Un inmigrante cuenta su historia a de The Prisma. «Fue mi primer sábado en Londres, con muchos lugares por conocer, pero encontrar trabajo era lo más importante en el momento».
Hernán Darío Villada
«El único contacto que pude hacer desde Medellín fue la tía de una amiga de mi novia que llegó a Londres hace más de diez años.
Mis planes eran recuperar el dinero del viaje y del curso de inglés que pagué, ahorrar para hacer un tour por Europa y regresar a Colombia a seguir mi carrera de administrador de empresas con excelente inglés y muchas historias para contar. Pero hasta el momento las historias son lo único que con seguridad me voy a llevar. Me dirigí a la dirección que la tía de la amiga de mi novia me dio, un Café al norte de Londres. Di vueltas media hora pero logré llegar al mediodía como habíamos acordado. La señora me presentó a su jefe, un marroquí con una calvicie brillante, y a su esposa, una señora alta, ojos azules y un marcado acento inglés.
Me dijo que no había tiempo para entrenamiento, que debía dejar mis cosas en el “staff room”, ponerme el uniforme y atender a los clientes. Yo les había dicho que había trabajado en varios restaurantes en mi país, pero no pasó mucho tiempo antes de hacerse evidente que era mentira. A duras penas entendía lo que los clientes me pedían, no tenía la menor idea de cómo colocar o retirar los platos y nunca había manejado una máquina de café. La inglesa me llamó y señalando la salida me dijo: “This is not working,get out!”.
La inglesa me estaba gritando que me fuera delante de todos los presentes y yo sólo podía bajar la cabeza, devolver el uniforme y salir lo más rápido posible de ese lugar. Cinco minutos más tarde me enteré que no llevaba mi maleta donde estaban mis documentos. Lo último que quería era volver allá, pero ahí estaba mi pasaporte y no lo podía dejar. Di la vuelta, respiré profundo y entré al condenado lugar por segunda vez.
Cuando iba de salida sentí que el calvo marroquí me llamaba: “¡Amigo, amigo!”. Yo me detuve y me dijo que disculpara el carácter de su esposa, que uno de los muchachos que lavaba platos no iba a trabajar y que si quería yo podía reemplazarlo. En otras situaciones hubiera mandado al carajo a ese calvo, pero esta vez era diferente, necesitaba el dinero y no tenía nada que perder. “Ok, sir”, le dije, “I’m not a sir, call me Chucks”, me respondió.
Cuando me dirigía a la cocina sentí que había tropezado con algo, miré y era un niño de 8 años, “I’m sorry” le dije, él apenas se levantó me gritó: “Are you blind? You are fired… Aagain! (¿Estás ciego? Estás despedido… ¡Otra vez!)” y me señaló la puerta con el mismo gesto que su madre me había hecho menos de 20 minutos atrás. Mientras pensaba en arrancarle la cabeza al mocoso, escuché las carcajadas de los demás trabajadores y de los clientes que habían escuchado. El calvo se acercó y le dijo al niño: “It’s not funny son, it’s not funny”.
Lo que siguió fue increíble. En mi vida no había visto trabajar tanto, ellos eran cinco pero hacían el trabajo de 10 ó 15 personas. Un filipino lavaba los platos conmigo y me contó que Chuks era muy buena persona, al igual que su esposa a pesar de su carácter, que al único que odiaba era al “fuc*** bastar#**” de su hijo. Pero no había mucho tiempo para platicar, cada 15 minutos traían una montaña de platos para lavar mientras Chuks pasaba y me decía: “Faster amigo, faster!”. A las seis cerraron el Café.
Nos demoramos una hora más haciendo el aseo al negocio, y mientras yo trapeaba la cocina trataba de recordar la última vez que había lavado un plato o cogido un trapero en mi casa. Por fin terminamos y el marroquí me llamó, me pagó 42 libras por las horas trabajadas y 3.20 de las propinas mientras movía la cabeza de lado a lado con ese gesto que universalmente significa: “Pobre hombre, no sabe lo que le espera”. Dijo que era demasiado lento y que mi inglés no era lo suficientemente bueno. “Good luck amigo,
good luck”.
La verdad, no sé si ese día gané, perdí o empaté. Padre, madre e hijo me habían despedido del mismo lugar y tenía 45.20 libras en el bolsillo. Definitivamente no sé qué tanto vaya a conocer o aprender en esta ciudad, e incluso si voy a cumplir con mis planes. Pero de lo que sí estoy seguro es que historias no me van a faltar.»
(Fotos: Pixabay)