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Periodismo en Colombia, perseguido y en la sombra

En el sótano de una conocida cafetería de París, a punto de presentar la serie “Matarife” a una pléyade de asilados y migrantes, nos recibe Daniel Mendoza Leal, un periodista colombiano, perseguido por empecinarse en mostrar la verdad del poder mafioso en Colombia.

 

Miguel Angel Ferris

 

Sus cartas están echadas y ya sólo confía en su buena baraka y en el cálido y necesario apoyo del público a su denuncia internacional en contra del Estado narcoparamilitar colombiano.

El precio de su coherencia ciudadana y periodística es a la vez el miedo permanente instalado y una sana conciencia de la transcendencia histórica de su apuesta por el devenir del país. Durante la entrevista, esboza una generosa sonrisa sazonada con reflejos de seria preocupación, intentando ser lo más claro y explícito posible en sus respuestas.

El futuro de Colombia se juega también en las barricadas de las Primeras Líneas del periodismo independiente. Sus máximas figuras han padecido también las amenazas gubernamentales de las fantasmagóricas “Aguilas Negras”, ansiosas de obtener nuevos “falsos positivos” entre la peligrosa guerrilla mediática que se expone, día a día, para devolver la esperanza de libertad, democracia, paz y justicia social al Pueblo.

Desde el maestro del periodismo de investigación y autor del apelativo “Matarife” de la serie, Gonzalo Guillén, pasando por el buen oficio del valiente director del Canal 2 de Cali, Alberto Tejada, la indignación reclamada del youtuber Levy Rincón, o la excelente labor de profesionales como Maria Jimena Duzán, Los Danieles, Ariel Ávila y muchos otros, todos ellos canalizan la rabia diaria de sus audiencias realizando una pedagógica y terapéutica crónica de los crímenes, mentiras y corruptelas del gobierno de las sombras de Uribe. La segunda temporada de “Matarife” transpira las angustias del reciente exilio de quien sigue pisando las calles de su patria con su pensamiento y su crítica mirada, mientras se afana a  contrarreloj para dar impulso a los capítulos restantes de su serie, que es a la vez la del dolor de todos los colombianos con anhelos de cambio.

Se anuncia una tercera temporada para la que se precisan mayores recursos al transcurrir en buena medida en el ojo del huracán, desde el imperio estadounidense que ha venido protegiendo sus intereses acariciando generosamente al Leviatán colombiano, seguro de su impunidad penal.

Daniel mira a los ojos del periodista español y a través de estos interpela a la opinión pública de la “madre Patria”: “Les miro de frente a ustedes, los españoles. Sepan que mucha de la sangre ahora derramada desciende de la suya propia. ¡Ayúdennos!”.

Tras comparar el “realismo mágico” descrito por García Márquez con el “realismo trágico” que narran las crónicas del país sumido en el abuso, la tiranía y la violencia institucionalizada desde hace décadas, se permite lanzar un mensaje subversivo de amor a la vida y de creatividad social para hacer frente a la Bestia, con la ayuda, imprescindible, de la opinión pública y la Comunidad internacional.

Entre las bambalinas del escenario se oculta cual actor el carismático Mendoza, momentos antes de ser anunciado ante una sala llena de la diáspora, estudiantes comprometidos y auténticos personajes que cuentan el trágico relato de un largo exilio en Francia a la espera de la llegada de una verdadera democracia, tantas veces aplazada, que devuelva la dignidad y el futuro siempre hurtado a los colombianos.

Mientras arrecian las preguntas nos planteamos si periodistas de condición como él, pero a la vez ciudadanos fuertemente comprometidos con su tiempo, podrán ayudar a derrotar un Mal de cuento real cuyo Poder aterroriza, paraliza y narcotiza las conciencias. Es evidente que, ante el silencio cómplice de los gobiernos y los medios internacionales, sólo el fuerte impacto de series como ésta pueden ayudar a desnudar la verdad tantas veces ultrajada.

El periodismo en Colombia, hoy perseguido y en la sombra, en la antesala de un periodo preelectoral ya de por sí amenazado por el terrorismo de Estado y sus camadas negras, es ejercido con escasos medios y valentía por verdaderos combatientes con capa del Siglo XXI, al rescate de la auténtica función de Contrapoder que un día tuvo éste noble oficio.

(Fotos: Pixabay)

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