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Identidad sexual y pluralismo antagonista

En un mundo cultural post-estructuralista y post-modernista la identidad sexual como idea en sí se ha vuelto cuestionable. En lugar de una identidad sexual “natural”, esta noción ha evolucionado hacia la idea de que la identidad sexual es construida socialmente.

 

Steve Latham

 

Antes del siglo XIX los homosexuales no existían. Quizás debería explicarme. Michel Focault planteó la idea de que antes del siglo XIX la categoría social de “homosexual” no era utilizada.

La conducta sexual no era conceptualizada de esa manera. Obviamente, las personas tenían sexo. Pero no existía la idea de una “identidad” sexual.

Determinadas conductas eran culturalmente entendidas y etiquetadas como “antinaturales” o “inmorales”. Los hombres relacionados con ellas eran llamados, por ejemplo, “sodomitas” o “afeminados”.

El desarrollo de la noción de identidad homosexual fue una respuesta a la medicalización de la psicología, en cuyos términos la homosexualidad se definía como un trastorno, una enfermedad.

Esto fue tomado como una auto-descripción e identificación personal positiva por la propia comunidad homosexual. Pero esto implicaba la aceptación de la construcción médica de la identidad.

Durante el siglo XX, sin embargo, esta idea unitaria de una sola “identidad homosexual” se ha fragmentado.

El término “gay” (alegre) se adopto cómo concepto positivo frente a la imagen negativa de los homosexuales como personas tristes y desgraciadas.

“Gay” y “homosexual”, sin embargo, se empleaban sobre todo para caracterizar la conducta y atracción sexual entre personas del mismo sexo basándose en el patrón masculino, y por lo tanto, excluía al menos a la mitad de la raza humana.

Socialmente construida

Desde entonces, ha habido una explosión de orientaciones e identidades: gay, lesbiana, bisexual, transexual, travesti, queer, asexual, curioso, dominación bondage, y más.

La lista está aumentando, y se vuelve más compleja a medida que se desarrolla nuestra comprensión sobre la sexualidad humana, ya que las personas buscan reafirmar sus deseos sexuales y el fin de la estigmatización.

Sin embargo, en un mundo cultural post-estructuralista y post-modernista la identidad sexual como idea en sí se ha vuelto cuestionable. En lugar de una identidad sexual “natural”, esta noción ha evolucionado hacia la idea de que la identidad sexual es construida socialmente. Esto no implica un proceso deliberado de socialización, aunque paralelamente haya transcurrido como estrategia ideológica. En vez de esto, la idea es que la sociedad, a veces de manera inconsciente, moldea las categorías a través de las cuales concebimos quienes somos.

Además,  un aumento en la comprensión hacia el movimiento “queer” proviene del hecho de que hay también un elemento de elección y autodeterminación a la hora de escoger nuestra identidad, y que deberíamos ser libres para hacerlo así.

Bajo estas nuevas condiciones sexuales, toda noción de identidad sexual estable está disponible. Empezamos a vislumbrar los albores de una nueva era de sexualidades cambiantes y polimorfas.

A ellas debemos añadir el auge de los ciborg, el uso de implantes y prótesis para alterar características físicas; no sólo transexualidad, sino el auge del sexo online post-humano, el sexo con máquinas.

Entonces, de alguna manera, ninguna de las etiquetas sexuales que empleamos tiene una realidad ontológica. Somos lo que escogemos ser.

Afirmación “subjetiva»

No hay, por lo tanto, una medida de identidad “objetiva”. Aunque los demás tengan un punto de vista, no hay una “norma” en la sociedad para adscribirse oficialmente a una opción sexual.

Cada vez con más frecuencia entendemos nuestro sentido de la identidad como una cuestión solo para nosotros, una afirmación completamente “subjetiva” de nuestro valor y significado. Sin embargo, esto nos lleva a un conflicto, como recientemente se puso en evidencia con la controversia generada por el artículo de Julie Burchill en “The Observer” (13.1.13) en el que planteaba una discusión sobre los transexuales.

Si la identidad es puramente subjetiva, entonces, ¿Qué define qué es y qué no es una “mujer”?

Las feministas denuncian la presión de los transexuales para imitar “cuerpos femeninos perfectos”, idealizados y sexualizados.

Los transexuales, por otro lado, se sienten rechazados por no ser “exactamente” mujeres.

Desde todas las perspectivas, el terreno caótico de la identidad sexual es algo que tendremos que recorrer en este nuevo siglo.

Una  condición previa para esta navegación cultural-sexual será un reconocimiento de que todas las sexualidades se construyen socialmente.

Contrariamente a las presunciones dominantes mayoritarias, esta incluye también la heterosexualidad, que a menudo se considera la norma de que todas las demás orientaciones ‘desviadas’.

Esta toma de conciencia nos sumerge a todos en el pozo de auto-examen, cuestionando las etiquetas que se han dado en la construcción ideológica de nuestras sociedades.

Simplemente personas

Pero esto desestabilizará y alterará nuestra contemporánea concepción liberal-libertaria de la identidad. En lugar de la búsqueda modernista de certeza racional, nos adentramos en el cambio postmodernista. Por lo tanto, no solo no existían “homosexuales” como tal antes del siglo XIX, sino que tampoco existen ahora.

Pero tampoco existen heterosexuales, gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, travestis, queers, asexuales, curiosos o dominadores bondage.

Son simplemente personas.

El problema es que tal concepción se balancea hacia ambos lados, como solía hacer.

Los liberales pueden decir que la sociedad debería ser organizada y los individuos liberados de tal manera que sean libres de escoger su propia sexualidad.

Tal identidad sería también libre de cambiar con el tiempo, determinada por las circunstancias y deseos individuales, de modo que alguien pueda tener una serie de compañeros en diferentes tipos de relaciones.

Por el contrario, un conservador podría interpretar este punto de vista afirmando que la sociedad debería ser ordenada y debería ayudarse a los individuos a que escogiesen  conductas sexuales de acuerdo a determinados códigos morales o religiosos.

Como no hay nada predeterminado respecto al sentido de la identidad sexual de las personas, sino que es socialmente construido, no tiene valor en absoluto insistir en el reconocimiento social.

La oposición a la lectura de la sexualidad humana como algo esencialista, por lo tanto, podría, al menos, ser representada por medio de estos dos argumentos fundamentalmente opuestos. Esto, sin embargo, es característico de la refutable naturaleza de muchos aspectos del  discurso cultural e ideológico contemporáneo. Nada está establecido. Todo es discutible.

Demandas y réplicas

En un escenario, que en otro tiempo podría haber parecido futurista, veremos a judíos, musulmanes y cristianos trabajar junto a  nigerianos polígamos, mormones e islamistas.

Todos aparecerán al mismo tiempo que personas queer, transexuales y bisexuales en una variedad de relaciones dentro del paseo postmoderno.

Se relacionarán entre ellos, hasta el punto en que convivan en el mismo espacio social. Pero no deberíamos esperar que necesariamente se pusiesen de acuerdo.

No solo se reclamarán libertades civiles, sino que habrán también creencias radicalmente opuestas respecto a qué constituye el éxito humano.

Cada punto de vista, como señala Focault, implicará una demanda de poder. Pero no debemos rendirnos a las demandas para silenciar los puntos de vista competidores.

Frank Furedi, por ejemplo, critica la posición políticamente correcta que busca censurar las opiniones conservadoras inaceptables en la actualidad, por ejemplo, sobre el cambio climático.

En lugar de la minoría silenciada de días pasados, se le niega el poder de la palabra a un  nuevo grupo. En lugar de eso, nos adentramos en la meleé de ideas e intereses.

Chantal Mouffe llama a esto “pluralismo antagonista”; no  la fácil aceptación de aquellos que están de acuerdo con nosotros; la suposición de una discusión tranquila y sin problemas. En lugar de esto, la democracia depende de este juego de puntos de vista opuestos y divergentes; la existencia de demandas y réplicas.

Pero esto implica el riesgo de encontrar al auténtico “otro”, y ponernos ante la turbación de dialogar también con los que potencialmente nos preocupan.

Respecto a la sexualidad, sea cual sea nuestra etiqueta, entramos en el campo de la controversia.

(Traducido por Marta Polo Delgado) – Fotos: Pixabay

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