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América Latina: política en los tiempos del Covid

América Latina es de lejos la zona del mundo más castigada por la pandemia del Covid-19. A finales de 2020 la región sumaba más de quince millones de infectados, 20% del total mundial.

 

Pablo Sapag M.

 

Hasta entonces medio millón de personas habían fallecido como consecuencia de la pandemia, casi la tercera parte de todos los decesos en el mundo.

Todo ello en países que aún no alcanzan las tasas de envejecimiento demográfico de Europa o algunos países de Asia, como Japón, y con algunos con población casi tan joven como la de África, un continente que por ahora sale mejor parado que otros de la pandemia, entre otras razones, por ese factor etario. Si en África una posible inmunidad de grupo desarrollada al haber estado la población expuesta a anteriores coronavirus menos virulentos que el Covid-19 también ayuda a entender la menor tasa de incidencia, en América Latina hay otras características que explican el desastre.

Para empezar, la extendida informalidad de un mercado laboral tan desigual como la mayoría de las sociedades latinoamericanas.

También un hacinamiento habitacional y en los sistemas de transporte que muchas ciudades de la región comparten con las africanas.

Por último, unas estructuras políticas en descomposición y en muchos casos gestionadas por políticos ajenos a la realidad étnica, racial y social que administran, algo que en África no ocurre.

Algo de eso reconoció el después dimisionario ministro de salud de Chile, donde medidas iniciales a la europea tropezaron a poco andar, más que con la evidente realidad del país, con el majadero exitismo de primer mundo de una clase dirigente tan heterogénea en sus siglas como homogénea en su origen y en su incapacidad para explicarse una realidad que administran desde siempre.

Hasta ahí lo malo.

Lo bueno es que la población latinoamericana está demostrando a lo largo de toda la pandemia resiliencia, solidaridad y una disciplina social encomiables.

Es cierto que ha habido gente que se ha saltado los confinamientos y otras medidas impuestas por los distintos gobiernos.

Sin embargo, también lo es el hecho de que en la mayoría de los casos ha sido por motivos de subsistencia y que los quebrantamientos más llamativos no han sido más incívicos que los vistos en otras latitudes.

Por otro lado, y a diferencia de lo ocurrido en Holanda y EE UU, por ejemplo, los disturbios vistos estos meses en países como Guatemala, Chile, Perú o Argentina no han tenido que ver directamente con la pandemia.

Esos desórdenes han respondido, en el caso de los primeros, a fracturas políticas manifiestas ya mucho antes de la pandemia o, en Buenos Aires, a hechos extraordinarios, como la inesperada muerte y las tumultuosas exequias de Diego Armando Maradona.

Mal harían, sin embargo, los políticos latinoamericanos en no incorporar a sus discursos propuestas frente a lo que ha desnudado la pandemia: desigualdad, corrupción, ineficiencia, marcos institucionales insuficientes o la ausencia de coordinación regional para hacer frente a un desafío común.

Lo último resulta descorazonador tras dos siglos de esfuerzos por lograr la unidad a través de instituciones variopintas, desde el Pacto Andino al Mercosur, pasando por el ALBA, el CELAC o el Parlatino.

Esa falta de acción concertada explica las disímiles estrategias adoptadas para hacer frente a la pandemia, desde la muy exitosa del Uruguay a la negacionista y temeraria de Brasil, pasando por el ineficiente paternalismo mexicano o la de El Salvador. En este último país la heterodoxia del presidente Bukele sirvió para que reaccionara con rapidez ordenando una cuarentena acompañada de un decreto que obligaba a las empresas a no interrumpir los suministros de agua y luz a ningún abonado que no pudiera pagar.

La ausencia de una coordinación regional también ha impedido unificar la compra de vacunas y por tanto negociar con más fuerza. Hay países que utilizan preferentemente las de los laboratorios Pfizer o AstraZeneca y otros, como Argentina, la rusa Sputnik. Varios también han comprado algunas dosis de las chinas Sinovac y CanSino.

La oportunidad para corregir todo eso es el súper ciclo electoral que se acaba de inaugurar en Ecuador y que hasta 2024 renovará los liderazgos en todos los países de la región, menos en Bolivia, que ya lo hizo en 2020.

Esos comicios altiplánicos demostraron que la población no necesariamente quiere más Estado pero sí un mejor Estado. Quiere un mejor estado en el sentido de que las instituciones nacionales sean lo suficientemente robustas para hacerse cargo no ya de una pandemia, que también, sino de las vergüenzas que ha desnudado el Covid-19 y que preceden a la crisis del coronavirus.

Los 40 millones de nuevos pobres que en un año ha sumado una América Latina que ha retrocedido tres lustros en términos económicos y sociales no están dormidos.

Están actuando con la responsabilidad que exige la pandemia y que antes y durante la misma les ha faltado a no pocos dirigentes políticos de una región donde los estragos provocados por el Covid-19 son síntomas pero no causa. Puede que cuando pase el temblor esa paciencia no sea la misma.

(Fotos: Pixabay y PxFuel)

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