Víctima de la homofobia, el belicismo y el cáncer que persiguió a Constantino Cavafis (1863- 1933) hasta matarlo, muchos lectores apenas conocieron entonces la obra del afamado poeta griego, pero la grandeza lo acogió de todas formas.
Antonio Paneque Brizuela
Ignorado a causa de sus preferencias sexuales, desplazado junto a su familia desde su natal Alejandría hacia Constantinopla (actual Estambul) por un bombardeo inglés, residente también en Liverpool y por fin atrapado por la enfermedad mortal, su obra fue casi desconocida en vida.
Aunque después fue considerado uno de los escritores más importantes del siglo XX y entre los mayores exponentes del renacimiento del idioma de su país, él mismo decidió su alejamiento de las imprentas, pese a que trabajó mucho tiempo como periodista y funcionario.
Por decisión propia, nunca llegó a imprimir en vida un volumen con toda su obra, por lo que entre la exigua bibliografía de su época solo figuran dos breves volúmenes con versos suyos: uno de 1904, con 12 poemas, y otro de 1910 con 27.
Solo al morir, fue publicada de forma exitosa y prolífica toda su poesía, caracterizada por una singular síntesis y brevedad.
Pero en idioma griego no aparecieron traducidas sus poesías hasta 1935, mediante una edición de 154 de sus poemas canónicos, es decir los que él estimaba que debían publicarse, en tanto renegó de otros muchos que jamás vieron la luz.
Alejado de casas libreras y su gestión editorial, y alejado del apoyo de las entidades que después de su muerte y hasta nuestros días poblaron el planeta con su obra lírica, Cavafis decidió distribuirla solo entre quienes consideraba preparados para interpretarla en aquella Alejandría natal que jamás abandonó hasta su muerte.
Como otra forma más de acción impresora individual, compartida con otros disímiles oficios como el de funcionario egipcio de obras públicas, también a veces imprimía hojas sueltas con algunos poemas, que luego distribuía de forma discreta y casi anónima entre sus preferidos. Los filólogos recuerdan cómo, pese a esa suerte de “miedo escénico” ante impresores y corrillos literarios que lo persiguió durante casi toda su vida, se impuso de todos modos la personalidad e impacto de las creaciones de Cavafis en tiempos posteriores a su existencia.
Primero fue en el ámbito de la cultura griega y después a través del mundo occidental desde países como el Reino Unido, esto último por la difusión de su obra desarrollada allí por el novelista y ensayista británico Edward Morgan Forster.
Algunos estudiosos afirman que el estilo de Cavafis “rehúye de forma consciente la retórica, pero muestra un distanciamiento grave e inteligente, solemne e irónico a la vez”, a través de una obra “madura, exigente, habitada por una refinada cultura grecolatina y una subyacente ironía”.
Escritor de laboriosidad y corrección casi exquisitas en el arte de escribir, enmendaba sus versos sin cesar hasta aproximarse a la perfección, al extremo de emplear hasta diez años para terminar algunos de sus poemas.
Esa debe ser la razón por la que su obra consta solo de ciento cincuenta y cuatro poemas considerados acabados por él, aunque comprende otras composiciones que según su juicio no llegaron a alcanzar una terminación definitiva.
“El Arte sabe dar forma a la Belleza, con toque imperceptible completando la vida, combinando impresiones, combinando los días”, reza uno de los frecuentes refranes de Cavafis. Lector de los parnasianos y simbolistas franceses, a través de la obra de este escritor griego desfila una galería de personajes históricos humanizados de forma poética.
Se trata de gente anónima de la calle y objetos vulgares y corrientes que de pronto adquieren un profundo valor simbólico, como cuando sus versos emplean el recurso de velas encendidas y apagadas, en representación del curso de la vida.
La siguiente es una de sus piezas más conocidas, “Poema de Ítaca”, que le confirman como uno de los más grandes líricos de la cultura universal:
“Cuando te encuentres de camino a Ítaca, / desea que sea largo el camino, / lleno de aventuras, lleno de conocimientos. / A los Lestrigones y a los Cíclopes, / al enojado Poseidón no temas, / tales en tu camino nunca encontrarás, / si mantienes tu pensamiento elevado, y selecta / emoción tu espíritu y tu cuerpo tienta. /
“A los Lestrigones y a los Cíclopes, / al fiero Poseidón no encontrarás, / si no los llevas dentro de tu alma, / si tu alma no los coloca ante ti”. (PL)
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