El discurso del presidente de Colombia, Gustavo Francisco Petro Urrego, en la sesión 77 de la ONU, no solo está inscrito en la ecología política latinoamericana y en la ética ecológica con pretensión planetaria, sino en un fuerte espíritu crítico que supera las preocupaciones y los alcances evaluativos de la sostenibilidad ambiental.
El jefe de Estado recogió, sin decirlo, las ideas y planteamientos de Pepe Mujica, cuando el entonces presidente del Uruguay, habló en la Cumbre de la Tierra, Río +20.
En esa ocasión, Mujica le dijo al mundo que la economía tenía la política encadenada y que el mercado estaba gobernando al ser humano y al mundo y no al contrario, como debería de ser.
Petro, además, rebautizó lo que Jean Ziegler y Eduardo Galeano llamaron hace unos años “el orden criminal del mundo”, para hacer referencia a las guerras declaradas por los Estados unidos y sus aliados para apoderarse del petróleo y del gas de países previamente calificados como patrocinadores o amigos del terrorismo. Petro prefirió hablar de la existencia de un “poder criminal” o de un “Poder irracional del mundo”, en manos de un Norte opulento, violento, con sus sociedades enfermas por consumir y consumir, para ocultar los vacíos existenciales de una vida envilecida e irracional.
En sus palabras, Petro les dijo a los líderes de ese Norte arrogante y a los miembros de sus sociedades mezquinas, que “nosotros les servimos para excusar los vacíos y las soledades de su propia sociedad, que les lleva a vivir en medio de las burbujas de las drogas”.
En su intervención, Petro exhibió el carácter subversivo que aún lo acompaña y con el que busca subvertir, perturbar o molestar el orden hegemónico, criminal y obtuso que impusieron los países desarrollados, el mismo con el que han logrado dominar a los países de un Sur sumiso, por cuenta de jefes de Estado que, en el pasado, llegaron a plegarse a esa forma de dominación, apenas llevando consigo unas raídas rodilleras.
El caso colombiano es especialmente llamativo. Huelga recordar las posturas asumidas por Uribe y Duque con las que insistieron en la fracasada lucha contra las drogas, justamente para ganarle terreno a las selvas, para que sus patrocinadores (azucareros, palmicultores, narcotraficantes, paramilitares y ganaderos), pudieran extender sus criminales tentáculos en valiosos ecosistemas como la selva amazónica, hoy en riesgo de desaparecer.
Petro Urrego declaró y sentenció que la guerra contra las drogas fracasó. Y advirtió, además, que de no tomarse en serio el cambio climático, estaríamos ad portas del “fracaso civilizatorio de la humanidad”. Habló sin cortapisas y le dijo al Norte opulento, que sus países, con todo y sus marcos civilizatorios, convirtieron el planeta en un matadero, y que además, envilecieron a millones de consumidores y que, además, hicieron de la especie humana la más peligrosa y ruin.
Si la humanidad sigue como va con su modelo civilizatorio, claramente insostenible, habrá probado que la condición humana es aviesa y abrirá el camino que nos llevará hacia la postnaturaleza y el posthumanismo. Por ello, estoy convencido de que poco o nada cambiará, a pesar de la contundencia del discurso de Petro ante la ONU. Y es así, porque la apuesta de los países desarrollados está hacia la creación de escenarios de vida artificial que surgen de la idea de que es posible vivir por fuera de la Naturaleza. Hace rato están jugando a ser Dios, para crear y recrear la vida de acuerdo con sus corporativos intereses.
El discurso de Petro tiene el problema de que le habló a millones de ciudadanos que aún creen en el ser humano, en la humanidad, es decir, en una especie que es capaz de aprender a vivir en paz y a brindarse amor.
Quizás el presidente colombiano olvida que ya hay una élite mundial, rica y poderosa, trabajando en el diseño de escenarios de postnaturaleza, solo viables cuando es posible pensarse dentro del posthumanismo. Mientras esos escenarios se maduran en los laboratorios de la inteligencia artificial (IA), en Colombia las “danzas de la muerte” servirán de colofón y de inspiración para que sigan corriendo los “torrentes de sangre” sobre los campos y selvas de un país históricamente manejado por una élite tan irracional y estúpida, como las que hacen parte del “poder irracional del mundo” o el “orden criminal del mundo”.
*Germán Ayala Osorio: Comunicador social, periodista y politólogo, autor del blog La otra tribuna.
(Fotos: PxHere & Pixabay)