Nostalgia es una de esas palabras que se han desligado de sus raíces y que tienden a utilizarse para designar un sentimentalismo melancólico, mientras que sus antiguos orígenes griegos sugieren un estado de ánimo más serio.
Texto: Sean Sheehan
Fotos: Steve Pyke
Del griego nostos (volver a casa) y algos (dolor), la nostalgia que experimentó Odiseo cuando estaba lejos de casa y con pocas esperanzas de poder volver algún día era una severa añoranza del hogar, una profunda melancolía que el poeta griego Seferis evocó cuando escribió: «Susurré: la memoria duele dondequiera que la toques».
Las palabras de Seferis se ganan su lugar en la primera página de “I could read the sky” (Podía leer el cielo), la odisea del recuerdo de un emigrante y la dolorosa conciencia de lo que se deja atrás.
El emigrante de “I could read the sky” es uno de los cientos de miles de hombres y mujeres irlandeses que abandonaron su país para buscarse la vida en Inglaterra o América.
Llevaban haciéndolo desde la Hambruna y continuaron haciéndolo mucho después de que la mayor parte de la isla de Irlanda consiguiera el autogobierno tras la Guerra de la Independencia (el 16% de la población partió en la década de 1950).
El narrador-emigrante llega a Inglaterra con habilidades -cortar césped, poner paja en un tejado, esquilar ovejas, leer el cielo para saber el tiempo que va a hacer-, pero lo que le espera es un trabajo poco gratificante pelando patatas, embolsando remolacha, desmontando refugios antiaéreos de la Segunda Guerra Mundial, colocando losas y líneas de ferrocarril.
Una noche, al salir de un pub de Portsmouth para un trabajo de tendido de tuberías de gas, se encuentra caminando detrás de alguien:
«Un hombre pelirrojo con barro en las botas, los pantalones cayéndosele, el papel enrollado en el bolsillo de la chaqueta y él ocupando los dos lados de la acera de tanto beber y sé que soy yo».
Al haber abandonado solos su tierra natal y no haber encontrado nunca pareja, arrastran consigo la ausencia. Nombres de lugares familiares son evocados con ternura – Ballinaclash. Ardnageeha. Killycolpy, Knocksouna, Glenaar-, mientras que los de Inglaterra le dejan frío: «Los nombres nunca me gustaron. No tienen mucho movimiento y están cerrados por los dos extremos. Me recuerdan al hierro». Los recuerdos de lo que se ha dejado atrás se vuelven como fragmentos de cristal en la piel y cuando enumera las cosas que no puede hacer («Reconocer a la Reina. Acatar las voces altas. Cumplir los modales de saludar y marcharse…») el último punto es «Dejar de recordar».
Sin embargo, no se trata de un relato de autocompasión, sino de la historia de una dolorosa y trágica resignación que puede ser la suerte del emigrante que percibe el valor de lo que ha dejado atrás.
Las fotografías de Steve Pyke, y el prefacio de John Berger, que recoge la singular combinación de palabras y fotografías del libro, estrujan el corazón.
El libro se publicó por primera vez en 1997 y esta nueva edición, compacta y completa en sí misma, no tiene precio por la forma en que contiene y transmite la experiencia de un inmigrante.
“I could read the sky”, de Timothy O’Grady y Steve Pyke, ha sido publicado por Unbound.
(Traducido por Camila Márquez) – Fotos autoría de by Steve Pyke, suministradas por la editorial y autorizadas para su publicación.