En Foco, Notas desde el borde, Opinión

Mi ciudad de ruinas

 

«Ciudad de Dios» de San Agustín fue ocasionada por la caída de Roma. En su mente, sin embargo, esto se expandió a una reflexión sobre la historia de la civilización.

 

  Steve Latham

 

La ciudad está siempre cayendo. La ciudad está siempre cambiando, pero esto seguramente no implica necesariamente una caída.

Sin embargo, aun en medio de la prosperidad hay una caída, una ruina. Con la renovación capitalista liderada por las ganancias, la ciudad siempre está siendo reconstruida.

Y esto significa, en otras palabras, demolición para dar paso a construcciones nuevas. La ciudad es siempre una ciudad que se está desvaneciendo. La nostalgia y la memoria construyen edificios fantasmas en la ausencia. Recuerdos espectrales inscriben la cartografía de una ciudad fantasma.

Por otra parte, con el desarrollo interno y desigual, mientras que un sector de la ciudad se levanta, aburguesado por los súper-ricos, otro barrio se hunde en la pobreza y el abandono.

En Londres, los suburbios de más del interior, que son la infraestructura sujeta a una inversión insuficiente, ahora reciben a los no deseados, gente de diferentes orígenes étnicos y pobres, poblaciones que sobran y a las que se empuja hacia fuera del centro.

Otras palabras también articulan la caída, la naturaleza de la ciudad. Desde 2008, el lenguaje de la «crisis» ha vuelto a los discursos de la izquierda.

Los comentaristas han descubierto tarde el ciclo empresarial económico y la posibilidad de una crisis capitalista final.

Mirando aún más en profundidad, las frágiles bases ecológicas de la cultura urbana han desencadenado que se hable de la «catástrofe» que se avecina.

Para algunos este catastrofismo es incapacitante porque contemplan la aparente inevitabilidad de la muerte.

Otros lo niegan, ya que como ciudad viviente puede también, paradójicamente, ser el medio ecológicamente más eficiente de organización y de espacio de vida para millones de habitantes del planeta.

Nociones ecológicas de límite y la posibilidad del pico petrolero provocan otra metáfora además de la de «colapso».

Bajo la presión de múltiples crisis, crece el sentimiento de que nuestra cultura es insostenible. No es la invasión externa, sino la implosión interna la que amenaza con la caída de esta ciudad.

Filosóficamente también crece la conciencia sobre lo de que la falta de herramientas conceptuales requiere una creatividad fresca, un realismo especulativo de zona cero, que está centrado en la nueva revista llamada Collapse (colapso).

En cuanto a la ciudad, existe continuamente en un estado de colapso, pero nunca en realidad,  se ha derrumbado finalmente, pero siempre, está al borde del colapso permanente.

La ciudad es como un cortijo: arruinada, inestable, a punto de caerse, pero de alguna manera, todavía en pie. La ciudad que se derrumba es la ciudad que está en ruinas. Gibbon recibió la inspiración para su historia del Imperio romano mientras meditaba sobre las ruinas físicas de la ciudad.

Así que nosotros también contemplamos las ruinas que nos rodean. Pero en realidad vivimos entre los deshechos, mientras que al mismo tiempo tratamos de detectar signos de lo nuevo.

Como escribió Blanchot, para nosotros el desastre ya pasó. Ya ha sucedido. Creemos que la ciudad está a la luz de la catástrofe, de entre las ruinas.

Debido a que ya hemos vivido el final, por anticipado, según Baudrillard, el fin no puede llegar. Vivimos en constante aplazamiento de cualquier idea de terminar.

Para nosotros, sin embargo, esto se debe a que vivimos ya desde un punto nulo. La ciudad ha caído.

Con Bruce Springsteen, podemos cantar «My city in ruins» (Mi ciudad en ruinas). Pero esta canción es también una invocación, una medida para “rezar” y para “levantarse”.

(Traducido por Carmen España López – Email: carmeneslo@yahoo.es)

Fotos: Pixabay

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