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Hay visados y visados de asilo: Un viaje migratorio no convencional

Los primeros años de la vida adulta de Saiba Haque han estado marcados por sus diversos encuentros con el Ministerio del Interior, pocos de ellos positivos. Su vida en el Reino Unido con un visado de estudiante cambió drásticamente cuando se convirtió en solicitante de asilo. Ahora, por fin, se le ha concedido el permiso de residencia por una vía inesperada.

 

Mizy Judah Clifton

 

La historia de asentamiento en el RU de Saiba Haque, de 24 años, es muy distinta a la de otros emigrantes.

Saiba llegó a este país hace nueve años con su madre y su hermana, inicialmente con un visado de estudiante.

Pero la relación con su madre, ya de por sí difícil, llegó a ser tan tensa que le dijeron que ya no era bienvenida en su casa del este de Londres. Sin perspectivas seguras de regresar a su Bangladesh natal -no podía ponerse en contacto con otros familiares «porque tenían miedo de dar cobijo a alguien que tenía mala reputación»-, Saiba no tuvo más remedio que pasar unos meses  merodeando por los sofás de distintos amigos, hasta que un abogado le recomendó que solicitara asilo.

Saiba es bisexual, aunque considera que su ateísmo es lo que la haría más vulnerable si volviera a Bangladesh.

«El fundamentalismo religioso es cada vez más preocupante en Bangladesh, hasta el punto de que las expectativas sociales están tan deformadas que incluso relacionarse con una persona atea o activamente atea la convertiría en un objetivo», explica.

La ardua batalla de navegar por un régimen burocrático vertiginoso pasó factura a Saiba, que estaba en medio de completar sus A Levels cuando se registró por primera vez para el estatus de solicitante de asilo en 2018.

«Tienes 18 años y te enfrentas a la burocracia británica por primera vez de una manera en la que nunca antes habías tenido que hacerlo. Es realmente aterrador tratar con fuerzas como esas», dice.

Cuenta que estaba literalmente «a punto de empezar un simulacro de examen» y recuerda al Ministerio del Interior acosando su teléfono, llamando una y otra vez. «Cuando por fin pude cogerlo, estaban muy enfadados. Me decían: ‘¿Vas a quedarte en este país y ni siquiera puedes coger el teléfono? La próxima vez que no lo cojas, enviaremos a la policía'».

Y ese miedo a tener que responder ante el Ministerio del Interior -tanto en sentido literal como figurado- persiguió a Saiba a lo largo de sus estudios en la Universidad de Bristol.

«He conocido a otros solicitantes de asilo cuya educación se vio interrumpida por decisiones erróneas del Ministerio del Interior, y yo temía que me ocurriera lo mismo», explica.

Después de graduarse, Saiba recibió por sorpresa una carta en la que se le notificaba la celebración de una vista a la que estaba obligada a asistir sólo tres días más tarde, y entró en pánico.

Sin tiempo para prepararse, Saiba consiguió ponerse en contacto con un abogado a través de su padre, con el que había contactado recientemente tras años de distanciamiento. Con el telón de fondo de los comentarios burlones de la entonces ministra del Interior, Suella Braverman, sobre los refugiados LGBTQ+, junto con la intención del Gobierno conservador de seguir adelante con su infame política de reasentamiento en Ruanda, se instó a Saiba a solicitar un visado de pareja de hecho conyugal, alegando que llevaba más de cinco años viviendo con su novio.

Saiba pronto notó lo que ella llama una «diferencia chocante» entre cómo se tramitan las solicitudes de asilo en comparación con otras solicitudes, sobre todo en lo que se refiere a la atención humana a los detalles, o a la falta de ellos.

«Algunos de ellos – cuenta – eran correos electrónicos enviados por una persona [real] para comprobar ciertos criterios, lo cual es muy diferente a lo que yo tuve que hacer cuando era solicitante de asilo».

Con el permiso de residencia finalmente concedido, Saiba espera poder viajar, algo que durante tanto tiempo se le negó en virtud de su estatus migratorio.

«Tengo casi 25 años y no he viajado nunca en mis años de formación como adulta. Por supuesto que tenía más prioridades de las que preocuparme. Pero sería imposible no esperar que ocurriera algo bonito, seguir esperando y deseando que saliera algo bueno. Y me alegro mucho de que por fin haya pasado algo, pero no va a ser así para todo el mundo. Me rompe el corazón. El sistema está tan roto aquí».

(Fotos: Pixabay)

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