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Neoliberalismo y capitalismo, perdidos en sus laberintos

Unos sectores del capitalismo y de la derecha extrema proponen impulsar las nuevas formas del fascismo, dispuestas a la represión general eliminando toda forma de democracia burguesa. El gran capital no le teme al nuevo fascismo pues no se aparta de los principios fundamentales del capitalismo. A nivel mundial, el panorama es de incertidumbres.

 

Juan Diego García

 

Los avances de la derecha aún no son plenos, como tampoco lo son aún los triunfos de la extrema derecha. Tampoco se pueden dar por completamente eliminadas las fuerzas sociales y políticas de la izquierda. El panorama actual es un escenario cargado de incertidumbres que, por lo general, alimentan siempre el catastrofismo.

Algunas evidencias podría ayudar a despejar este horizonte de incertidumbres. El modelo neoliberal ha sido un completo fracaso, al menos si se toman en consideración las principales promesas de sus ideólogos según las cuales se llegaría a una economía sin crisis, un orden social de plenas libertades políticas y una cultura de optimismo generalizado, todo ello como resultado de una competencia libre que daría como resultado al individuo feliz, siempre como fruto del esfuerzo personal.

La crisis de 2008 –aún no superada– vino a echar por tierra los vaticinios optimistas de los ideólogos neoliberales.

La supremacía del mercado y la reducción del estado a un ente menor, simplemente policivo, ha evidenciado la necesidad de entidades públicas de enorme fortaleza.

Entidades que -en la versión menos salvaje del capitalismo- controlen, aunque sea parcialmente, la esfera productiva y oriente su impacto social y en la naturaleza.

La extensión de aquella «libertad plena» de los neoliberales al ámbito internacional (la «globalización») trajo grandes beneficios a determinados sectores del capitalismo (sobre todo a los países metropolitanos), pero ha causado la ruina de miles de empresas medianas y pequeñas incapaces de soportar la competencia desenfrenada.

Por otro lado, está el impacto económico que supone para las empresas la actual Revolución Tecnológica (cibernética y similares), pues exige enormes inversiones si desean mantenerse en el mercado local y en el mundial.

Por contraste, China, que ha mantenido un férreo control estatal de la economía (y en cierta medida también India) ofrece un balance muy favorable, a punto de convertirse en la primera economía del planeta (si es que ya no lo es, en tantos aspectos).

El modelo neoliberal ha supuesto enormes ganancias para ciertos sectores empresariales y para los países metropolitanos (Europa y Estados Unidos, en particular). Por el contrario, en los países ricos el modelo neoliberal afecta negativamente a sectores amplios del empresariado, a sectores de las llamadas clases medias y asalariadas, y –de forma dramática– a grupos de población de grandes dimensiones. En estos países hay pobreza relativa y absoluta de gente que ya carecen de lo indispensable para tener una vida normal. El deterioro de los servicios públicos tradicionales (salud, educación, pensiones, ayuda social, etc.) y el deterioro profundo de las condiciones laborales afectan a sectores amplios de la población en las metrópolis. Ello genera una cierta pobreza relativa que no logra compensarse con los mecanismos del mercado (educación y salud privadas, por ejemplo).

En los países periféricos los efectos del modelo neoliberal son más dramáticos y ha expulsado a millones de personas hacia las metrópolis.

La destrucción del modesto tejido empresarial local (que no puede competir con la oferta extranjera) y las formas más criminales de pugna que existen entre las ciudades metrópolis para tener el control de mercados y las materias primas, conduce a intervenciones militares, directas o indirectas, y hace que millones de personas huyan a Europa y Estados Unidos.

En contraste, el modelo chino ha posibilitado un incremento de su industrialización, fomentando una enorme migración interna del campo a las ciudades (se dice que de cerca de cuatrocientos millones de campesinos en las décadas anteriores) con una notable mejoría de su nivel de vida.

Pero ciertamente el modelo neoliberal no es solo un forma de gestión de la economía.

La reducción del Estado tradicional y su reemplazo en áreas claves por la iniciativa privada se traduce en una disminución enorme de las formas de gobierno tradicionales. Por ejemplo, las instituciones políticas, que nunca fueron completamente independientes del capital, pero tenían cierto poder para disminuir los impactos más duros de la explotación de la mano de obra.

Por otro lado, el llamado Estado del Bienestar, como la forma más democrática en la toma de decisiones y en la gestión de los asuntos públicos, había conseguido un amplio apoyo social en las metrópolis (y en algunos países de la periferia). Este modelo –sobre todo en Europa– se ha visto reducido a casi nada por el neoliberalismo. Y esto es uno de los motivos principales que explican la crisis política actual, el desprestigio de las instituciones, del sistema político, de los partidos, del parlamento y del Estado mismo.

Lo que se denominó «darwinismo social» para señalar tendencias a un individualismo feroz, se ha convertido en la esencia misma del modelo neoliberal.

Para tal doctrina todo depende del individuo, del esfuerzo personal. Si no se triunfa la culpa recae totalmente en la persona. Ese mensaje cultural es compartido por la derecha tradicional y busca justificar la oposición a cualquier forma de solidaridad social.

La burguesía, en su conjunto, parece debatirse entre dos alternativas. Ante el fracaso del modelo neoliberal (innegable) los sectores más sensatos apostarían por rehacer al menos parcialmente alguna forma de Estado del Bienestar en las metrópolis y una versión adecuada en la periferia del sistema mundial. Soportan una presión social y un gran descontento, pero tienen la ventaja de no tener en frente a una fuerza de izquierdas que les obligue a hacer concesiones.

El descontento social, por su misma condición espontánea, sin una organización sólida que la oriente, no resulta suficiente a la hora de negociar las reformas del capitalismo.

(Fotos: Pixabay)

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