Globo, Política, Reino Unido

¿Guerra mundial o presión ciudadana para resolver conflictos?

La cuestión palestina o la guerra en Ucrania muestran hasta dónde se va conformando un orden nuevo en el planeta. Las instituciones internacionales que se suponían garantes de la paz y la armonía entre naciones, muestran que, o ya no tienen sentido o que deberían recibir una nueva estructura que impidiese la hegemonía de los países ricos.

 

Juan Diego García

 

En muchos aspectos el actual panorama internacional continúa caracterizado por los mismos factores que se registran a los largo del siglo anterior y que no son otra cosa que la dura competencia de los países centrales del sistema capitalista por asegurarse el control de los mercados, las materias primas y los corredores que aseguren el normal desarrollo de sus negocios.

Las declaraciones solemnes de paz y prosperidad universales que hacen las potencias luego de las dos guerras mundiales resultan promesas vacías. El propósito ha sido siempre asegurar su capacidad económica, garantizar la fuerza militar que les respalde y otros factores menores que garanticen alianzas entre sí, más o menos estables. Por supuesto, también ha sido el tener el control efectivo de las naciones periféricas que son en lo fundamental las proveedoras de las materias primas, agotadas o inexistentes en las metrópolis.

Los países periféricos, además de mano de obra barata, juegan un papel muy destacado en la lucha que llevan a cabo las potencias en escenarios bélicos, evitándoles un enfrentamiento directo.

Se utilizan esas guerras en la periferia para evitar el riego de enfrentamientos directos entre las potencias.

La enorme potencia destructiva de las armas modernas (las atómicas, en particular) ha generado un cierto equilibrio que parece más o menos estable, aunque ciertos avances podrían desembocar en una tercera guerra mundial.

Tal es el caso de las armas atómicas de impacto reducido, el uso de medios químicos ahora prohibidos pero de los cuales las grandes potencias conservan depósitos al parecer considerables, el uso de bacterias y virus de un impacto letal que podrían destruir pueblos en enteros o las nuevas tecnologías de la informática que colapsarían la comunicación universal, son medios que ya tienen quienes compiten por la hegemonía mundial.

Las verdaderas intenciones de las metrópolis no se declaran directamente sino que se camuflan siempre con el discurso de la lucha por la libertad, la democracia y el progreso. Sin embargo, en el actual panorama internacional y dada la dimensión de la crisis profunda del sistema capitalista, esas proclamas «humanistas» van dando paso a otras, las mismas que en el pasado sirvieron como justificantes de crímenes atroces: El apartheid en Sudáfrica sustentado en la necesidad de proteger a «la raza blanca superior»; la criminal «colonización» de Palestina justificada en el supuesto regalo de dios al pueblo judío que hace legal el exterminio de los palestinos o la práctica de grandes empresas que desalojan y masacran a los pueblos originarios, tal como se practica hoy en América Latina.

Al momento de escribir estas líneas, además del genocidio de Gaza, los llamados «colonos» judíos acosan y aterrorizan en Cisjordania a los habitantes palestinos para adueñarse de sus tierras; una práctica similar a la que aplican grandes multinacionales contra el pueblo mapuche en Chile y Argentina, o en Colombia, Brasil, Honduras y Guatemala.

El factor positivo es que entre la opinión pública de los países metropolitanos aumenta la oposición ciudadana a estas prácticas criminales de las nuevas formas del colonialismo. En este contexto, la crisis del modelo neoliberal ha llegado a tales límites (ya no solo afecta a la economía sino al orden político, a la organización social y hasta impacta de lleno en los valores mismos del sistema burgués) que el gran capital se ve tentado, en unos casos, a rehacer algunas formas del Estado del Bienestar para calmar el descontento.

Pero tampoco faltan las voces que no ven otra alternativa que revivir las formas más extremas del sistema, renaciendo ese fascismo que crece en Europa y los Estados Unidos y encuentra buena acogida en las oligarquías criollas.

El evidente propósito neocolonial de las guerras en curso y el cada vez más claro avance hacia un nuevo orden mundial que superaría las formas hegemómicas tradicionales permite a fuerzas progresistas y de inspiración nacionalista en el mundo de la periferia ganar espacios de negociación con las metrópolis.

La cuestión palestina o la guerra en Ucrania muestran bien hasta donde se va conformando un orden nuevo en el planeta.

Las instituciones internacionales que se suponían garantes de la paz y la armonía entre naciones muestran de forma cada vez más palpable que, o ya no tienen sentido (al OEA en Latinoamérica por ejemplo), o deberían recibir una nueva estructura que impidiese de forma eficaz la hegemonía de los países ricos (la ONU u otras como el FMI, el BM o la OMC, que se suponen organismos representativos de toda la humanidad son solo instrumentos de las grandes potencias). La pregunta es si ¿Será que ese nuevo orden nacerá -como antes- de una nueva guerra mundial? O, por el contrario, ¿prevalecerá la presión ciudadana para diseñar un nuevo orden en que los conflictos se puedan resolver de forma civilizada?

(Fotos: Pixabay)

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