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Inmigrantes: buscando una identidad multicultural

La lengua es a la vez parte de la identidad y también un medio fácil para que los demás traten a un inmigrante como a un extraño: «No eres de aquí». La directora de cine Melanie Pereira, habla del impacto que tuvo en ella y en sus amigos hablar el luxemburgués con acento, y de cómo en Londres uno de ellos se sintió más cómodo a pesar de que Luxemburgo es más multicultural.

 

Graham Douglas

 

Personas cuyos padres emigraron de diversos países, tanto europeos como africanos, hablan entre sí a través de esta película, hecha realidad por un cineasta con una experiencia similar. La generación actual es la protagonista, pero reconocen la deuda que tienen con sus padres, que a menudo sufrieron la discriminación en silencio. Hacer la película fue un intenso proceso de desarrollo personal, una especie de terapia cultural, que revela el poder del cine. Habla del poder que tienen las imágenes nostálgicas para los inmigrantes, de cómo el país de origen es un ancla imaginaria que mantendrá protegida la vida pasada hasta que podamos regresar.

Pero cuando volvemos, si es a un pueblo que podemos encontrar que ha sido industrializado o abandonado, ¿dónde está nuestro corazón para encontrar descanso? Los hijos tienen el nuevo futuro para disfrutarlo y transmitirlo a su vez a sus hijos, pero hay un abismo que les separa de los sacrificios de sus padres. Esta es la «vida humana».

Para mi oído inglés, algunas de las Melusinas hablaban inglés como si hubieran ido a un colegio privado. ¿Procedían de entornos privilegiados?

Todos procedían de zonas rurales. Los padres de Amela se fueron de Montenegro antes de la guerra y sus abuelos ya estaban allí, su madre vino con ellos a los 17 años. Su padre había estado en Alemania como Gastarbeiter (trabajador temporal invitado).

El padre de Melina era un boxeador profesional que abandonó el Congo durante la guerra civil y se fue a España, donde conoció a su madre, pero allí la economía era inestable y no pudo seguir boxeando, así que emigraron a Luxemburgo, donde había una comunidad congoleña. Los padres de Shanila vinieron de Uganda, su padre también era boxeador, y se conocieron en Luxemburgo. Él dirige una empresa de transportes entre Luxemburgo y Uganda, donde hacen donaciones a proyectos sociales. El padre de Ana Filipa emigró del norte de Portugal y se quedó con unos parientes en Luxemburgo mientras preparaba la llegada de su mujer y su hijo. Recuerdan la extrema pobreza de su vida en Portugal y ahora tienen una casa y una buena vida en Luxemburgo; no tienen intención de volver.

En Luxemburgo se hablan tres lenguas oficiales, aprendemos alemán y francés en la escuela a nivel formal. Puedo hablar el idioma alemán, pero no lo conozco a nivel de calle. La única vez que nos enseñaron algo de luxemburgués fue en 5º o 6º curso, ¡con un librito distribuido por una cadena de supermercados!

Hay tres niveles en las escuelas. Hasta el 9º año vas al Modulaire, que es donde acaban muchos inmigrantes y niños de entornos luxemburgueses pobres. Luego tienes el Technik hasta los 19 años, ya que tienen 13 en la escuela, y se trata sobre todo de formación profesional, y finalmente el último año en la escuela Klassik, donde se espera que vayas a la universidad y la enseñanza es muy intensa.

¡Malinterpreté un acento luxemburgués como si fuera un inglés aburguesado!

Los idiomas y el acento eran importantes para nosotros. Otros alumnos se burlaban de mi forma de hablar alemán. Incluso en los idiomas hay una jerarquía y solíamos escuchar programas de la BBC para practicar el acento británico, que se consideraba superior al estadounidense.

Usted fue a una «escuela de inmigrantes». ¿Le pareció una escuela de guetos?

En absoluto, pero la escuela a la que iba Ana Filipa era así, era la «escuela basura». Yo fui muy feliz hasta la escuela Klassik, que era muy snob y hablar portugués en los pasillos te condenaba al ostracismo. Una vez, una chica me dijo que estaba muy orgullosa de mí porque había triunfado a pesar de mi origen. Me dijo que cuando necesitara referencias para la universidad se las pidiera al padre o a la madre de mi médico. Porque mi madre limpia casas y mi padre trabaja en la construcción. Cuando vuelvo, evito la calle donde está esa escuela porque tengo muy malos recuerdos.

Amela procedía de la comunidad bosniaca de Montenegro, donde ya paertenecía a una minoría. ¿Puede contarnos algo más sobre su experiencia?

Me contó que en Londres podía decir que era de Luxemburgo o Montenegro y sentirse cómoda. Allí encontró sentido a su identidad, y ahora se siente cómoda en Luxemburgo.

En Portugal nunca había sentido eso. Su tesis de máster versaba sobre la enseñanza de idiomas a niños utilizando lenguas que conocen. Estudié alemán durante 13 años en el colegio, pero hasta el último año no entendí la gramática, así que a los niños inmigrantes les ayudaría mucho que les explicaran las cosas en su propia lengua». Amela estudió en Londres e hizo un máster en la Universidad de Kings Cross. Y ahora es profesora de inglés.

¿Las lenguas con las que crecimos forman parte de nuestra identidad?

Cuando hablé con Melusina en la película, empecé en luxemburgués, porque la historia se originó allí, pero no me parecía natural, así que cambié al portugués. La historia tiene una profunda resonancia para mí, es mi punto de contacto como persona con Luxemburgo. En la película se ve cómo la gente cambia espontáneamente de lengua.

Ana Filipa sentía que Portugal había abandonado a sus padres.

Llevaba seis años viviendo en Portugal y cuando ella dijo eso me afectó mucho. La película tomó un rumbo diferente porque de repente me di cuenta de que tenía que tratar sobre el sentimiento de traición de nuestras imágenes de ambos países. El montaje se hizo más difícil porque ya no era sólo Melanie la cineasta, la película estaba ligada a mi identidad cambiante. Ahora no estoy tan enfadada con Luxemburgo porque es una parte muy importante de mí y me ha dado mucho.

Crecimos creyendo que Portugal era un lugar maravilloso al que volveríamos, y nuestras vacaciones siempre fueron felices bajo el sol. En la escuela, a los niños no se nos enseñaba nada sobre la dictadura, sólo pensábamos que era mejor que el fascismo en Alemania o Italia, pero era muy violenta y detrás de esta hermosa fachada somos un país profundamente racista y machista. Eso rompió la ilusión que tenían mis padres. Odio profundamente Lisboa. Basta asomarse a la ventana para ver una farola con una carabela (barco utilizado por los exploradores) en lo alto y hay tantos monumentos de la época colonial.

En Belém hay escudos de armas sobre el suelo donde países como Angola están colocados en orden alfabético junto a las ciudades portuguesas.

Y se instaló hace muy poco. Me siento como en casa en Portugal, pero cosas así me incomodan mucho.

Lisboa no es tan multicultural como Londres, pero puedo encontrarme con gente de Angola, Brasil, Guiné-Bissau, Cabo Verde que hablan portugués y traen su música aquí.

En Oporto había resistencia a que los brasileños vinieran aquí, pero para mí era totalmente comprensible y natural. El contacto con otros pueblos te abre a formas de pensar diferentes de las que ves en la televisión. En la escuela me decían que Portugal era un país del tercer mundo, pero descubrí que Portugal es más avanzado que Luxemburgo en muchos aspectos.

¿Hará ahora películas diferentes?

La obra de Albert Camus tiene diferentes ciclos, el absurdo, luego la revuelta y después el amor, y mi ciclo de inmigración está llegando a su fin ahora. Pero quiero acompañar a mi padre en su última semana de trabajo antes de volver a Portugal. Mi segundo largometraje trata de una región del norte de Portugal llamada Castro Laboreiro, un grupo de 40 aldeas, donde en invierno la gente hace las maletas y se traslada a otra aldea hasta la primavera. Es una tradición en extinción, y se han hecho pocas películas sobre ella.

(Traducido por Camila Marquez)Fotos facilitadas por la entrevistada y con permiso de Red Desert Films para su publicación.

 

 

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