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Turismo y cambio climático

Se dice que el emperador romano Nerón tocó el violín mientras ardía la ciudad. Probablemente apócrifo, pero sirve como imagen de irresponsabilidad ante una catástrofe.

 

Caballos tiran de esquiadores en un trineo en los Dolomitas. Italianos emplean forma tradicional de transporte.

Sean Sheehan

 

Un equivalente en la vida real es un turista que intenta agarrar un trozo de iceberg derretido del Polo Norte mientras con la otra mano sujeta un palo de selfie.

El nivel del Mar Muerto, situado entre Jordania, los territorios palestinos ocupados e Israel, desciende un metro al año y algunas partes del río Jordán se han reducido a un hilillo de lodo. El cambio climático es parte del problema, pero también lo es la política israelí de desviar las cabeceras de los ríos y -no es de extrañar- no compartir el agua a partes iguales con los agricultores palestinos. A pesar de la escasez de agua, un hotel de lujo construye una piscina en una terraza de roca natural en el desierto del Néguev, en Israel, y una agencia de viajes la anuncia como «La piscina más fresca del mundo».

En los Dolomitas, los invernantes se acostumbran a esquiar sobre nieve artificial. El Dolomite Superski, en Italia, ofrece nieve artificial en 1.200 km de pistas y puede acoger a más de 600.000 esquiadores por hora. En los Alpes italianos, miles de personas trabajan creando y manteniendo nieve artificial, el equivalente visual del sonido de la música del violín de Nerón.

Ciclismo de una clase en el patio de recreo submarino de la isla de Fushifau, en las Maldivas. 2021 25 de marzo.

La amenaza que supone el turismo para los arrecifes de coral está bien documentada, desde el contacto físico directo hasta la liberación de sustancias químicas de los productos de protección solar. La industria turística responde recuperando pequeñas islas con un nivel más alto sobre el mar, creando complejos turísticos privados donde los veraneantes pueden olvidarse de la subida del nivel del mar y, en las Maldivas, disfrutar en el restaurante submarino totalmente acristalado más grande del mundo. En la isla de Fushifaru, perteneciente a las Maldivas, la decoloración del coral ha hecho estragos, pero esto no tiene por qué preocupar a los turistas, que pueden disfrutar en un patio de recreo submarino.

Visitar icebergs en vías de desaparición se ve como algo divertido en un barco en Canadá que lleva a más de 40 personas a la vez en viajes de dos horas. En Groenlandia, donde el número anual de turistas equivale a la mitad de la población del país (56.000), los turistas pueden encontrar iglús de lujo en un hotel de cuatro estrellas, chefs tailandeses y un club de golf. Una foto muestra a un hombre allí recuperando un trozo de iceberg para usarlo en su whisky. En 2017, dice la nota del libro a una foto de un cartel que anuncia la venta de hielo de iceberg en Canadá, Harrods en Londres lanzó un «agua de lujo», Svalbaroi, de una empresa noruega que vende agua de iceberg por entre 75 y 390 libras por una caja de seis botellas de 750 ml.

La exclusiva piscina del Hotel Beresheet con vista al desierto del Néguev, en Israel.

Las fotografías de  “Tourism in the climate change era” (El turismo en la era del cambio climático) revelan con crudeza las contradicciones de la industria turística cuando se trata del cambio climático. Cuando los hoteles piden a sus huéspedes que ahorren en el uso de toallas por preocupación ecológica, uno sospecha que en realidad sólo se preocupan por reducir sus gastos de lavandería. El turismo prospera mientras el hielo polar se derrite, el nivel del mar sube y la contaminación destruye el medio ambiente.

“Tourism in the climate change era”, de Marco Zoranello, ha sido publicado por AF Editions.

 (Traducido por Monica del Polar Uribe Marin) Fotos suministradas por la editorial.

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