Postergar las tareas más molestas es una tendencia natural. Mas puede derivar en un trastorno del comportamiento y convertirse en un hábito que domina los aspectos más importantes de nuestra vida.
Laura Rodríguez
La procrastinación – del latínprocrastinare: ‘dejar un asunto para el día siguiente, aplazar” – es la costumbre de posponer de forma sistemática aquellos asuntos pendientes que debemos llevar a cabo.
Es una tendencia tan natural y extendida que, según los expertos, posee bases evolutivas y afecta en promedio al 95% de la población mundial. De acuerdo con el psicólogo Neil Fiore, especialista en el rendimiento y la productividad personal, la procrastinación surge como “un mecanismo para enfrentarse a la ansiedad asociada con iniciar o cumplir cualquier tarea o decisión”.
De este modo, a la hora de decidir si ocuparnos o no de un asunto desagradable, normalmente preferimos sustituirlo por otras actividades secundarias, más urgentes o placenteras.
Cualquier tarea alternativa, por tediosa que sea, servirá para acallar temporalmente la llamada del deber mientras intentamos convencernos de que estamos haciendo algo útil, algo que nos permitirá trabajar mejor después en aquello que estamos evitando.
La ecuación
El aliciente para este tipo de conducta es que proporciona una gratificación inmediata: el alivio de no tener que ocuparnos de eso ahora mismo. Más aún si disponemos de más tiempo del que creemos necesitar para realizar la tarea.
Es entonces cuando nos damos excusas aparentemente razonables, de tipo: “antes de la siesta no soy productivo”, “primero revisaré el correo”, “trabajo mejor bajo presión”…
Con el objetivo de explicar este comportamiento, el psicólogo canadiense Piers Steel, profesor de la Universidad de Calgary y autor de “Procrastinación: por qué dejamos para mañana lo que podemos hacer hoy”, sintetizó los aportes de más de ochocientos estudios sobre el tema en una fórmula que denominó la “ecuación de la procrastinación”.
Ésta consiste en una combinación de tres factores que intervienen cada vez que aplazamos algo: la predisposición a valorar las necesidades inmediatas por encima de los planes a largo plazo (impulsividad), el grado de confianza en alcanzar el objetivo (expectativas) y el placer que nos proporcione realizar la tarea (valor). De ello se deduce que las tareas que menos posponemos son aquellas que disfrutamos y que nos sentimos capaces de hacer correctamente. De ahí surge la motivación necesaria para resistir el impulso a procrastinar.
Sólo es un síntoma
En contra de la concepción popular, los estudiosos de este comportamiento niegan que la pereza sea el motivo de este tipo de postergaciones. Tampoco se trata de falta de organización o de un defecto de carácter.
Consejos evidentes como “¡establece prioridades!” o “¡simplemente hazlo!” tendrán poco efecto sobre la actitud de la persona cuya vida se ha convertido en una carrera la desesperada por cumplir plazos de entrega o listas de pendientes que no terminan nunca. Si bien todos han sufrido los inconvenientes habituales derivados de pagar las facturas a última hora, estudiar la noche anterior para un examen o aplazar una reunión incómoda sin mayores consecuencias, el hábito de postergar puede convertirse en una necesidad irrefrenable que afecte negativamente el desempeño laboral, doméstico o interpersonal de los individuos que lo sufran.
Ante este fenómeno, muchos expertos sostienen que, más que un problema en sí mismo, la procrastinación es el síntoma de otros problemas como el propio perfeccionismo, la vulnerabilidad a las críticas negativas y el miedo al fracaso.
Neil Fiore, en su libro “Hazlo ahora: supera la procrastinación y saca provecho de tu tiempo”, afirma que la concepción negativa que muchas personas tienen del trabajo deriva de su temor a ser juzgadas a través de él.
Así, mediante el aplazamiento de un proyecto desafiante, consiguen reducir temporalmente la tensión provocada por el miedo a cometer errores.
Pero esta solución produce un desgastante debate interior entre una parte de nosotros mismos que se resiste al deber y otra que presiona para que lo llevemos a cabo. Como ya advirtiera Rita Emmett en su célebre Ley de Emmett, “el temor a realizar una tarea consume más tiempo y energía que hacer la tarea en sí”.
No sea su propio enemigo
La evasión del deber no sólo aumenta la preocupación, sino que produce sentimientos de culpa que impiden un verdadero disfrute del tiempo libre.
Sin embargo, este miedo al error y al castigo que exagera las dimensiones verdaderas de la tarea y nos conduce a la procrastinar, puede ser combatido por un plan para llevarla a cabo que potencie tanto el rendimiento como la confianza en las propias capacidades. El secreto está en un uso eficaz y abundante de las gratificaciones.
Partiendo de la base de que los seres humanos se sienten más motivados por el placer que por el dolor, la inmensa mayoría de las técnicas para superar la procrastinación incluyen frecuentes recompensas entre breves períodos de trabajo de calidad y sin distracciones.
Es por ello que la fijación de metas pequeñas, realistas y asequibles, como el alternar treinta minutos de trabajo provechoso con actividades que nos gusten o con pausas refrescantes aumenta la productividad personal, además de ayudarnos a cambiar nuestra actitud con respecto al trabajo.
Libre de elegir
Cuenta la tradición cristiana que el diablo, bajo la forma de un cuervo, se manifestó ante San Expedito cuando éste decidió convertirse al cristianismo.
“¡Mañana, mañana, mañana!” le dijo el cuervo, exhortándolo a que postergara su conversión. “Hoy, hoy, hoy” fue la respuesta del santo quien, resistiendo la tentación del aplazamiento, aplastó rápidamente al pájaro de solo un golpe.
Desde entonces San Expedito, un militar romano del siglo IV, es venerado como el santo de las causas urgentes gracias a la fuerza de su determinación. La mejor manera de liberarse de una amenaza es poner en práctica la decisión de enfrentarla. Cuando las personas ejercen su libertad para transformar un “tengo que” en un “decido hacerlo”, están tomando las riendas de sus metas y dirigiendo sus esfuerzos en una sola dirección.
A partir de ahí sólo hay un paso para vencer a ese demonio que se interpone entre ellas y sus objetivos.
Como dijera el célebre pensador rumano E. M Cioran, «No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos que forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el tiempo.»
(Fotos: Pixabay)