¿Pecado? ¿Una palabra cargada de connotaciones teológicas de legalismo represivo? ¿Completamente fuera de lugar en una cultura moderna, secular occidental, ilustrada? ¿Una palabra que merece ser desterrada del vocabulario de cualquier persona sensible, «tolerante»?
Nigel Pocock
¿Pero esto no podría ser un poco prematuro? La historia humana se columpia como un péndulo, corrigiendo primero un extremo, luego el otro. Desde el antinomismo y la omnitolerancia, al legalismo y la represión política.
Ninguno de los extremos puede ser afrontado por la mayoría de la gente por mucho tiempo, excepto como correctivos.
Ambos, sin embargo, tienen sus definiciones de «pecado», y lo que significa ser un ostracismo «pecador».
Hace dos mil años que fue escrito «sin la ley, no hay pecado». A lo que se añadió que, «por lo tanto, el pecado es la transgresión de la ley».
Todas las sociedades necesitan leyes para la estabilidad y el orden.
Las personas no son «pizarras en blanco» (tabula rasa), y esto es porque las leyes de todo el mundo tienden a ser universales.
Las leyes tienen más en común que diferencias.
La misma antigua fuente observó que «cuando (la gente) que no tiene la ley, hacen lo que la ley requiere, ellos son la ley para sí mismos…»
La gente muestra «que lo que la ley requiere está escrito en sus corazones; mientras su conciencia da testimonio y sus pensamientos conflictivos los acusan de que quizás los excusan».
En el siglo XV un grupo surgió en Bohemia (hoy la República Checa).
Se les con ocía como los Unitas Fratum (Unidad de los Hermanos). Su nombre se relaciona con su creencia en la unidad mística de todos los verdaderos creyentes Cristianos.
Varios siglos después, este grupo renació con un nuevo y poderoso liderazgo.
Fueron perseguidos por la Iglesia Católica Romana en su Bohemia natal, migrando a países de todo el mundo, donde ellos formaron comunidades de apoyo muy unidas.
En el corazón de su fe era la creencia de que todas las personas eran, como un antiguo escritor puso «…ni Judío ni Griego, ni siervo ni hombre libre, pero todos son uno…»
Así, la Unidad se fue a Wachovia, Carolina del Norte…
Las cosas cambiaron. En el corazón de una comunidad esclavista, la Unidad dejó de ser una unidad, y se convirtieron en dueños de los mismos esclavos. Para empezar esto fue excusado. ¡Los esclavos afro-americanos eran mejores trabajadores que los inflexible blancos non-Unity! Además, ¡estos esclavos eran mejores que lo que ellos de otro modo sería, según los propietarios non-Unity! Ambos quizá en parte verdad; el pie estaba en la puerta. ¡Ya no serían acusados por los pensamientos de los miembros de la Unidad blanca!
¡Mas bien ahora los excusaban! Negar sus propias creencias fundacionales, la Unidad prefirió identificarse con el paternalismo esclavista blanco. El concepto de «pecado» fue cambiado sutilmente.
¿Qué tiene esto que decir a la gente secular de hoy? ¿Necesitamos una doctrina del «pecado»? Se puede argumentar que lo que hacemos, incluso si las personas seculares prefieren dejar las connotaciones teológicas absolutistas. La naturaleza humana no es una tabula rasa. Hay una coincidencia con la gente.
Incluso si la poligénesis (muchas razas) era cierta, este no es el hecho que se encuentra detrás del racismo, pero sí el deseo racista de dominación.
De hecho, esto es lo que la doctrina del pecado reivindica para: llamar comportamiento ilícito por su nombre. Hay normas absolutas, incluso si necesitan formas y aplicaciones locales.
(Traducido por Virginia Moreno Molina) – Fotos: Pixabay