Globo, Mundo, Política, Reino Unido

Ganar el Gobierno pero sin alcanzar el poder

El gobierno funciona en base a los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, que tienen ciertos poderes, aunque bastante limitados. Limitados por su misma naturaleza de instrumentos del sistema y por un deterioro que les resta apoyo social, aunque se mantenga su forma legal.

 

Juan Diego García

 

El poder, en sus formas decisivas reposa en el capital como fundamento del orden social. Es decir, en la propiedad de los medios de producción (en sus múltiples formas) que decide en última instancia el poder real.

El gobierno y la actividad política en general constituyen solo la gestión que debe asegurar el buen funcionamiento del orden social.

Los instrumentos del poder para tal fin son muchos, y van desde las formas legales que se imponen (pacíficamente o de forma violenta, según se requiera) hasta mecanismos mucho más sutiles que buscan asegurar la obediencia al menos de una mayoría suficiente que asegure la legitimidad.

Para asegurar la legitimidad- un consenso social favorable- juega un papel central la cultura en todas sus formas.

Siempre ha sido así. Basta recordar el papel de la religión como sustento del régimen feudal y el del capitalismo.

Los instrumentos para asegurar ese respaldo suficiente al orden social lo aseguran (o lo buscan) la educación, los medios de comunicación, el pensamiento mágico (la religión) y otros similares que sustentan la visión del orden burgués como «natural» y condenan cualquier alternativa de cambio como aventura peligrosa.

En ambos casos, se justifica el orden social vigente como una especie de mandato divino o ley natural.

La crisis actual del sistema capitalista que afecta de lleno su legitimidad se produce no solo por las fluctuaciones estructurales propias de la economía (ascenso, equilibrio y caída) que el modelo neoliberal no ha hecho más que agudizar (aunque prometió terminarlas), sino también por el deterioro grave de los llamados «tres poderes», que se expresan en la enorme debilidad de los gobiernos.

El poder básico, la gran burguesía, parece no decidirse entre un retorno a alguna a forma de keynesianismo para calmar el malestar general de la población manteniendo en lo fundamental el modelo neoliberal con pequeños cambios, o llevar el neoliberalismo a sus extremos aunque para ello tenga que darle mayores espacios (sin excluir el mismo gobierno) a la extrema derecha, que no es otra cosa que el moderno fascismo.

Para la gran burguesía es un riesgo el no tomar una decisión a tiempo. Esa suerte de indecisión, con los riesgos que conlleva, se podría entender porque no se ve un peligro inminente para el sistema. De hecho, aunque el descontento social se ha generalizado las alternativas de las organizaciones políticas y sociales de la izquierda arrastran su propia crisis.

El fin del denominado «socialismo realmente existente» produjo casi la desaparición de los partidos comunistas, mientras la claudicación casi total de la socialdemocracia ante el neoliberalismo acabó hundiendo las alternativas reales de esos partidos y en generl de casi todas las organizaciones populares, de suerte que la izquierda tradicional dejó de ser un peligro para el sistema.

Las manifestaciones políticas nuevas no parecen estar en condiciones de ofrecer alternativas sólidas y -al igual que la burguesía- parecen oscilar entre una fuerza que protesta, pero solo para recuperar algo de lo perdido (el estado del bienestar, por ejemplo) y, en el mejor de los casos, para intentar formular reformas que sirvan de punto de partida de cara a la futura construcción de un orden social nuevo.

El poder real solo se ve afectado como resultado de la crisis del sistema; no se siente amenazado por una fuerza social que lo ponga en peligro inmediato. En ninguna parte hay una revolución en marcha que amenace la esencia del orden social; en todo caso ésta ocurriría en la periferia- en el mundo pobre- , confirmando aquello de «la cadena se rompe por su eslabón más débil».

La mayor preocupación de la burguesía se reduce a encontrar soluciones al orden político, a las formas de gobernar, tan sometidas hoy a enormes desafíos por su pérdida de legitimidad.

De ahí su dilema entre volver a alguna forma de keynesianismo o apostar por profundizar el neoliberalismo, propuesta de la extrema derecha.

De todas maneras, si los acontecimientos agravan la crisis en sus diversas formas, siempre queda la salida extrema del fascismo.

(Fotos: Pixabay)

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