Salgo por la puerta de mi jardín y camino hacia la calle lateral, donde vivimos. Sobre mí, veo el cielo azul brillante y ramas con hojas, desnudas y puntiagudas que apuntan claramente al cielo.
Steve Latham
Buscar belleza en el centro de la ciudad es un reto. Nuestro horizonte se encuentra restringido por edificios súper altos a nuestro alrededor: oficinas e instalaciones de ocio.
No podemos discernir fácilmente los contornos de la belleza. Por supuesto, hay belleza en el ser humano, en la creación humana, ese entorno secundario construido que nos rodea dentro de lo urbano.
Pero para tener una idea de la creación, de la belleza natural, tenemos que tomar un autobús, conducir o ir en bicicleta al parque más cercano; y eso es a menudo una mera aproximación humana a la plenitud de la naturaleza. Y el acceso a lo natural es tan necesario para nuestra existencia, para nuestra salud: física y mental. Estamos tan separados de esto en nuestra vida diaria, que no es de extrañar que suframos numerosas enfermedades modernas.
Tenemos que buscarlo en forma truncada en nuestros parques y plazas. Sin embargo, hay una otra forma en la cual encontramos lo sublime increíble, lo trascendente.
Está encima de nuestras cabezas, en el azul celeste del cielo, la amplitud; a menudo considerada como una cúpula, un dosel.
Esta cubre la tierra, un cuenco elevado y volteado sobre el mundo receptor, de la humanidad y de nuestros cohabitantes de este planeta.
Nosotros dirigimos nuestra mirada hacia arriba; e incluso en un día de invierno, frío, fresco, helado, el cielo puede ser aún azul. Una magnificencia maravillosa, arriba en lo alto.
Porque azul es el color del infinito. Lo que vemos, mientras miramos atentamente al firmamento, es el universo, que es infinito.
La única razón por la que parece ser azul, es por la influencia de la atmósfera de nuestro mundo. Estamos mirando hacia el cosmos, y este parece azul.
Esta puede ser sólo nuestra perspectiva, en este mundo; pero, aunque solo desde este punto de vista particular, hace que el azul sea también el color de lo trascendente, del más allá.
Consideramos lo espiritual, lo transcendente como algo ‘por encima de’ ‘más elevado’. Esto no es solo un tropo cultural e intelectual. Corresponde a nuestra experiencia testimonial de lo que está ‘allá arriba’.
Nos damos cuenta de que ‘arriba’ y ‘abajo’ en términos astronómicos, son muy relativos. Realmente no necesitamos que Einstein nos diga eso. Pero como símbolos de ‘algo más’, son difíciles de superar.
Considere la fascinación de Yves Klein por el color azul; a veces simplemente acumulando montones de pigmentos en el suelo, para aprehender la pureza de su tono.
El color del cielo tiene también su lado oscuro, naturalmente. El ejército bávaro y los franceses en la Primera Guerra Mundial, tenían uniformes celestes con los que matar y ser asesinados.
Es bajo el cielo donde vivimos, amamos, matamos y morimos. Es el observador impersonal, impasible, inmóvil e indiferente de nuestras alegrías y tragedias.
Es excesivo, abrumador, extraño y otros- el sublime gigante sin rostro que nos vigila- y absolutamente maravilloso.
(Traducción de Lidia Pintos Medina) – Fotos: Pixabay