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En memoria del futuro

La brecha entre ética y política nunca habia parecido tan grande. La respuesta de la cómicamente llamada «comunidad internacional» a Gaza ha puesto al descubierto verdades y la necesidad de una política de la Verdad.

 

Sean Sheehan

 

Tal necesidad se le planteó a Lenin cuando el principal partido socialista de Alemania transformó su política -tan descaradamente como Starmer cambió el Partido Laborista- y apoyó un llamamiento a la guerra en 1914.

Lenin llegó a ver la urgencia de iniciar un proyecto político que socavara el orden mundial liberal-capitalista en nombre de la verdad. Hoy en día, cuando es más probable ver a Marx en una camiseta divertida que en un programa político, el “Chevengur” de Andrey Platonov es un recordatorio que despierta la mente de que en octubre de 1917, y durante unos pocos años después, se puso en marcha un proyecto de este tipo en Rusia.

En un momento de aquellos años, Platonov estuvo adscrito al Ejército Rojo como periodista, aunque llegó a ganarse la vida como experto en recuperación de tierras. Stalin no le hizo mucha gracia, pero, a pesar de encontrar difíciles salidas para sus escritos, un estallido de creatividad a finales de los años veinte y principios de los treinta produjo «El pozo de los cimientos», «Alma», «Moscú feliz» y, la mejor de todas, “Chevengur”.

La novela permaneció inédita en Rusia hasta los años de Gorbachov, y esta nueva traducción, con material complementario que aporta valiosa información de fondo, es una revelación y consolida la reputación de Platónov como uno de los más grandes escritores rusos.

Los héroes quijotescos de Chevengur”, entusiasmados por lo que representa octubre de 1917, vagan por la estepa con el corazón lleno de nobles intenciones. Es una época en la que, para alimentar a las ciudades, el gobierno de Lenin aplicó la requisición de grano y la resistencia campesina fue enérgica. Es una época de contrarrevolucionarios y fervientes discusiones entre bolcheviques y anarquistas sobre la mejor manera de construir una nueva sociedad. Platónov, simpatizante del anarquismo, comparte el utopismo de aquellos años, pero sabe que los campesinos rusos no sabían nada del comunismo. La enormidad de la tarea a la que se enfrentan los bolcheviques, intentar cambiar una forma de pensar y sostener una nueva conciencia, se hace patente cuando dos de los personajes principales de la narración, Dvanov y Kopionkin (a cuyo caballo llama Fuerza del Proletariado), llegan a la aislada ciudad de Chevengur.

Un colega escritor, Gorki, admiraba la obra de Planónov, pero le advirtió del riesgo que corría con su novela: «Haya querido usted lo que haya querido, ha retratado la realidad bajo una luz lírico-satírica que, por supuesto, es inaceptable para nuestra censura».

Es el humor divertido y el absurdo poético de la novela -¿en qué otro lugar se puede encontrar a un comisario que se hace llamar Dostoievski? – combinados con la fe en la revolución, hacen de la novela un majestuoso himno al Acontecimiento-Verdad de octubre de 1917. “Chevengur”, alabada por los liberales como una visión distópica anticomunista, no es nada de eso.

Un personaje de la historia, cuando se le pregunta de dónde viene, responde: «Del comunismo». ¿Has oído hablar de un lugar así? ¿Algún pueblo llamado así en memoria del futuro?»

 “Chevengur”, de Andréi Platónov, traducido por Robert Chandler y Elizabeth Chandler, ha sido publicado por Harvill Secker.

(Traducido por Monica del PilarUribe Marin)

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