Pablo Roa trabaja sin descanso para garantizar el futuro de su gente, pues emigró al Reino Unido para que sus hijas tengan el día de mañana el dinero que necesiten para estudiar y comer.
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Su nerviosismo es obvio, mientras espera llegar a London Bridge donde tendrá que presentar su currículum vitae, que lleva en las manos.
Es boliviano, tiene de 39 años y vive en Londres desde hace dos años. Como muchos de sus compatriotas, ha emigrado al Reino Unido por motivos laborales. Aquí trabaja en el sector de la limpieza, de lunes a viernes, ordenando y recogiendo basura durante más de 50 horas.
Atrás ha dejado a sus dos hijas y a su mujer, sus tres motivos por los que ha empezado una nueva vida en Inglaterra. “Trabajo para poder garantizar la educación y la comida de mis pequeñas. Sólo quiero lo mejor para ellas, y sé que todo lo que estoy haciendo me permitirán dentro de unos años tener una casa en mi país”.
Al igual que muchos de sus compatriotas, envía periódicamente parte de su salario a su familia.
“Cada mes intento ahorrar unas 200 libras, pero quiero aumentar la cantidad, por eso estoy buscando otro trabajo para los fines de semana. Cuanto más antes consiga el dinero que necesito, más antes podré regresar con ellas”, dice.
Hace unas semanas ayudaba en la cocina de un restaurante de Brixton los sábados y domingos, pero fue despedido por causas que desconoce. No entiende de horarios, ni tampoco de grandes comodidades, solo piensa en los objetivos que debe cumplir.
Comparte una casa en Southwark con otras cuatro familias. Tiene una pequeña habitación por la que paga £55 semanales. “La casa no tiene ningún lujo, no hay ni un salón donde ver la televisión. Pero es muy barata y para dormir me basta”.
Pese a la distancia no puede olvidar a sus seres queridos. En la cartera guarda una foto junto a sus hijas y a su mujer. Siempre las lleva con él. “Desde el primer día que me separé de ellas he tenido miedo de que se olvidaran de mí, que me rechacen cuando vuelva. Por ello, intento hablar con ellas todos los días, que me vean la cara, que me cuenten lo que han aprendido en el colegio”.
Reconoce que mantener la relación a distancia con su pareja “es muy difícil”, pero espera con muchas ganas el día del reencuentro. “Quiero volver unos días, darles una sorpresa, pero los pasajes son muy caros, y la verdad, prefiero que ese dinero sea para comer”.
Muchos pensarían que su vida es precaria, pero él dice ser un “afortunado. Nunca he tenido ningún problema. Conozco a una compañera que al principio tenía que dormir en los autobuses porque no tenía ni casa ni dinero”.
Claro, en sus primeras semanas experimentó el aislamiento y la soledad del inmigrante. “Cuando llegué no conocía a nadie. Al principio sólo quería conseguir trabajo y pasaba todo el día en la calle, sin relacionarme con la gente. Con trabajo y casa empecé a pasear por el Sur de Londres, y me di cuenta que aquí no estaba solo.”
En la ciudad se siente cómodo y de la sociedad británica dice que le gusta, que sus miembros son gente muy seria pero muy justa. Los latinos tenemos otro ritmo de vida, y muchas veces no nos ayudamos entre nosotros”, añade Pablo.
No le gusta hablar de su futuro en Gran Bretaña. “Sí por mi fuera hoy mismo regresaría a Bolivia, pero volveré cuando tenga el futuro de mis hijas asegurado”, explica.
*Nombre ficticio, caso real.
(Fotos: Poxabay)