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José Vieira: La inmigración es para toda la vida

Huir con su familia de la dictadura portuguesa en 1965 formó su deseo de investigar la realidad interior y exterior de la emigración. José Vieira habla sobre la vergüenza de ser forzado a abandonar las raíces de uno por razones económicas y políticas. Cuando los políticos criminalizan a los inmigrantes, a la vez que permiten su explotación, las películas deben pronunciarse sobre ello.

 

Photo by SpaceShoe / Flickr. Creative Commons License.

Graham Douglas

 

El producto de las películas de José Vieira es único, ocho películas que cuentan la historia de la emigración portuguesa durante la dictadura de Salazar, y más recientemente, documentales sobre las experiencias de rumanos en Europa Occidental.

Entre 1960 y 1974, 1,4 millones de portugueses salieron de un país de solo 10 millones de habitantes.

Viajaban de forma clandestina, cruzaban las montañas por la noche hacia la España de Franco, y después hacia Francia, donde eran una valiosa fuente de mano de obra barata en el sector de la construcción.

En ese entonces, era la nación más grande de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Escapaban de la pobreza, pero también de las crecientes guerras en África, donde Portugal intentaba aferrarse a sus colonias en Angola, Guinea-Bisáu y Mozambique.

En 1974 la revolución que acabó con la dictadura empezó en las colonias, y fue lideraba por el ejército. Vieira conoce los factores culturales únicos que influencian la respuesta de los inmigrantes hacia la relocalización forzada, pero también enfatiza los sentimientos comunes a cualquier inmigrante. Insiste en que ellos necesitan oír sus voces. Habla con pasión y rechaza una rescritura de la historia que convenga a las clases dominantes.

Los inmigrantes no son héroes, nos comenta: erigirles estatuas y hablar constantemente de la dignidad de su sacrificio es una forma de higienizar la explotación brutal en la que estas mismas clases estuvieron involucradas en ese entonces.

Explicó su planteamiento en una entrevista con Carlos Campos para el festival Leffest: “Trabajar con recuerdos no es cuestión de hacer conversaciones envasadas para facilitar la nostalgia (…) se trata de situar imágenes y palabras en el contexto de una historia que fue confiscada, para recuperar nuestra sensibilidad del mundo en el que vivimos y para descifrarlo mejor”.

A pesar de esto, la migración trajo liberación, y sobre todo a las mujeres.

Empezó haciendo vídeos como protesta por el abuso de inmigrantes que él presenció en Francia en los años 80, y dijo modestamente que su maestría de la cinematografía en la actualidad es, en cierta forma, “sucinta”.

Jose Veiria / Foto Leffest

The Prisma conversó con él entre las presentaciones de sus películas en el festival Leffest en Lisboa.

¿Se considera más un militante que un cineasta?

Participé en aquella ola de protestas en los años 80 en Francia, incluida la Marche pour Égalité et contre le Racisme en 1983, también conocida como la Marche des Beurs, que es el término para los jóvenes inmigrantes del Magreb. Ocurrió como reacción a las expulsiones y asesinatos de inmigrantes a manos de la policía. Mi experiencia personal en los años 60 me convirtió en militante, nuestra familia vivió 5 años en una bidonville en Massy, a alrededor de 20 km de Paris.

Si alguien me pregunta, diría que no soy ni portugués ni francés, soy un inmigrante. Y la inmigración es para toda la vida.

No teníamos derecho a estudiar, mis padres no tenían dinero. Para mi padre fue un infierno, nunca se adaptó, nunca quiso aprender la lengua, y volvió a Portugal más adelante. Murió hace 10 años. Fue más fácil para mí, siendo niño se aprende la lengua fácilmente.

El tema de la vergüenza apareció varias veces en las películas, ¿es esta una reacción típica portuguesa?

Todos los inmigrantes sienten vergüenza, pero para mí la vergüenza y la humillación son inherentes a ser un inmigrante de Portugal. Como adolescente, vivir en un barrio de chabolas hizo difícil tener amistades, algunos niños incluso sentían vergüenza de sus padres, lo que es algo terrible. Muchos padres eran analfabetos, no sabían cómo tratar con las autoridades, especialmente con la policía. Con 10 años tenías que traducir para tu padre. Cuando era más joven no decía nada, pero cuando tenía 16, reaccionaba cuando la policía hablaba de forma abusiva a mi padre.

En comparación con los inmigrantes argelinos en Francia, los portugueses están muy apegados a su tierra natal, mantienen sus tradiciones en su nuevo hogar.

Pero, a pesar de esto, algunas familias cambiaron sus apellidos para hacerlos sonar más franceses: Costa cambió a Coste, decían que en realidad no eran portugueses.

Cuando llegamos por primera vez, éramos esclavos ¡realmente esclavos!

Cuando enviábamos cartas a nuestro país nunca le decíamos a nadie que vivíamos en un bidonville, nunca. Y “nunca digas nada malo sobre los franceses”, por supuesto. Cuando era niño, el primer mes estaba realmente asustado, y eso se impregna en la cultura.

No siento una fuerte conexión con Portugal. Después de casi 53 años, todavía no he solicitado la nacionalidad. Hablo, escribo y sueño en francés, culturalmente soy francés, pero nuestro primer año en Francia fue muy duro, no puedes olvidar cosas como esa.

Los españoles parecen más positivos que los portugueses, aunque ellos tuvieron a Franco y la guerra civil.

Todavía existe esta actitud de subordinación: Gracias, Francia, gracias; y los franceses hablan del “buen pueblo portugués”. Yo sufro mucho de esto.

Los portugueses en Francia nunca hablaban de sus historias de emigración, sobre pagar a un guía por el “salto” a través de la frontera, sobre el viaje clandestino. Hay una invisibilidad. Los franceses ven a los portugueses como personas sin historia. A veces los franceses hablan sobre Franco, y preguntan sobre Salazar, pero la persona no sabe qué decir, porque nunca se hablaba de la dictadura. En Portugal sí se habla de eso, por supuesto.

Los inmigrantes portugueses en otros países parecen mucho más positivos en su actitud.

Le diré algo: muchas de las personas que emigraron venían de pueblos pequeños, apartados del resto del mundo, con poca educación, no tenía ni idea de lo que sucedía en otros lugares, ¡ellos fueron os ignorantes do mundo! Salazar promovió esto, para que pareciese el estado natural de las cosas, y también daba sermones en la iglesia. Después de haber vivido en Francia se dieron cuentas de que los habían engañado. Salazar dijo: “En Portugal, hay ricos y pobres, y el pobre tiene que aceptar que es pobre”.

¿Entonces no hay orgullo en haber emigrado, escapado de la miseria y haber iniciado una nueva vida?

Sí, económicamente, pero es algo muy paradójico. Los jóvenes portugueses todavía no se forman ni estudian, hay muy pocos inmigrantes en los niveles más altos.

Pero el éxito económico no es necesariamente un éxito a nivel humano. La inmigración es una liberación, pero también destruye familias. Mi padre tenía 8 hermanos, y 4 de ellos se fueron a Brasil. Hay pueblos al norte donde los únicos que quedan son los mayores. Hay muchas asociaciones portuguesas en Francia, pero nunca me piden que muestre mis películas. Su preocupación es continuar con sus actividades típicas, lo que está bien, pero eso es todo lo que tienen además de su trabajo.

Pero la inmigración fue una liberación, especialmente para las mujeres. Es raro que las mujeres quieran volver a Portugal, comparado con los hombres, porque han ganado independencia económica, comparado con su vida en un pueblo portugués. Venir a Francia mostró a las personas que hay otro mundo cerca de en el que crecieron. En Francia las personas hablan de cuestiones sociales y políticas, de las relaciones entre hombres y mujeres, entre ricos y pobres.

(Memorias de The Prisma. Diciembre, 2019)

(Traducido por: Julio César Ruiz Jiménez, email: julio7rj@gmail.com) Imágenes suministradas por el entrevistado y autorizadas para su publicación libre.

 

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