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Hacia una política del arte

El crítico cultural Walter Benjamin es probablemente más conocido por su ensayo «La obra de arte en la era de la reproductibilidad tecnológica» y el uso del término «aura» para designar la cualidad en una obra de arte que cambia su singularidad cuando es objeto de reproducción.

 

Sean Sheehan

 

Benjamin, que escribía a mediados de la década de 1930, consideraba que la fotografía y el cine debilitaban profundamente la cualidad aurática del arte y, en «Returning to Benjamin», Victor Burgin lo considera en relación con lo que él llama «la tecnología representacional hegemónica de nuestro propio tiempo: la digital».

Burgin vuelve a contar la historia del antiguo filósofo chino Zhuangzi sobre un jardinero que riega cuidadosamente sus plantas a mano cuando un confuciano le dice que una tecnología sencilla podría regar sin esfuerzo cien campos en un día.

El jardinero observa que el usuario de tal tecnología tendrá una mente como una máquina y que al ver las cosas con tal mente perderá la unidad con el mundo.

No es tan bueno como el chiste de un monje budista que visita Nueva York y, al preguntarle el dueño de un puesto de perritos calientes qué quiere pedir, pide que le hagan uno con todo, pero la preocupación por los usos de la tecnología y su efecto en el pensamiento es más acuciante que nunca. El pensamiento instrumental, al fin y al cabo, es inseparable del Antropoceno y de la crisis ecológica.

Victor Burgin es un artista, y para él la cuestión consiste en preguntarse qué constituye una política del arte en una época en la que nos vemos inmersos en interminables oleadas de imágenes.

Benjamin escribió sobre la necesidad de crear conceptos que fueran «completamente inútiles para los fines del fascismo», conceptos que no puedan ser secuestrados por un nuevo posmodernismo.

Una parte del desafío, como señala Zizek en el primer capítulo de su nuevo libro “Freedom (Libertad), es que saber lo que hay que hacer puede, en lugar de ser la base del cambio, permitir que no se haga nada. La ideología ya no es vulnerable a la crítica ilustrada que pretende romper su dominio sobre nosotros.

Se convierte, en cambio, en un fetiche que permite la desautorización: «la ideología funciona de un modo cínico, incluye una distancia hacia sí misma» y se convierte en una forma de que el orden existente se reproduzca. Su ejemplo son los festivales culturales de prestigio, como la Bienal de Venecia, que se presentan como una forma de resistencia al capitalismo global pero que, en la forma en que se mercantiliza su «producto», funcionan como un momento más de la reproducción del sistema.

Tal vez la perspectiva de cambio dependa de reconocer la aparente desesperanza de la situación.

Cuando Lenin, en 1922, se dio cuenta de que no habría revolución en Alemania ni en ningún otro lugar, sabiendo que el bolchevismo se enfrentaba a un reto imposible, escribió:

¿Y si la completa desesperanza de la situación, al multiplicar por diez los esfuerzos de los obreros y campesinos, nos ofreciera la oportunidad de crear los requisitos fundamentales de la civilización de una forma diferente a la de los países de Europa Occidental?

“Returning to Benjamin”, de Victor Burgin, es publicado de MACK.  “Freedom: A disease without cure”, de Slavoj Źiźek, es publicado de Bloomsbury.

(Foto: Pixabay)

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