En Foco, Notas desde el borde, Opinión

Vivir en el futuro

En Europa, vivimos en una placa petri de laboratorio del futuro. Los problemas a los que nos enfrentamos representan el futuro del planeta, cultural y naturalmente.

 

Steve Latham

 

Por ejemplo, Gilles Deleuze y Félix Guattari plantearon la multiplicación de las multiplicidades; la producción de nuevas subjetividades e identidades.

Estas posibilidades de existencia se amplían gracias a las capacidades técnicas del capitalismo avanzado.

Esta desterritorialización, esta ruptura de la tradición, es experimentada inicialmente por los individuos como una liberación. Se les deja libres para explorar, e incluso crear, quiénes son. Después de la Segunda Guerra Mundial, esto estimuló la formación de distintos nichos de mercado juveniles: subculturas con sus propios estilos de moda.

Éstos cambian constantemente, a medida que los adolescentes expresan su yo proteico, concibiendo el consumo como un proceso activo, no pasivo, a través de lo que Dick Hebdige llamó “bricolaje” cultural.

Ahora, la tendencia se adentra en la psico esfera. La plétora actual de sexualidades y géneros constituye un escenario de auto creación: libertad para elegir y construir un frágil sentido del yo.

Sin embargo, además del potencial, existe un peligro de desintegración y desorientación, de fragmentación y atomización.

Esto está provocando una caída libre en la psicosis identitaria, tan amiga del racismo de derechas como de las campañas de solidaridad de BLM.

La consiguiente “detradicionalización”, lo que el filósofo coreano-alemán Chul Byung-Han llama la “pérdida del ritual”, produce un concepto desestabilizado del yo.

El resultado recuerda a las ideas budistas del “no-yo”: una ilusión compuesta por una serie de emociones fugaces sucesivas, sin un centro estable.

En Occidente, sin embargo, esto se convierte en un yo fracturado, a merced de fuerzas sociales más amplias: el consumo del mercado y la ideología populista. No obstante, al estar impulsada sociológicamente, no filosóficamente, y por tanto ser inconsciente, constituye una respuesta a los estímulos del entorno, sin ningún recurso interno estabilizador de la tradición.

Según William Gibson, el futuro ya está aquí, sólo que distribuido de forma desigual. Y Europa está a la vanguardia.

En contra del adagio, atribuido inexactamente por Mark Fisher a J. G. Ballard, de que el futuro ocurre en la periferia, en realidad emerge del abismo abierto en el centro metropolitano.

Estados Unidos va a la zaga, al menos en sus núcleos conservadores; sólo sus franjas costeras se aproximan a los niveles de cinismo europeos. Pero se están poniendo al día.

¿Pueden otras culturas ofrecer alternativas al derrumbe? El capitalismo autoritario de China parece estar poniéndose al día geopolíticamente.

Pero, a nivel interno, están demoliendo sus propias tradiciones: físicamente, incluso sustituyen sus pequeñas casas urbanas amuralladas por grandes mega bloques de pisos.

Mientras tanto, el capitalismo rapaz está arrasando con los valores no mercantiles de las tradiciones comunista y confuciana, que podrían resistir la ruptura.

Y, al igual que en Europa, la población no crece: lo que plantea futuros problemas de atención social y la pérdida de energía e innovación que los jóvenes aportan económicamente.

Aunque el tropo del “reemplazo de la población” se utiliza como un insulto racista, para atacar a los inmigrantes en Europa, hay un dilema de despoblación en todas las sociedades que envejecen.

Sin embargo, donde Europa socavó sus condiciones culturales previas, a través de la empresa privada, China parece decidida a hacerlo desde la dirección opuesta: el vandalismo cultural sancionado por el Estado.

Los países islámicos parecen haber resistido con más éxito las invasiones de la decadencia occidental, el disolvente ácido de la hiper modernidad.

Pero también en este caso, el jurado no sabe si esto continuará. Su integración en la economía mundial exacerbará la demanda de bienes de consumo de lujo y la infiltración del hedonismo.

Al igual que el comunismo europeo se derrumbó más por el deseo de pantalones vaqueros que por las demandas de libertad política, la estructura totalizadora del Islam puede caer por estas causas “no políticas”.

En Europa, quienes trabajan por el cambio político, la renovación cultural o la transformación religiosa, participan así, a través de condiciones ciertamente inoportunas, en el mayor experimento de la humanidad.

Este lamento por la pérdida de la tradición no implica necesariamente una postura conservadora, aunque a menudo es el caso (por ejemplo, Douglas Murray).

Más bien, se aplica tanto a la derecha como a la izquierda; en los años 30, ambas condenaban la decadencia de Europa Occidental. En las visiones catastrofistas del mundo, la crisis sólo podía superarse mediante el fuego purificador del fascismo o del comunismo.

Como escribieron Marx y Engels, el capitalismo devora todas las formas de solidaridad existentes hasta entonces y las sustituye por el nexo del dinero neto.

Sin embargo, la izquierda y la derecha valoran de forma diferente estas estructuras mediadoras de la sociedad civil: con opiniones encontradas sobre, por ejemplo, la familia, los grupos de presión, las iglesias o los sindicatos.

No obstante, el debilitamiento colectivo de todos estos grupos deja al individuo culturalmente desarraigado y denostado, solo ante el poder de las grandes empresas y del gran Estado.

Necesitamos construir un nuevo ámbito de convivencia pluralista, con muchas expresiones de vida compartida, para sostener una verdadera independencia de pensamiento y sentimiento.

(Traducido por Claudia Lillo – Email: lillo@usal.es) – Fotos: Pixabay

Share it / Compartir:

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*