Moreno, Duque y Piñera, mandatarios de Ecuador, Colombia y Chile; Macri, expresidente de Argentina, y Almagro, secretario general de la OEA, reunidos el 5 de mayo en el foro “Defensa de la democracia en las Américas”, en Miami.
No fue un chiste, ni la última cena, sino una ofensa para todas las víctimas de los últimos gobiernos conservadores y neoliberales de Latinoamérica. Pasan los meses y los años, y seguimos contando los muertos, los heridos y los prisioneros ante los ojos de una comunidad internacional poco activa.
Algo unió a esos presidentes y exmandatarios -entre los cuales solo faltó el dignatario de Brasil, Jair Bolsonaro-, y no es la democracia. Gobiernan de acuerdo con sus propios intereses económicos. Se oponen a mecanismos fiscales redistributivos para una mayor justicia social.
Hacen lo imposible para que sus colegas dueños de grandes grupos económicos se apropien de los medios de comunicación. Instauran el “lawfare” contra sus oponentes. Llegaron por las urnas y ejercen el poder como dictadores.
Desde los procesos de transición a la democracia no había existido tal riesgo de retroceso. Piñera y Duque optaron por la represión, disparándole al pueblo. Todos sabemos las razones de las manifestaciones populares en Chile y Colombia: desigualdad y pobreza, agudizadas por la pandemia.
Frente a la indolencia de gobiernos que se arrebatan el Estado como si fueran sus propias empresas, millones de familias esperan por ayudas directas e intentan resolverse la vida para frenar el hambre.
Esos personajes que se reunieron en Miami el 5 de mayo nunca entendieron la importancia del bien común, no hacen suya la necesidad de cohesión social y de igualdad. En la cultura política de la derecha latinoamericana la práctica del diálogo social no es prioridad, transformar las instituciones e instaurar nuevas leyes para favorecer a su sector, sí.
Frente a la voz popular y las movilizaciones, se impone el miedo de perder privilegios económicos, y eligen de manera racional la represión. América Latina está ensangrentada y no es descontrol, como señalan algunos medios. Hay una decisión de reprimir.
Dispararle al pueblo es criminal, no ayudarlo también. Las democracias de la región seguirán estando en peligro mientras un pequeño sector de la sociedad no quiera aceptar la necesidad de garantizar derechos sociales para el conjunto de la población y avanzar hacia una mayor igualdad.
En el actual contexto de crisis sanitaria, parece confirmarse por el mundo esa toma de conciencia de que el Estado es fundamental para garantizar los derechos sociales de la población, y que la movilización de recursos pasa necesariamente por establecer impuestos a los más ricos.
Para ello es y será esencial la victoria de las fuerzas progresistas a fin de instaurar una nueva ruta compatible con nuestros tiempos, con justicia social, equidad de género, protección del medio ambiente y garantía de los derechos humanos.
Hoy el problema no es tanto la falta de ideas desde el progresismo. ¿El error difícilmente perdonable?
La incapacidad y falta de voluntad política para establecer las condiciones de la unión.
Lo que sucedió en Ecuador en los últimos comicios puede y debe ser evitado en otros países. Nunca el neoliberalismo sirvió a los intereses de los pueblos del Sur de nuestro mundo, más bien atenta contra la vida de millones de seres humanos. Eduardo Galeano expresaba que “la derecha tiene razón cuando se identifica a sí misma con la tranquilidad y el orden: es el orden, en efecto, de la cotidiana humillación de las mayorías, pero orden al fin: la tranquilidad de que la injusticia siga siendo injusta y el hambre hambrienta”. (PL)
*Cientista político, latinoamericanista, experto en cooperación internacional.