Los discursos sociales y políticos que están en contra de la igualdad de derechos entre parejas heterosexuales y homosexuales aluden a lo “anti-natural” de la práctica homosexual, cuando no a los dogmas religiosos. ¿Disminuye la homosexualidad en el mundo gracias a la falta de derechos de este colectivo? ¿”Corrigen” lo anti-natural del hombre con su falta de legislación?
Macu Gavilán
La homosexualidad (en todas sus variantes) está extendida a lo largo y ancho de la tierra desde siempre y para siempre.
Así esté escondida bajo las sayas del matrimonio heterosexual, practicada clandestinamente o expresada libremente, la homosexualidad es algo que se encuentra en nuestra naturaleza humana.
Dado que este fenómeno ha sido y será siempre una cosa natural entre los hombres y otros seres vivos, no compete a la política ni a la religión humanas el debate de si debe existir o no en nuestro Planeta Tierra. Existe y punto, como las algas y los altramuces.
Si acaso al Creador de este mundo o Creadores (según seamos mono o politeístas) será a quién le esté encomendada la tarea de corregir los errores técnicos de su obra maestra. Pero a estas alturas de la creación, para acabar con la homosexualidad de una vez por todas, habría que acabar con el ser humano y no sé si le compense.
Cuando nosotros incurrimos en este terrible error de enfrentar y cuestionar la creación de los dioses, así como los griegos hicieron antes de su decadencia o el pequeño Hitler cuando usó Alemania como su particular tablero de ajedrez, estamos jugando a ser los creadores de nuestra propia estirpe cayendo – además de en genocidios – en un absurdo.
Hasta donde sabemos, la naturaleza es el lugar en el que se inscribe nuestra existencia como seres vivos y es mucho más grande y compleja que todo nuestro conocimiento. Nosotros somos, simplemente, una cosa más en ella como las flores y los charcos. Por otra parte, también es natural que el hombre se haya convertido en este violento depredador que hoy puebla la superficie terrestre, así como su capacidad lingüística o su sensibilidad para la música.
Desde que esta cosa natural se agrupó, enterró a sus muertos e inventó sus dioses, creó también las normas de convivencia. Después, por razones míticas (la homosexualidad es mala porque Dios la rechazó) o prácticas (la homosexualidad es desperdicio del semen) el ser humano empezó a poner normas a una de sus facetas más instintivas, como es el deseo sexual, creyéndose más papista que el Papa.
Pero de entre todas ellas, la razón más divertida es la que se pretende científica y dice: la homosexualidad es anti-natural. Es decir que el hombre, no contento con interpretar al mismo Creador, pone voz a la misma Naturaleza y cree que la verdad científica corre por la tinta de su pluma.
Este caprichoso ser siempre ha buscado olvidar su pequeñez y jugar a ser el dueño de todo lo que lo circunda, hasta llegar a creer que puede corregir incluso la naturaleza que ni siquiera alcanza a comprender.
Con esta reflexión no pretendo discutir las bondades o maldades de la existencia de la homosexualidad, sino precisar que ésta es una parte más de la naturaleza humana y que cuestionar la pertinencia de su existencia es tan inútil como cuestionar la del mismo aire.
A todos los “opositores de la homosexualidad”: los de razones míticas (Dios estará enfadado porque erró en su creación); los de razones prácticas (el semen que se desperdicia por los homosexuales se ve compensado con la superpoblación de China) y los portavoces de la “naturaleza natural” les quiero pedir un tratado en el que detallen los objetivos que persiguen negando los derechos a los homosexuales.
¿Se ha probado que disminuye el deseo homosexual en las zonas donde estos “anti-naturales” seres humanos no se pueden casar? ¿Creen que porque no puedan firmar su compromiso ante un juez no están comprometidos? ¿Deja de amarse la gente cuando no hereda de su pareja una pensión de viudedad? Qué afortunado es el mundo porque a pesar de todo, nada de esto ocurre.
Muchos podrían acusarme de ingenua y decirme que la razón de la discriminación es, simplemente, el gusto de apartar al que es distinto. Pero no: mi aparente ingenuidad quiere desenmascarar la doble moral mítico-científica para que podamos poner nombres y apellidos al gusto por la crueldad. Si la falta de legislación para parejas homosexuales no “corrige” lo anti-natural del ser humano, ¿qué sentido tiene? (Memorias de The Prisma)
(Fhotos: Pixabay)