las cosas difíciles de definir, y creo que viene de mi experiencia en ese periodo.

¿Cree que el público portugués entenderá su película de forma diferente a los demás?

No, creo que la gente de países con una historia colonial puede entenderla igual de bien, y no pienso en un público potencial cuando escribo.

Ahora se cuestiona la forma en que se presenta la historia colonial en los países europeos. ¿Pensó en ello mientras hacía esta película?

Antes pensaba que no era buena idea derribar estatuas y hacer campaña para que se retiraran los monumentos de piedra de la Praça do Imperio de Lisboa, porque así se borraba la historia.

Pero hoy pienso que sí, que debemos hacer algo con esos monumentos porque también borran la verdad de la historia colonial. Es importante darse cuenta de las diferencias entre el colonialismo portugués y el británico, como explica Eduardo Lourenço en su libro Do colonialismo (“Sobre el colonialismo”). Los colonizadores británicos decían a los nativos «Poneos de pie, pero no os acerquéis a nosotros», mientras que los portugueses les decían «Acercaos, pero no os pongáis de pie».

Existe la mitología, incluso entre los académicos, de que los colonizadores portugueses eran muy dulces, y los dos pueblos se casaron y vivieron como una familia feliz.

Pero también hay que recordar que antes de la revolución de 1974, el 75% de la población de Portugal era analfabeta. A veces éramos más violentos porque los colonizadores eran gente muy inculta que no sabía nada de otros países ni de su historia.

En la escuela nos enseñaban que Portugal no era un país pequeño, y ahí está el famoso mapa en el que se superponían áreas del tamaño de cada colonia en el mapa de Europa para decirlo.

Todavía tenemos la creencia de que somos el puente entre África y Europa, una relación especial que nada tiene que ver con la economía, eso simplemente no es verdad. Hace unos años, cuando Portugal jugó al fútbol contra Angola, hubo peleas en las gradas. Mantenemos mucha ambigüedad en nuestra forma de entender el colonialismo, y poco a poco esto debe cambiar.

(Traducido por Monica del Pilar Uribe Marin) Fotos suministradas por la entrevistada y autorizadas para su publicación

 

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