Carlos Mejía, que llegó a Escocia sin apenas saber inglés, tuvo siete trabajos en los primeros cuatro meses. Hoy vive en Argentina. Allá todo marcha bien, pero no olvida el tiempo vivido en Glasgow, pues ha aprendió a superarse a sí mismo
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María Marzo
“Nunca pensé que cambiarían tanto mis ideas y valores personales en menos de un año”. Así resume este actor madrileño de 22 años, su estancia en Glasgow, a donde llegó proveniente de Madrid.
Su objetivo, el de Carlos Mejía, era el de aprender inglés y así incrementar sus posibilidades de mejorar su carrera profesional.
Las dificultades que vivió, principalmente las primeras semanas tras sus llegada, y la relación que estableció con personas de distintas nacionalidades fue lo que hizo que muchas de las ideas que tenía establecidas cambiaran.
“Me he dado cuenta de que tenía muchos prejuicios y de que, por supuesto, estaba equivocado. He conocido a gente de todas las nacionalidades y he establecido una excelente relación con todos ellos”, explica el joven.
En opinión de Carlos, sólo cuando te encuentras en un escenario completamente diferente al que estás acostumbrado, sin tu familia y amigos, y viviendo situaciones complicadas es cuando te das cuenta de que eres igual que cualquiera de los que te rodean y te abres a ellos.
Preguntado por los problemas que encontró en la ciudad escocesa, el actor contesta con otra pregunta: “¿Estás segura de que tienes tiempo? Porque han sido tantos que si empiezo no acabo nunca, ¿eh?”.
En efecto, tuvo varias dificultades. Por ejemplo, para abrir una cuenta bancaria por no disponer de un trabajo, para alquilar un piso por la misma razón o para conseguir un trabajo por la barrera del lenguaje. “Me veía en un círculo del que no podía salir”, apunta.
Llegó a Glasgow el 1 de febrero del pasado año. Lo hizo con una amiga con la que había estudiado arte dramático en Madrid.
Motivos económicos y el hecho de que unos amigos de sus padres se hubieran establecido en la ciudad escocesa hicieron que Mejía optara por Glasgow: “Me parecía una ciudad más barata y cómoda que, por ejemplo, Londres. Además, el hecho de saber que tenía a alguien que podría ayudarme era un incentivo”, explica.
Un albergue se convirtió en el primer alojamiento del madrileño y de su amiga. Sin embargo, después de cuatro días ambos decidieron trasladarse a un hotel. Mientras estaban allí, la búsqueda de un piso se convirtió en un objetivo, que se vio cumplido tres días después, aunque solo temporalmente.
“Era muy barato: £40 a la semana, pero era un piso con dos habitaciones y vivíamos siete personas en total.
En la habitación en la que estábamos mi amiga y yo, estaban también otros dos chicos”, recuerda. “Estábamos desesperados. No podíamos gastar mucho más dinero en hoteles, no sabíamos dónde estábamos y estábamos muerto de frío”, apunta Mejía.
Una semana después, el madrileño consiguió instalarse en el que se convertiría en su piso durante su casi un año de estancia en Glasgow.
Lo alquilaron a través de una agencia, después de que les pidieran numerosos documentos. Finalmente los amigos de sus padres que vivían allí actuaron como avalistas. Fue un proceso agotador.
El siguiente objetivo fue conseguir un trabajo. Trabajó un día y sin quererlo o suponerlo, como promotor puerta a puerta de una empresa de energía.
Luego fue camarero en un pabellón habilitado durante una carrera de caballos en el municipio de Ayr. Pero su jefe le vio charlando con una clienta que resultó ser una duquesa, y le despidió.
Posteriormente fue camarero en una discoteca, pero solo duró 4 días por su inglés no era suficientemente bueno. Tomó su bicicleta se fue a casa llorando.
Pocos días después, y luego de otro fallido intento, encontró un restaurante de donde le despidieron, nuevamente por su mal inglés.
Una cafetería fue el siguiente destino, y esta vez el responsable de su despido intentó mantener relaciones sexuales con él: “Me pidió que fuera al almacén a coger no recuerdo el qué. Cuando estaba allí, él entró e intentó tocarme. Me negué, por lo que me dijo que me fuera y que no volviera más”, explica.
Finalmente, a finales de junio, Mejía encontró en una empresa de videojuegos donde permaneció hasta el día en que dejó el Reino Unido. “Fue el tiempo más feliz de mi vida en Glasgow. Aprendí muchísimo de mis compañeros, pero no sólo conocimientos relacionados con el trabajo, sino nuevas culturas e ideologías. Me enriquecí muchísimo como persona”, señala.
En diciembre, con su principal objetivo cumplido: hablar inglés, decidió trasladarse a Argentina para continuar su formación e intentar conseguir empleo como actor. Hoy se halla en Buenos Aires
Allá todo marcha bien, pero no olvida el tiempo vivido en Glasgow, pues ha aprendió a superarse a sí mismo, a ser consciente de que puede hacer lo que se proponga y, sobre todo, a que necesita actuar.
*Nombre ficticio, hechos reales.
(Fotos: Pixabay)