Mao Zedong vio la oportunidad de un cambio radical cuando el desorden social y político existente se encontraba en un estado de desorden crítico: «Hay un gran desorden bajo el cielo; la situación es excelente».
Sean Sheehan
Ziżek va un paso más allá al señalar que, si bien el desorden bajo el cielo está de nuevo a nuestro alrededor, lo que es necesario es el desorden en el cielo: el orden de fondo, el gran Otro que gestiona el caos social y político, tiene que ser confrontado y desafiado para que las diversas divisiones dentro de los países y entre ellos, así como las cuestiones climáticas y sanitarias globales, sean vistas en toda su conectividad.
Hay desorden en el cielo, no hay -para emplear un término que sirva para todo- ningún Dios en la residencia.
Al examinar el mundo en una serie de 36 lúcidas misivas en un libro incisivo de poco más de 200 páginas, Žiżek encuentra esperanza y decepción a partes iguales.
Se aplaude el logro de Morales en Bolivia -su mismo éxito condujo al golpe de Estado («necesitamos un denunciante que revele los documentos pertinentes») que lo destituyó-, demostrando que el socialismo democrático es posible.
En el vecino Chile, se considera que el obstáculo para un cambio significativo no es «el legado de Pinochet como tal, sino el legado de la apertura gradual (falsa) de su régimen dictatorial».
Uno de los retos a los que se enfrentan los activistas de todo el mundo es el modo en que la política de identidad reduce a la clase trabajadora a uno entre muchos grupos sociales, ocupando su lugar junto a una etnia u orientación sexual concreta.
El conflicto de clase, argumenta Zizek, tiene prioridad porque no busca la coexistencia no antagónica y el respeto mutuo. El antagonismo de clase es una discordia irreconciliable y no busca la reconciliación sino la abolición del sistema de clases.
El grupo chileno Los Prisioneros destaca por su denuncia del falso izquierdista «radical», el «manifestante descafeinado», que abraza la política identitaria en una celebración sentimental y gestual de la solidaridad global.
Lo que es más necesario y valioso es el sentimiento de vergüenza por el propio país -algo que deben sentir especialmente los ciudadanos del Reino Unido, los Estados Unidos y una serie de estados de Europa del Este- y la lucha por superar la fatiga depresiva provocada por una cultura del ego globalizadora que promueve «el juego de la exhibición del yo» mientras disminuye nuestra capacidad de pensar y actuar comunitariamente.
El 150º aniversario de la Comuna de París, nos dice Zizek, es un potente recordatorio de cómo una movilización popular puede surgir del caos.
El sueño comunista del siglo XX ha terminado, pero la necesidad de una revuelta organizada es imperiosa en un momento en que la derecha populista tiene más éxito en la gestión del descontento de la gente. El apocalipsis ecológico ha sucedido y se está normalizando haciendo creer a la gente que es posible algún tipo de acomodo con él.
Sólo hay una opción y el nombre de Zizek para esta opción es comunismo; las alternativas son delirios equivocados que se fijan en la catástrofe que se avecina cuando lo que se necesita es una confrontación con ella.
«El cielo en el desorden» de Slavoj Ziżek está publicado por OR Books.
(Traducido por Monica del Pilar Uribe Marin) – Fotos: Pixabay